En pleno vuelo - Semanario Brecha
Y la lucha feminista sigue

En pleno vuelo

Mauricio Zina

«En un mundo de gusanos capitalistas, hay que tener coraje para ser mariposa.»

Lohana Berkins

Cada día, desde hace ya seis meses, asumimos como definitivas las consecuencias que han tenido la pandemia y la crisis sanitaria en nuestras maneras de relacionarnos con los demás. Apoyadas en la virtualidad, las nuevas normas de convivencia han supuesto un renovado énfasis en la instalación cotidiana del miedo en torno a la corporalidad de las personas, sobre todo la de aquellos a quienes no conocemos, que no conforman nuestros vínculos cercanos y a los que, por más discursos que enarbolemos, nos cuesta cada vez más reconocer como parte de nuestra comunidad, entendiendo por comunidad el sistema de vínculos de cuidado de relativa cercanía que establecemos y sostenemos como ciudadanos y ciudadanas. Si prestamos atención a la manera en que han cambiado nuestras rutinas y rituales, asusta ver cómo cada vez son más los espacios que determinamos como peligrosos o inseguros, porque los terrores sociales no dejan de multiplicarse. La amenaza del otro, de eso que no soy yo ni «los míos», parece extenderse de modo irremediable, y la tan mentada excepcionalidad uruguaya vuelve a ser excusa para no prestar la atención debida: no estamos tan mal como el resto del mundo; ergo, seguimos haciendo de cuenta que todo volvió mansamente a ese territorio de negación sostenida de lo que nos pasa: la normalidad.

Cumplimos con nuestra supuesta cuota de responsabilidad comunitaria manteniendo relaciones virtuales, tratando de sostener nuestros trabajos como sea –incluso a costa de nuestra salud, porque estamos muy lejos de desarmar la moral del patrón, esa que justifica el trabajo desmedido– o, en el mejor de los casos, colaborando con alguna olla popular. Por lo demás, para gran parte del progresismo parece que estuviéramos todos bien, que lo único que hay que hacer es atender algunas urgencias. No parece buen momento para disputar a fondo la construcción de futuro y apostar a alguna clase de trascendencia: el sentido común pequeñoburgués indica que hay que achicarse y dedicarse a sobrevivir. Las desigualdades económicas y de género, el racismo, las barreras más o menos sutiles que suelen levantarse entre nosotros parecen manifestarse con más violencia que nunca en los tránsitos por los espacios comunes, obligándonos a un aislamiento que, si bien no se nos presenta como impuesto, nos acostumbra a una especie de inercia cómplice. Por si fuera poco, el universo concreto y simbólico que percibimos como público –aquello que nos implica y nos pone en relación incluso a nuestro pesar y que logra, apenas, trascender la despolitización y la extracción de energía vital a la que nos arrastra el capital– resulta apabullado por un gobierno que combina el recorte presupuestal con el favorecimiento cada vez menos solapado de la propiedad privada y la clase empresarial.

Aun en este contexto de absoluta hostilidad, como mariposas que han decidido abandonar el capullo y a las que ni una pandemia mundial puede obligar a recular, los feminismos han vuelto a romper el silencio y a manifestarse en las redes, en las calles y en las instituciones, logrando formas innovadoras, corrosivas de generar incomodidad y remover las conciencias. El movimiento ha vuelto a demostrar su potencia y ha erotizado el territorio de la discusión política para muchísimas mujeres y disidencias que desafían el orden establecido y se contagian del sentimiento de que incluso ahora, con este gobierno y en plena pandemia, es posible continuar luchando por un horizonte de cambio social. Además de la visibilización de las violencias sexuales que han supuesto los cientos de denuncias públicas, resulta sorprendente asistir a la cantidad de voces femeninas que se han levantado para reflexionar al respecto, realizando análisis que revelan que el campo de producción de debate y conocimiento de los feminismos uruguayos se ha expandido de forma sustancial; basta leer, a modo de ejemplo, la columna de Lourdes Rodríguez en Zur sobre la relación entre izquierda y feminismo1 o la de la abogada Lucía Giudice en el blog Afuera,2 realmente fenomenal, acerca del derecho penal liberal y los límites patriarcales que impiden pensarlo como una herramienta efectiva para luchar contra la violencia basada en género.

Alzamos las voces, compartimos la información, nos escuchamos y formamos, nos contenemos y cuidamos entre nosotres. Es importante reconocer que hemos llegado a algunas conclusiones: nuestros frentes de lucha son amplios y podemos transitar varios caminos a la vez. Por un lado, necesitamos continuar trabajando en el fortalecimiento de los feminismos autónomos, orejanos, populares y comunitarios, que consolidan formas independientes de sostén y autocuidado y batallan contra las barreras sistémicas que nos alienan. Por el otro, debemos brindar respaldo político a las compañeras que, desde adentro de las instituciones, se encuentran disputando los recursos del Estado para reorientarlos hacia los fines que nos resultan comunes, entre ellos, exigir presupuesto para reglamentar la ley que tenemos vigente3 y así enfrentar el corporativismo masculino que resiste dentro del Poder Judicial, reinventando, con profesionalismo y creatividad, maneras de asistencia intermedias que nos protejan más y mejor, y ofrezcan mayores garantías a las que menos recursos tienen.

No se trata de formas de lucha irreconciliables: necesitamos la retroalimentación de todas nuestras estrategias. Más allá de las diferencias, somos muchísimas las feministas que transitamos ambos mundos, los más anarcos y los más formales, además de que las fronteras entre las «independientes» y las «institucionales» son realmente barrosas: ¿una académica feminista, por ejemplo, que cobra un sueldo de la Universidad de la República, puede considerarse completamente independiente de las lógicas de remuneración del Estado? ¿Quién sería más independiente (y de qué), una docente universitaria, una sindicalista o una trabajadora de una ONG?

Tenemos que estar juntas: los puentes que tendemos entre nosotras son, muchas veces, lo único con lo que contamos para resistir el ninguneo y el desprecio que se nos ofrece, a todas, como respuesta. Duele ver, ahora mismo y después de rasgarse las vestiduras por una semana, el silencio que los medios hegemónicos mantienen frente a los casos de varones famosos denunciados por acoso y violación a menores en la cuenta #varonesdelrock, muchos de los cuales, además, se encuentran nominados a los premios Graffiti en un claro signo de reconocimiento público. ¿Dónde está la supuesta condena social a los escrachados? ¿No era que los escraches «arruinaban» la vida de los artistas? ¿Por qué tantas personas –incluso muchas de nosotras– ponen el foco en cuestionar nuestros mecanismos de denuncia en lugar de entender que las agresiones que sufrimos todavía están muy lejos de poder ser combatidas de manera estructural y sostenida en el tiempo, y que para eso necesitamos sí o sí los recursos del Estado? Nos acusan porque, en un Uruguay que parece condenado a observar con resignación cómo se desmoronan sus políticas de redistribución de la riqueza y sus sistemas de contención social, somos nosotras las locas que seguimos gritando, que seguimos dispuestas a luchar para cambiarlo todo. Pero lo cierto es que nuestras vidas siguen sin resultar prioritarias, nuestras argumentaciones continúan siendo ignoradas por el poder y nuestros reclamos tratan de ser acallados con una batería de silenciamientos que llegan desde todo el espectro de la política partidaria: la derecha dice que somos parte de la izquierda, la izquierda nos acusa de hacerle el juego a la derecha. Sin embargo, frente a la constatación cotidiana de nuestras imposibilidades, seguimos empujando, experimentando con nuevos métodos, construyendo puentes generacionales, modificando nuestros abordajes, politizando la vida. Cuando estamos juntas, nuestro movimiento se transforma y alza vuelo. No nos queda otra: tenemos que seguir cuidándonos las espaldas y abarcando, en conjunto, todos los frentes que podamos, para no dar ni un paso atrás.

1. «Empezar a hablar», disponible en: zur.com.uy.

2. «Cuaderno de afuera: no todos los escraches», disponible en: alafuera.art.blog.

3. Recomiendo leer la nota que escribió Azul Cordo al respecto en este mismo número de Brecha.

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