El texto que abre Cuentos impensados se titula «Paja brava». En cuanto lo vi recordé los poemas gauchescos que, en 1916, reunió José Alonso y Trelles bajo ese título. La inesperada coincidencia me sumergió en el mundo de Maslíah antes de comenzar la lectura. Trascartón, el enunciado «cuento de terror», que afecta la cualidad de subtítulo, reafirmó mi convicción de que su obra, en apariencia excéntrica a la tradición literaria, es incompatible con los versos del cantor del Tala. Cuando en la trama de «Paja brava» irrumpe el libro del Viejo Pancho, el protagonista –un individuo que no sabe si perdió la memoria o ya no tiene qué recordar– piensa que algunas de esas rimas se vinculan con su situación.
Frecuentado por Maslíah con la naturalidad pasmosa a la que nos tiene acostumbrados, el insólito cruce realza la sensación de extrañeza y abre la puerta a una pesquisa por medio de la cual el personaje intenta recuperar la memoria en tanto el autor acude a la técnica del narrador no fiable, que le rinde superbien. En las páginas que ocupa el relato, la experimentación gráfica reitera obsesivamente las letras manuscritas que prefiguran un código alfabético ultrasecreto y generan la realidad inestable a develar. El uso posmoderno de textualidades que se amparan bajo una estructura de vaivén y repetición es inagotable. A Maslíah siempre le han preocupado los modos en que las palabras pueden usarse para decir cualquier tipo de cosas; seducido por interrogar esas posibilidades, busca explicaciones que abran el cauce a diferentes modos de escritura y de interpretación.
«Paja brava» es el relato más extenso de un volumen publicado por primera vez en 2008: unos 70 textos irreverentes, de naturaleza enigmática y elusiva. La mayor parte está al servicio de una narración cifrada que discute el estatuto del cuento y los sistemas de escritura. Hay también algún poema, un par de guiones de historieta, propuestas teatrales, vínculos musicales y textos ensayísticos: un cúmulo de artefactos retóricos abiertos y desprejuiciados eficaces para poner en cuestión los géneros literarios e interpelar sus márgenes. En una suerte de dialéctica asociativa, la escritura de Cuentos impensados –como toda la obra de Maslíah– convoca el absurdo y la parodia, el humor y la distorsión, las referencias culturales y los juegos de palabras. No aparecen diferencias sustanciales entre su literatura y su obra musical. La nueva edición incluye fotos del autor que pueden activarse a través de una aplicación y permiten escucharlo leyendo algunos textos.
En gran parte de su producción, Maslíah hace gala de un conjunto de lecturas, intereses y experiencias acumuladas que indagan temas lingüísticos y filosóficos. Motivos de «Paja brava» se reiteran en «Juguemos a las palabras», donde la ausencia de hablantes determina que estas, aunque existan y signifiquen, no lleguen a ser dichas.
Cuentos impensados explora las relaciones que pueden establecerse entre ciertos vocablos y una entidad real u otra perteneciente al universo creado por el discurso. A veces un personaje es concebido con el fin de encarnar, en un ser consciente de cualquier tipo, una criatura menos abstracta que ayude a resolver las dificultades que esconden las palabras cuando no existen referencias. Se ve en el paciente de «Circuito cerrado»; el discurso huero de «Candidato»; las relaciones de parentesco entre distintos pensamientos de «A propósito de J.R. Cristián»; la poda de los nombres en «El otro Merengue del señor Klein»; el extraño mundo de «El cottage de Dalesius». En este último caso, Maslíah registra en una nota al pie el inventario de aventuras desopilantes del doctor Dalesius, un personaje dúctil y flexible al que saca jugo en distintos cuentos según las exigencias de argumentos que impiden formalizarlo como un personaje independiente. Puede verse otro modo de incertidumbre en «Comillas (Tribulaciones de Alí)», que señala: «en la vida real, Alí Varela era solo un personaje de historieta, pero en la ficción era un ser humano de verdad».
«Soneto de lectura» propone el tema complejo de la recepción del texto literario. Las expectativas de un hipotético lector no parecen haber sido satisfechas: «no pasó gran cosa», dice la voz poética, «no hubo revelación». En los tercetos finales es interrogado y los posibles motivos parecen ir más allá de lo que la composición tiene para decir: insinúa caminos y trasiegos que redondean el sentido del libro: «¿Habrás perdido el tiempo llevando esta lectura/ a término sin dar con una nueva idea/ o la confirmación de alguna ya madura,/ o acaso estas palabras sin ton ni panacea,/ que lejos de aclarar, mantienen todo a oscuras,/ te dan para pensar, en ellas, aunque sea?». Las respuestas pueden multiplicarse, ya que profundizan la rebeldía y la desconfianza hacia el lenguaje, marca registrada de un corpus abrumador que puede repetirse sin dejar de ser original.