En la guerra de Rusia contra Ucrania se menciona cada vez más el nombre del batallón ucraniano Azov. Moscú le atribuye algunos de los ataques en zonas pobladas de Ucrania, como los de Sartana, que se cobraron la vida de expatriados griegos. Mientras, para Occidente y el gobierno griego se trata de ataques aéreos rusos y la invocación del Batallón Azov es otra mentira propagandística para encubrir los crímenes que acompañan su invasión militar. Pero lo cierto es que el Batallón Azov neonazi es una verdadera máquina de guerra formada por una amalgama de jóvenes nacionalistas, nostálgicos de la Alemania de Adolf Hitler, tropas de choque de extrema derecha, violentos aficionados al fútbol y aventureros internacionales, unidos por la «batalla por la verdadera nación».
Se creó como milicia de voluntarios en 2014 tras la violenta anexión de Crimea por Vladimir Putin, con la aprobación del Ministerio del Interior de Ucrania, que pedía voluntarios para luchar contra los rusos. A ellos se unieron miembros de otras organizaciones de extrema derecha y neonazis –desde Patriota de Ucrania y la Asamblea Social Nacional hasta el paramilitar Sector Pravy (Sector Derecho) y el partido Svoboda (Libertad)– que se destacaron en las protestas de la plaza Maidan de Kiev y desempeñaron un papel catalizador en el derrocamiento del gobierno del presidente prorruso Víktor Yanukóvich en 2014, según analiza el periodista canadiense Michael Colborne, autor del libro From Flames to War: el movimiento Azov de Ucrania y la extrema derecha internacional.
Bañado con el Wolfsangel, el símbolo rúnico utilizado por varias unidades de las SS y prohibido en Alemania como símbolo nazi, el Batallón Azov se hizo famoso en el campo de batalla contra los separatistas prorrusos en el este de Ucrania y, a pesar de sus brutalidades, fue incorporado como unidad oficial de la Guardia Nacional de Ucrania. Sus líderes gozan de impunidad, como escribe Colborne, gracias al exministro del Interior Arsén Avákov, considerado «el patrón» del Batallón Azov. Avákov tiene estrechos vínculos con el exdiputado Andriy Biletsky, uno de los primeros comandantes del batallón y el primer jefe del ala política del Cuerpo Nacional, que ya en 2010 declaró que el objetivo nacional de Ucrania es «liderar las razas blancas del mundo en una cruzada final contra los Untermenschen [‘subhumanos’ en terminología hitleriana], empezando por los semitas».
ORGANIZACIONES BENÉFICAS
La Orden de Azov ha ampliado su influencia como movimiento social. En 2016 fundó el partido Cuerpo Nacional, que apenas obtuvo un 2 por ciento en las elecciones parlamentarias de 2019. Creó varias ramificaciones: desde la Centuria, un grupo de ataque de encapuchados vestidos de negro, hasta la Druzhina, la Milicia Nacional, una estructura paramilitar que patrulla las calles.
Ha creado un «organismo civil» para acompañar a los pobres y los adultos mayores, llenando los vacíos que deja la ausencia del Estado, organizando eventos culturales y deportivos, y conciertos de bandas neonazis de toda Europa, dirigiendo campamentos y haciendo «obras de caridad». «Es una forma de superar la resistencia psicológica al nacionalismo, a las ideas de extrema derecha», declaró la secretaria de Relaciones Internacionales del movimiento Azov, Olena Semenyaka, al periódico israelí Haaretz, y explicó que el objetivo de esto es «construir un Estado dentro de un Estado».
Los miembros de Druzhina son considerados responsables de los ataques mortales contra los campamentos de gitanos («escoria desnuda» los llaman) en la primavera de 2018. Sus crímenes contra los separatistas del este de Ucrania y contra «sospechosos» de ser simpatizantes de estos son también numerosos, como se documenta en un informe de 2016 del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, en el que se citan, entre otras, las detenciones en Mariúpol y sus alrededores con torturas, incluyendo descargas eléctricas y violaciones.
El Congreso de Estados Unidos prohibió explícitamente en 2018 que la Orden de Azov recibiera armas, entrenamiento u otro tipo de ayuda de Estados Unidos y la calificó de grupo de odio neonazi. En 2019, 40 congresistas, motivados por el demócrata Max Rose, solicitaron en una carta al entonces secretario de Estado, Mike Pompeo, que la Orden de Azov fuera añadida a la lista de organizaciones terroristas extranjeras, describiéndola como una «red terrorista internacional análoga a Al Qaeda, que ataca a musulmanes, judíos y personas de color». Señalaron que el autor de los atentados de 2019 contra mezquitas en Christchurch, Nueva Zelanda, que se cobraron la vida de al menos 50 personas llevaba el símbolo de la Orden de Azov y dijo en su manifiesto que había recibido formación en Ucrania.
BRIGADA INTERNACIONAL
El movimiento Azov estableció una red política y militar internacional con grupos neonazis de Europa y Estados Unidos. Participó en la Marcha de Hierro, un foro digital neonazi en el que también participó el griego Amanecer Dorado. El foro operó entre 2011 y 2017, y, según el Southern Poverty Law Center, con sede en Estados Unidos, sus miembros estuvieron involucrados en unos 100 asesinatos por odio.
Un reciente artículo de Newsweek comenta que «un año después del 6 de enero (y del ataque al Capitolio) la guerra en Ucrania atrajo a la extrema derecha estadounidense para luchar contra Rusia y entrenarse en el uso de la violencia en casa». La periodista Mariana von Scheller, que ha investigado estas conexiones, dijo a la revista que el grupo supremacista blanco Atomwaffen Division (ahora conocido como la Orden Nacional Socialista) ha enviado a miembros a entrenar a Ucrania, «donde las milicias neonazis han reclutado a partidarios de la supremacía blanca de todo el mundo para que se unan a su lucha contra Rusia y promuevan su ideología racista».
The New York Times el 25 de febrero reveló que los miembros de Azov y sus ramificaciones han publicado en Telegram llamamientos a una «movilización general» internacional, ofreciendo información sobre cómo se puede reclutar voluntarios e información sobre la financiación, convocatorias que ya han sido reproducidas por organizaciones similares en Francia y Finlandia. «La inestabilidad en Ucrania ofrece a los extremistas de la supremacía blanca las mismas oportunidades de entrenamiento militar que Afganistán y Siria han ofrecido a los yihadistas durante años», dijo al Times el exagente libanés del FBI y autor de varios libros sobre terrorismo Ali Sufan, director del Centro Sufan, que investiga temas de seguridad internacional.
CAMBIO DE ESCENARIO
Con el flujo indiscriminado de armas y la llegada de combatientes extranjeros para defender a Ucrania, todo está cambiando y esas armas podrían acabar en una internacional de la extrema derecha armada. Más aún después de que el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, firmara el lunes un decreto por el que se suprime la obligación de visado para los voluntarios que quieran entrar en el país para luchar contra las fuerzas rusas.
«Ucrania tiene un serio problema con la extrema derecha y es hora de hablar de ello», escribió Michael Colborne en un artículo en New Statesman. «Reaccionar como si cualquier mención del problema alimentara la propaganda del Kremlin solo empeora las cosas. Cuando, por ejemplo, las ramificaciones más extremas articulan abiertamente que están haciendo listas de enemigos internos para matar en medio del caos de los primeros días de una invasión rusa, no prestar atención no debería ser una opción. Creo que no es en absoluto contradictorio decir: “Sí, la extrema derecha es un problema en Ucrania, pero en ningún caso justifica las acciones del presidente ruso, Vladimir Putin”», añadió.
Publicado con autorización de Efimerida ton Syntakton. Traducción de Evgenia Michalopulos.