Valeria es de una ciudad pequeña ubicada en un departamento del este del país. En el momento de las entrevistas tenía 43 años. Es de estatura media y tez oscura. Su pelo es negro y crespo, y suele usarlo atado o con un gorro de visera. En su rostro alargado aparecen unas cejas bien finas, depiladas; en ocasiones usa un labial de color rojo claro, pero no otro maquillaje. Tiene las uñas pintadas de distintos colores, según el día. Su vestimenta no destaca particularmente: usa jeans y buzos oscuros, ambos ceñidos al cuerpo; siempre lleva una mochila pequeña, tipo cartera, y en ocasiones otra más grande. Suele hacer chistes y reírse, hacer algún comentario irónico y contar alguna anécdota. Está casada y trabaja informalmente. Desde hace varios años milita en un colectivo por los derechos de las personas trans en su departamento. […]
Los eventos relatados por Valeria referidos a su etapa prepúber resultan algo confusos. Dice que se prostituía con compañeros de la escuela a cambio de útiles. Prostituirse es un verbo que utiliza con frecuencia. A lo largo de los sucesivos relatos, encontramos que los sentidos asignados no son precisos; por el contrario, en ocasiones son divergentes. Con frecuencia aparece asociado a la obtención de objetos materiales a cambio de algo que ella ofrece relacionado con el universo de lo erótico, no necesariamente relaciones que impliquen penetración. Luego dice que a los 13 años tuvo su «primera vez». Lo que hacía antes era «toquetear por encima de la ropa»: «Yo les sacaba plata a los tipos, con chupeada, pajeada. Trataba de hacerlos acabar antes de llegar a eso» (se refiere a la penetración).
Lo que aparece con nitidez es que ella hace algo que a la otra persona le produce cierta satisfacción erótica, por lo cual recibe una retribución, y sólo lo hace si recibe la retribución. También aparecen episodios contradictorios respecto a hombres adultos que «la buscaban». En algún momento habla de un hombre importante amigo de sus padres; en otro, de un vecino. En todo caso, una vez mayor de edad, continuó manteniendo relaciones de sexo pago con ambos. Marca los 13 años como el inicio del intercambio de dinero por relaciones sexuales, actividad que mantuvo hasta los 40 años.
En su adolescencia, dicha actividad le permitía adquirir objetos materiales que le significaban estatus: «Pantalones nevados, walkmans, los mejores marcadores». Estos objetos marcaban una diferencia respecto a sus pares en ese momento. Su valor simbólico superaba ampliamente el material, al punto de servir para compensar y hasta evitar la discriminación sufrida por su condición de «rara» (el término que utiliza para autodesignarse). En el juego de los recursos disponibles para lograr la aceptación social, Valeria les otorga a los bienes materiales el valor que otras le otorgan a la belleza física.
Valeria manifiesta que, cuando comenzó a salir con personas adultas, varias bastante mayores que ella, en un principio la motivaba el hecho de tener sexo. Para una persona como Valeria, a quien el sexo asignado al nacer le prescribía relaciones con chicas, el hecho de mantener relaciones sexuales con hombres adultos probablemente haya constituido un elemento de reaseguro de la identidad sexo-genérica que estaba construyendo, una reivindicación de su condición de «rara». Si tomamos en cuenta la relevancia de la performatividad, en tanto comportamiento reiterativo en la construcción de las identidades sexo-genéricas, podemos inferir que la actividad sexual de Valeria constituía una práctica formativa de su identidad.
Si bien la actividad sexual era buena en sí misma, relata que enseguida vio la conveniencia de exigir una retribución. Se dio cuenta de que, además, a través del sexo podía conseguir dinero u otros bienes materiales, lo cual la entusiasmó. Obtener dinero a cambio de sexo la hacía sentir bien. «¿Acaso valgo tan poco que no me puedan pagar con dinero?», nos preguntaba retóricamente. Cuando comenzó sus relaciones de sexo pago era adolescente y, como ella misma afirma, era una «marica», no estaba travestida. Su pregunta retórica nos recuerda que el sexo pago homosexual es bien diferente del heterosexual. La práctica de prostituirse no degrada al varón homosexual que lo hace […]. El dinero se transforma, de esta manera, en un símbolo de su valor y, además, designa el lugar social que ella está ocupando –y puede ocupar– como adolescente y como disidente sexual.
Describe las prácticas mantenidas con estas personas adultas como «clandestinas», «a escondidas» –hecho que le agradaba–. Al igual que cuando era adolescente y «salía» con los novios de las «conchitas» –por lo que conocía los secretos, aquello que sucedía por debajo de lo público–, ahora también parecía disfrutar de conocer las dobles vidas de algunos hombres del pueblo. Sin duda, esos conocimientos la colocaban en una situación de poder: «Yo antes pensaba eso: si soy tan especial, rara, como para tener relaciones ocultas –porque ellos no te muestran–, entonces, bueno, ponete, pagame el silencio. Y así estamos contentos: vos tenés tu motivación y yo tengo la mía». Varios trabajos sobre el consumo de sexo pago refieren a la importancia de la discreción: parte de la transacción es, justamente, comprar el silencio […].
En algunos casos sus relaciones de sexo pago eran con personas conocidas de sus padres, que vivían muy cerca de su casa.
—A mí me daba ese poder de tener todo lo que yo quería. Yo y mis caprichitos, que no son muchos hasta el día de hoy, porque no soy muy materialista, pero lo que quiero tener lo tengo.
—¿Te daba seguridad eso?
—Me daba poder, el poder de que si yo… No sé, es que era muy diferente esa época, de salir… Es como que si yo acá salgo y veo un libro, me lo puedo comprar. No soy rica, pero me lo puedo comprar. En aquel momento, que tenía 13 años, sentía que era única, que era rara, no conocía otras personas como yo.
El ingreso y la permanencia de un adolescente en relaciones de sexo pago son diversas y multidimensionales. Rostagnol y Grabino […] señalan que, considerando solo aquellos que se realizan de forma más o menos paulatina y en los que el/la adolescente los maneja por si solo, los intercambios de sexo pago le permiten llenar ciertos vacíos y satisfacer carencias de tipo material y afectiva, en algunos casos asentar su autoestima y experimentar su propia sexualidad.2 El ingreso de Valeria a la prostitución parece estar ligado a la experimentación sexual. Al darse cuenta de que podía obtener dinero a cambio de sexo, tomó ese camino. Reiteradamente en su relato se refiere de manera denostativa a quienes lo hacen sin cobrar.
El acceso a bienes materiales es uno de los elementos señalados por Rostagnol y Grabino que hacen a la permanencia, junto con el acceso a espacios que les permiten aumentar la autoestima y cuidar el arreglo personal, todo vinculado con una afirmación de la personalidad. En este caso, está en íntima relación con su identidad de género, su orientación sexual y, además, espacios de contención que no posee en otros sitios y dejan el hecho del abuso –cuando existe– en segundo plano. Como sucede en general, es la demanda la que produce la oferta. Valeria cuenta cómo algunos hombres le «decían y hacían cosas». Esto queda en un terreno nebuloso, que, desde ciertas perspectivas, puede pensarse como prácticas abusivas. Sin embargo, en sus relatos, esas prácticas la conducen a decidir mantener relaciones eróticas a cambio de una retribución material.
En el fragmento transcripto, ella subraya que la práctica de la prostitución le otorga poder. En una situación que buena parte de la sociedad podría calificar como de vulnerabilidad, ella la vive como una situación que le proporciona poder. Esto pone en evidencia la complejidad que entrañan las relaciones de sexo pago y, en tal sentido, la importancia de problematizar la categoría de víctima, especialmente cuando se la asocia a lo pasivo. De acuerdo a sus relatos, Valeria ejerce una agencia sobre sus actos, muy lejos de las nociones de víctima.
En distintas instancias de sus relatos Valeria narra episodios que podrían interpretarse como violentos. Sin embargo, recalca los aspectos positivos, dejando en un plano muy secundario los negativos. Nunca se posiciona en un lugar de víctima; por el contrario, la suya es una posición propositiva y asertiva. Está del lado de la acción, buscando los «beneficios» en esas situaciones que otros entenderían como desfavorables. Definitivamente, en ciertos contextos en los que las elecciones son muy restringidas, las personas toman sus opciones, aun cuando otras consideren que esas opciones las conducirán a situaciones de abuso. Valeria reconoce los abusos, pero no se vive a sí misma como abusada ni como víctima. Eso nos debe llevar a revisar el alcance de las categorías utilizadas para dar cuenta de la realidad. Sin embargo, esto no debe hacernos perder de vista lo estrecho del abanico de posibilidades que se le presentaba a Valeria. La sociedad es muy restrictiva en cuanto a los espacios habilitados para quienes no entran en las normas sexo-genéricas aceptadas.
Valeria manifiesta que en su vida solamente ha mantenido relaciones sexuales a cambio de dinero o en el contexto de un intercambio. No concibe las relaciones sexuales sin que medie un intercambio de algún tipo, negando la posibilidad de realizarlas por otras motivaciones, como ser el afecto o el deseo. En sus relatos se percibe una lógica en la cual mantener relaciones sexuales implica un intercambio obligatorio, en el que dar –placer erótico– y recibir –dinero u otros bienes– se convierten en un mismo acto, en el que no es posible concebir uno sin el otro. Tener sexo sin una retribución no parece estar en su horizonte. Es contundente al afirmar que nunca ha mantenido relaciones sexuales motivada por un vínculo de pareja o afectivo, exceptuando uno en su adolescencia. Hace referencia a haber tenido numerosos clientes asiduos, a los que en ocasiones denomina parejas, y aclara que no eran «parejas de verdad».
La prostitución no solo ha sido la forma de obtener ingresos, sino que también ha conformado su modo de vida y, en cierta forma, una manera de valorarse, pues ella podía «sacarles dinero a los tipos». Esa es la manera en que se refiere: nunca habla de vender servicios sexuales, menos aún de ser explotada. Por el contrario, es quien obtiene algo a cambio. De acuerdo a sus relatos, se siente la ganadora en la transacción. Así, cuando ya abandonó la práctica, menciona: «Extrañaba prostituirme. Seguía mirando a los tipos y, por más que no lo hacía, decía en mi cabeza: “Uh, cómo sería, cuánta plata podría sacarle, qué bueno estaría”. […] [Nunca pensé] que pudiera vivir sin eso. Mirá lo que te digo: yo veía al tipo y le veía el billete, cuánto podía sacarle. Te juro que siempre fue así, siempre».
Por otra parte, las prácticas sexuales ocupan un lugar muy importante en su vida. «Yo soy muy como Christian Grey», afirma, en referencia al personaje de la novela eróticaLas cincuenta sombras de Grey, de E. L. James.
1. Trayectorias trans. Una aproximación antropológica, de Susana Rostagnol y Laura Recalde. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, de la Universidad de la República, y Zona Editorial, Montevideo, 2021. 163 págs.
2. Historias en el silencio. Prostitución infantil y adolescente en Montevideo y el Área Metropolitana, de Rostagnol y Recalde. Unicef, Montevideo, 2007.