—¿Cómo definís tu nuevo trabajo?
—Es un EP de cuatro canciones que se llama Lo que encontré mirando para adentro. Lo produje yo, lo grabé y lo mezclé. Es la primera vez que ocupo ese rol. La experiencia anterior fue grabando mi disco, que lo grabé con un productor en un superestudio y desde aquel entonces, que fue hace cinco años, siempre algo me detenía para grabar material nuevo. O era el dinero, porque grabar en esas condiciones sale un montón de plata, o eran los tiempos… Al principio no fue muy consciente la decisión, pero estaba haciendo cuarentena y tenía algunas cosas para grabar: un micrófono, una tarjeta de sonido, se me ocurrió pedir prestado un controlador MIDI. Empecé a maquetar estas canciones que iban naciendo y de repente me di cuenta de que me gustaba cómo estaban quedando. Así que este trabajo lo hice sola, aunque sola es un decir. En realidad «sola» no existe; mucha gente me ayudó con su escucha crítica y con la técnica también, porque no es que una de golpe va a ocupar ese lugar que nunca ocupó, alguien te tiene que enseñar, de algún lado tenés que aprender. Recibí un montón de ayuda, todo por videollamada. Al principio me tomaba la cuarentena re en serio, tres meses debo de haber estado encerrada. Pero me rindió para hacer esto.
—Por eso se llama Lo que encontré mirando para adentro.
—Sí, es una mirada hacia adentro. También tiene la particularidad de que son cuatro canciones que tocan temas diferentes entre sí. En Instantes decisivos, que es un disco de cuando era más joven, son todas canciones de amor. Y en estas cuatro hay una que es de amor, una que se trata de una ruptura con una amiga, una que es como una contemplación de la naturaleza, una que es un viaje más introspectivo. Busqué intencionalmente que fueran distintas para sentirme más representada, porque, en aquellas canciones, era sólo un lado el que se veía.
—¿Qué significó ocupar el rol de productora?
—La sensación es de empoderamiento, porque es un lugar que, habitualmente, está ocupado por varones. Fue importante darme cuenta de que podía hacer eso. Creo que el hecho de ser mujer tuvo que ver con haber estado alejada de la técnica, con no haber accedido a ese conocimiento.
—Pero sorteaste esa dificultad.
—Sí, con intuición y pidiendo ayuda. Y también delegando tareas que me sobrepasaban. Hay un piano que grabó una amiga pianista de Argentina, una viola que grabó una violinista de acá que se llama Leticia Gambaro; Fede Blois, otro amigo, grabó una percusión divina… No puedo hacer todo, producir no implica que vayas a hacer todo. Pero sí ocupé el lugar de liderazgo y eso estuvo de más.
—¿Cómo juega la amistad en ese proceso?
—Es todo. Llamé a Fede porque nos queremos mucho, tocamos juntos hace años y siempre me dice: «Bo, lo que haya para grabar o para tocar, llamame». Es un entusiasta de compartir. Entonces, para mí no hubo duda: cuando quise grabar una percusión, era obvio que la iba a grabar él.
—¿Y cómo se construyen esos vínculos?
—Estando disponible.
—Eso no se estudia.
—No. Los vínculos que se forman a través del arte son particulares, porque cuando estás haciendo música, es como si estuvieras desnuda en una cirugía con todo el pecho abierto. Se genera algo mucho más directo que si tenés que pasar por toda esa otra cosa que implica conocerse. A Fede lo adoro y no es que nos juntemos a tomar vino ni nada, tenemos un vínculo que va por otro lado, que es el de compartir la música. Pero es distinto con cada persona.
—Nunca ponemos el énfasis en la técnica de lo humano.
—Esta fue la primera vez en la que la selección de las personas que tocaron respondió más a una cosa vincular y sensible que a quién era idóneo. Anamolí, por ejemplo, que canta en una de las canciones, es una cantautora de Buenos Aires con quien nos seguimos en redes, tocamos juntas sólo una vez. Soy fan de sus redes, me parece hermosa. Con ella, de pronto, no es que seamos tan amigas, pero hay una afinidad emocional fuerte.
—¿Eso se nota en la música?
—Ojalá que sí, yo me doy cuenta.
—En el sistema de tu producción artística, ¿qué lugar ocupa lo que pasa en las redes?
—Le re doy bola; de hecho, hago cursos, me preparo, porque me parece que es un canal de comunicación importante. Mi trabajo es integral, no es sólo las canciones, así que trato de ser muy frontal, muy honesta. Me desvela la horizontalidad en la comunicación por esos medios.
—¿Qué es lo que te preocupa?
—No quisiera, con una imagen que suba o algo que diga, estar respaldando un sistema que oprime a gran parte de la sociedad. Por ejemplo, el que sostiene un modelo hegemónico de belleza. También trato de ser impecable con las palabras, de no perpetuar más ese amor romántico del que se tratan todas las canciones de Instantes decisivos, que no las quiero cancelar de mi repertorio, pero siento que, desde el momento en que las cosas que pienso se reproducen desde arriba de un escenario, tengo la responsabilidad de no reproducir discursos con los que no estoy de acuerdo.
—¿Creés que Instantes decisivos es un disco que trata solamente sobre el amor romántico?
—Sí, absolutamente.
—Ah, yo no.
—¿Cómo lo leés vos?
—Me parece que hay algo en el mecanismo de creación que tiene que ver con distanciarse de la propia obra. A veces hay que encontrar una excusa para hacer algo nuevo.
—Lo que pasa es que ese disco es un primer disco, era mucho más chiquita cuando escribí muchas de las canciones. Hay una que se llama «Vuela, vuela» y tenía, no sé, 17 años cuando la hice. ¡Mi hermana tiene 17! Me dan ganas de generar lapsos más cortos de tiempo entre las cosas que grabo. Ahora saqué este EP que me representa absolutamente en este momento, pero en un año quizás ya no me represente, porque por suerte estoy en permanente transformación. Y bueno, quizás el año que viene esté bueno tener otro…
—Este formato te da esa chance.
—Es más inmediato, tiene que ver con adaptarse a la inmediatez de las redes sociales y del mundo así como es. A veces apesta tener que hacer todo tan rápido, pero también es mi trabajo. No me duele renunciar al disco largo.
—¿Tenés un método para escribir las letras?
—Hago un taller de canciones en el que tengo un método elaborado que funciona, la gente se va con canciones hechas. Pero no lo aplico todo el tiempo. Normalmente me surge una idea, algo que escucho mal, y digo: «¿Qué dijiste?». Y era una cosa común, pero lo que yo escuché estaba como roto. Me gusta cuando se rompe el idioma. Busco disparadores, a veces salgo de un show de otra persona superinspirada y llego a mi casa y escribo cosas. Es muy caótico y cambiante.
—¿Cómo fue la experiencia del carnaval?
—Un descubrimiento personal fue el conocimiento de mi ser política, que antes no había explorado. Mi entrada en la Falta y Resto coincidió con mi contacto con el feminismo, y fue refuerte sentir que también podía hablar de todas esas otras cosas. Es un mundo mágico el carnaval, que tiene cosas que son tan lindas que una no puede creer, y tiene también la oscuridad más profunda y más horrible y áspera. Todo mezclado. Parece exagerado, pero es así, vos sabés.
—Sí, yo sé.
—Igual, fue la época más divertida, hasta ahora, que he vivido. En el escenario, con la murga, pasa una cosa muy fuerte. Es un aprendizaje tener que estar presente en cada escenario, porque cantás cien veces el mismo espectáculo y nunca puede volverse algo automático. Eso es algo que pude trasladar a mis canciones. También descubrí un interés nuevo, que es el de democratizar el acceso a mi trabajo, democratizarlo de verdad. No ir un día a tocar a un barrio y después no ir nunca más: buscar la forma de llegar y quedarse. Hay un sector de la música más independiente que parece un secreto de los privilegiados, sin quererlo realmente, y me pregunto, a partir de la murga y el carnaval, de qué manera romper eso. Me lo sigo preguntando. Mientras te lo digo, pienso: ¿cómo se hará? No sé.