En marzo, cuando se realice el referéndum sobre la Ley de Urgente Consideración (LUC), se producirá un fuerte cambio en el destino del gobierno por los dos años siguientes, que impactará en el ciclo electoral nacional 2024. Es que casi no hay posibilidad de empate (como sucedería si los votos por Sí superaran a los votos por No, pero la ley no se abrogara por efecto de los votos en blanco). Un triunfo del No –es decir, el mantenimiento de la ley– sería un voto popular de confianza al gobierno y potenciaría a Luis Lacalle Pou como hiperpresidente y líder político de la mayoría del país. Un triunfo del Sí supondría no solo la abrogación de la ley, sino un golpe tremendo para el presidente de la república y dañaría a la Coalición Multicolor. En el primer caso, la agenda de gobierno quedaría respaldada y recibiría un gran impulso. En el segundo caso, resultaría popularmente deslegitimada. Para un lado o para el otro, el país cambiará y de manera fuerte. Habrá, entonces, un antes y un después de ese acto electoral.
Si este diagnóstico es correcto, el referéndum se transforma –dicho en términos marxistas– en la contradicción principal. Esta, como definen los teóricos, en el aquí y ahora desplaza temporalmente la o las contradicciones fundamentales. Entonces, para centrar el análisis solo en la izquierda, sin emitir juicio alguno sobre su contraparte, toda la acción debe estar centrada en cómo hacer para que el Sí supere el 50 por ciento del total de votantes y, consecuentemente, debe buscar el debate en los temas que más importan a los uruguayos en el día a día y que resultan favorables a la oposición: los precios de la canasta familiar, el ingreso contante y sonante de los hogares, la pobreza. Es una incógnita el factor trabajo (empleo o por cuenta propia), ya que, en principio, es oscilante o neutro, mientras que el tema seguridad pública es favorable al gobierno y cualquier debate sobre este va en su favor. También va en favor del gobierno –y mucho– el manejo de la pandemia.
La historia enseña que en la alta política, cuando se está ante una cruz de los caminos, importa mucho tener claro el objetivo final, pero también contar con una estrategia nítida y estructurada, y un adecuado manejo de los tiempos. Muchos objetivos se pierden por hacer las cosas antes o después de lo debido. Más de una vez se cometen esos errores porque se invoca la importancia del bien supremo a defender, aunque ese bien supremo se pueda defender más tarde, en otro momento y otro contexto, si es que no concita la esperanza o el temor de los más, o de los más del propio campo, en ese aquí y ahora.
Visto el comportamiento de la izquierda en las dos últimas semanas y vistos los temas puestos en discusión en este lapso, surge la duda de si el diagnóstico que asume es otro. Y si es otro, ¿cuál es? Porque o se considera que el referéndum no es trascendente y su resultado carece de efectos, o que los temas que importan a la gente son diferentes a los señalados en este análisis, o que el Sí puede triunfar se haga lo que se haga o se diga lo que se diga. Y si no se considera eso, entonces hay un problema de ensimismamiento y desconexión con la gente.
El episodio Andrade es altamente ilustrativo, porque permite ver muchas cosas. Uno. La facilidad con que desde los centros de poder se instalan temas menores, pero que resultan impactantes cuando son comprensibles para cualquier ciudadano, muchos de los cuales han sido castigados por la administración por cosas similares: pintar una pared uno mismo sin tramitar la autorización del Banco de Previsión Social (BPS) o pagar la contribución inmobiliaria como baldío de un terreno que tiene techo y paredes. Porque se debe tener presente que hay temas y temas: los megamillonarios contratos del puerto son comprendidos solo por especialistas y, en todo caso, el grueso de la gente hace un acto de fe al creer lo que dicen unos o lo que dicen otros; en cambio, las cosas de la vida cotidiana se entienden a simple vista.
Dos. La facilidad, también, con que la izquierda entra en ese mismo juego. Juega el juego del otro y no el propio. Actúa, como se dice en ajedrez, en zugzwang. Tres. Cómo el invento mata al inventor. Porque hace 17 años no hubiese ocurrido nada, porque lo uno y lo otro contaban con una alta tolerancia de la administración. Por ejemplo, no se perseguía y se elogiaba al grupo de amigos que levantaba una planchada para la casa del vecino, asado y vino mediante. Fue el Frente Amplio el que instaló –con el apoyo sindical– la desconfianza del voluntariado, de que todo lo que no esté debidamente en regla en el Ministerio de Trabajo y Seguridad Social y el BPS constituye trabajo en negro y evasión fiscal. Y para que las cosas se admitan como voluntarias, requieren un procedimiento burocrático. Más aun, se llevó la desconfianza hasta sobre si la militancia partidaria no deviene en trabajo en negro. Cuatro. El olvido del antiguo lema en la izquierda de que un cuadro político o sindical debe dar el ejemplo, y si se equivoca, admitir de inmediato el error y, como mínimo, pedir disculpas. Cinco. Se repite la historia que contribuyó –y mucho– a la pérdida del gobierno, que es, primero, defender la conducta cuestionada y al cuestionado; luego, admitir el cuestionamiento, y, más tarde, cansinamente, sin oxígeno, cuestionar al cuestionado.
Pero, más allá de este episodio, hay un tema de fondo en torno al concepto de poder. Hace medio siglo o más, la izquierda en Uruguay y en el mundo vivía obsesionada con los elementos fácticos del poder, más allá de los resortes institucionales y del poder como sinónimo de gobierno. Basta leer la abundante literatura y los discursos políticos para observar la enorme preocupación por el poder económico y el poder de los medios de comunicación. Ya en el gobierno se pudo observar cómo esa preocupación desaparecía o se atenuaba sustancialmente. O, quizás, se valoró que el poder del gobierno era mayor al real o que con habilidad se podía torear a esos mismos poderes en su propio juego.
Se despreció, además, el manejo estratégico de la comunicación gubernativa, en el cual la actual presidencia de la república exhibe un nivel extraordinario de excelencia. Ello no quiere decir que esté exenta de errores, pero las falencias que se observan no son técnicas, no son comunicacionales, sino políticas. Por ejemplo, parecería un error provocar en este momento un fenomenal empuje en favor de la desmonopolización de los combustibles, a la vez que fisurar la Coalición Multicolor y sugerir que los socios del gobierno (el Partido Colorado y Cabildo Abierto) son, a la postre, los culpables de los tres aumentos consecutivos del combustible por haberse opuesto a esa desmonopolización. El error parecería estar en que instala un tema relacionado con la LUC, como la fijación del precio de paridad de importación, que hace que el movimiento para derogarla encuentre una idea fuerza: la defensa de la refinación nacional del petróleo y, en forma genérica, la defensa de las empresas públicas, lo que permite atar en ese discurso las propuestas de debilitamiento del Banco República en la rendición de cuentas y de ANTEL en la ley de medios.
Es el tiempo en que la izquierda debe definir cuál considera que es la contradicción principal, cuál es el objetivo estratégico, cuáles son los tiempos para cada cosa, cómo instalar su propia comunicación y cómo evitar caer en la táctica adversaria.