—¿Qué reflexión inicial le merecen los resultados del domingo 27?
—Primero, lo obvio: el favorito era el No y ganó. La ley queda firme. Se estimaba que el Sí estaba creciendo, pero finalmente no le alcanzó. Esos son los hechos. Los 135 artículos impugnados quedan firmes. Lo otro son las lecturas y los impactos políticos que deja este resultado tan estrecho. Hay que ser muy necio para no advertir ciertas cosas: el Sí votó por encima de lo que se pensaba, de lo que estimaban las encuestadoras y los analistas, al tiempo que el gobierno esperaba una diferencia más holgada. Por cierto que nadie juega para perder, pero los balances del resultado y las consecuencias que deja no son una simple anécdota. El Sí votó por encima de sus posibilidades, y ello a pesar de que no fue una gran campaña del Sí en general y de que las asimetrías en términos de financiación y presencia mediática fueron notables. Sorprende, en verdad, que algunos nieguen esto. Los ciudadanos no son tan manipulables como se cree.
—¿Hubo diferencias en las dos estrategias de campaña?
—Digamos que el Sí no tenía un centro, como lo tuvo el No desde la Torre Ejecutiva. La campaña del Sí fue más a impulsos personales y sectoriales, con algunos liderazgos de campaña muy evidentes: nuevamente Fernando Pereira, ahora como presidente del FA [Frente Amplio], Alejandro Pacha Sánchez y Óscar Andrade adquirieron un protagonismo muy importante; también lo hizo Carolina Cosse. José Mujica prácticamente estuvo ausente, recién al final se incorporó, pero poco y desdramatizando la relevancia última de la contienda. Y en Mujica todas las señales son señales políticas. Yamandú Orsi, si bien trabajó el territorio, en toda esta campaña también estuvo distante y tendió a coincidir con Mujica en desdramatizar lo que estaba en juego. Pero, desde el protagonismo primordial de los militantes, el Sí tuvo una votación fuerte, sólida.
—¿Hubo un peso importante del aparato del Estado y de la presidencia en la campaña?
—Sorprendió el incumplimiento absoluto de lo que el presidente dijo que no iba a hacer y que terminó haciendo: esa cadena «encubierta» con el mensaje final del Sí a la vista. Algunos han dicho que esa aparición final del presidente fue decisiva en el triunfo del No. Además de que es imposible de probar, por lo menos como hipótesis habría que manejar la posibilidad de que el efecto haya sido el contrario. A ello se agregó una actuación muy controversial de la mayoría de la Corte Electoral, otorgándole el color celeste y el No a la opción oficialista y fijando la fecha de votación el 27 de marzo, nada menos que entre los dos últimos partidos de la selección en las eliminatorias. En una hipótesis de mínima, resultan decisiones muy difíciles de explicar. Y lo lamento, pues siempre hay que cuidar al máximo la equidistancia y la neutralidad de una institución tan decisiva para el garantismo ciudadano como la Corte [Electoral]. No quiero hablar de intenciones, pero en estos planos siempre hay que ser y parecer.
Para la oposición política y social, fue una campaña corta, en verano, con indisimulables problemas de financiamiento. El gobierno, en cambio, controló y manejó la coyuntura de acuerdo a su estilo, de acuerdo a esa «política del coaching» y a su más o menos conocido y tradicional estilo. En las filas de la coalición, el único que se alejó de ese libreto y marcó perfilismo propio fue Guido Manini Ríos: su debate con Andrade y hasta sus discursos, con la pieza antológica del general retirado en el que se dio el lujo de invocar juntos y convergentes a Artigas, Batlle y Ordóñez, Herrera, Wilson y Pacheco, marcan esa evidencia. En ese contexto, aunque se lo niegue en forma sistemática, el resultado no fue lo que esperaba el gobierno. Y esta sensación se profundiza cuando se ve lo que dijo Manini en el Radisson: «Si seguimos así, perdemos». Para medir ese primer impacto del domingo a la noche, también es claro registrar que el presidente no estaba en modo celebración. Fue cauto en su discurso y sobre todo marcó una agenda que ya estaba. Dijo lo que tenía que decir: «Etapa superada y a las cosas». Pero emergen evidencias concretas sobre que las sensaciones eran otras, y algunos dirigentes y analistas oficialistas tuvieron que aceptarlo.
Fue un triunfo bastante pírrico. El escenario de un gobierno que se sentía plenamente respaldado y con una distancia muy grande respecto a la oposición no se dio. Parece evidente que el 27 el gobierno pretendía avanzar en uno de sus objetivos centrales: confirmar con una victoria contundente un rumbo y persuadir a la mayoría de la sociedad de ello. Y eso no estuvo. Se ha dicho que «el herrerismo tiene que convencer a la mayoría del país de sus ideas», o «tenemos que promover un rumbo que el Uruguay, desde hace un siglo y medio, no termina de asumir». Si le sacás todo el tema de marketing, la guerra cultural y el manejo mediático, Lacalle Pou cree en eso. A veces se le escapa el señalamiento del núcleo del proyecto, por ejemplo cuando habló de la filosofía «de los malla oro».
—Entonces, ¿hubo sorpresa en el oficialismo?
—Reitero: el gobierno esperaba una reafirmación mucho más holgada de un respaldo a su rumbo. ¿Por qué? Porque creo que, una vez que se consolida el hecho inesperado del referéndum, la idea era que con un FA que no estaba nada convencido y con muchas vacilaciones, el escenario les sería más favorable. En general, los analistas planteaban que era un error ir por la derogación de parte de la LUC [Ley de Urgente Consideración]. No obstante, se consiguen las firmas, incluso con una rotundidad inesperada, en plena pandemia. Claro, después venía una campaña cuesta arriba para la oposición, porque la votación era a fines de marzo, al final del verano, sin plata. Parece bastante claro que en el enfrentamiento de todos esos retos hubo un trabajo muy importante de la militancia, de los militantes.
—Los porcentajes de votación son muy similares a los del balotaje pasado.
—La comparación con noviembre de 2019 surge de inmediato. Pero hay que discernir los contextos. Los resultados parecen casi idénticos, pero son dos coyunturas y dos países muy distintos, luego de la pandemia, con todo lo que ha significado, pero también con un gobierno y un presidente muy distintos a lo esperado. El presidente que ganó la elección tenía un liderazgo muy distinto al actual. Era un liderazgo que dentro del Partido Nacional no era tan monolítico, pero hoy se ha comido al Partido Nacional. Existía la presunción de una coalición que parecía que iba a tener un funcionamiento diferente, donde nadie imaginaba un protagonismo tan excluyente del presidente y, sin embargo, es lo que ha ocurrido. Este es un gobierno «radial», con un presidente que protagoniza todos los temas y después están los otros. En octubre de 2019 había incertidumbres. ¿Cómo iba a funcionar esta coalición inédita? ¿Cuál sería el papel del Partido Colorado? Hoy no está alguien que fue muy importante en la definición electoral, como Ernesto Talvi, que de pronto desapareció de la política. También había alguien como Manini, que era una incertidumbre y que en algún sentido lo sigue siendo, pero Manini ha demostrado desde el primer momento que juega estratégicamente y que apuesta todos los boletos a 2024. En la campaña del referéndum y en la semana posterior lo ha ratificado ampliamente y sigue teniendo la llave de la mayoría parlamentaria. En estos dos años ha recorrido todo el país, pueblo a pueblo. Ha demostrado que es un político astuto y que no da puntada sin hilo.
—También se registró un descenso en la cantidad de votantes.
—Aparentemente votó menos gente, en un referéndum complejo contra 135 artículos de una «ley ferrocarril». En determinado momento, para marcar la estrategia del gobierno, Lacalle no tuvo problema en decir que este era un referéndum a favor o en contra del gobierno, fundando su visión en que la gente no conocía los 135 artículos impugnados. Bueno, era el reconocimiento de que la ley había nacido con problemas. Estoy convencido de que una ley de urgente consideración con casi 500 artículos, que modifica 30 leyes, no es un instrumento correcto para gobernar. En técnica legislativa, una de las claves de cualquier ley es que ella sea conocida por la ciudadanía, que esta se empodere para el uso de habilitaciones, derechos y obligaciones. Es un derecho que no se conoce, no se ejerce y se pierde. En una democracia plena, es responsabilidad de todos los actores que el pueblo conozca con veracidad lo que se está jugando. ¿Cuáles son los pasos que siguen? Bueno, la reforma de la seguridad social adquiere, por muchos motivos, centralidad, junto con la reforma de la educación. Se trata de reformas claves e insoslayables. La reforma de la seguridad social ya debería haber sido hecha. Una de las omisiones de los gobiernos del FA fue no haber asumido eso, que es muy difícil, pero que requiere en cualquier hipótesis acuerdos amplios. En ese sentido, si todo sigue igual, esa reforma va a ser muy difícil. Parece de estricta sensatez que para cumplir esa agenda que el propio presidente anunció el domingo algo tiene que cambiar, tanto en la negociación con la oposición como en el propio funcionamiento de la coalición.
—Los resultados en favor del Sí parecen empujados de manera determinante por «el abajo».
—En un momento de desorden del FA, con el cambio de presidencia, con la transición de liderazgos, con una adaptación a un nuevo rol, con una articulación entre movimientos sociales y FA que todavía no está aceitada, con un desafío en torno a ejes territoriales muy grande, el rol de la militancia fue decisivo. En ese contexto, importó mucho el abajo, porque fue un voto que vino precisamente de ese lugar. Lo fue en la recolección de firmas y lo fue el otro día.
—¿El crecimiento de votos anulados puede ser interpretado como un alejamiento de la política de parte de la población?
—Hubo más abstención, el voto en blanco bajó y el anulado subió. Ahí hay señales. Con la abstención, lo que ocurre es que todavía no tenemos certeza de cuán depurado estaba el padrón. Lo que sí es una señal fuerte, porque es un voto muy sofisticado, es el crecimiento de la anulación. Era más complicado anular el voto que el sobre vacío. El voto en blanco estuvo por debajo de lo que ha sido tradicionalmente. El anulado casi que triplicó al voto en blanco y superó el promedio tradicional. De todas maneras, en un referéndum complejo, en el que vota el 86 por ciento de los habilitados y tenés entre voto en blanco y anulado 6 por ciento, creo que todavía los márgenes de antipolítica, si bien existen, son bajos.
—Desde el Sí se insistió con que la discusión era sobre el contenido de los artículos impugnados, pero ¿las dificultades para conocer su contenido no reflejan que el 27 se juzgó la política del gobierno?
—Era bastante obvio que en más de un sentido iba a ser: gobierno sí o gobierno no. Y, en esa lógica, el gobierno esperaba una ratificación mucho más fuerte. Esta victoria, por mínima, no es lo que esperaba el gobierno. Yo estoy viendo ahora a los voceros oficialistas haciendo grandes esfuerzos discursivos para probar que al gobierno le salió todo bien. Pero el oficialismo esperaba otra cosa, en medio de un pleito que era ideológico, cultural, político en el sentido más amplio.
—¿El resultado afecta a la coalición?
—Como he dicho, este Lacalle Pou que tenemos hoy tiene un peso diferente al que tenía en la campaña de 2019. Ha consolidado una idea de gobierno y de poder que, por lo pronto, domina a todo el Partido Nacional. Este partido parece no tener más espacios que los que dirime el presidente. Por otra parte, eso se ve cuando él termina siendo el vocero de final de campaña, jugando al filo. Vuelvo a reiterar que claramente el que marca un perfil diferente es Manini. La noche del 27 dio señales contradictorias a las que dio el presidente y estuvo mucho más cerca de lo que dijo Fernando Pereira que de lo dicho por Lacalle Pou. Manini, aun con contención, ha sido la piedra en el zapato del gobierno. Y puede llegar a serlo más.
Lo que pasa es que la coalición ha funcionado con rareza, porque el presidente, además de protagonizar casi todos los espacios, prefiere hablar unilateralmente con los líderes, pero no juntarlos en una misma mesa. Eso es una acción de mando, de autoridad. Y ese funcionamiento está visto que genera problemas. Me han dicho que en algunos departamentos la coalición no funciona ya como tal. Es toda una señal, más allá de que tampoco hay que exagerar: la coalición ha funcionado mejor de lo esperado. Pero también es cierto que el Parlamento o el gabinete, solos, no siempre generan la síntesis necesaria. Cuanto más se acerque la fecha de 2024, esta coalición, que ha funcionado hasta ahora razonablemente bien, pero que tiene esa tensión, se va a complicar. Y para los actores, sobre todo los que aparecen con una lógica de subordinación respecto a ese mando tan duro de Lacalle, el futuro será problemático. ¿Le hace bien al país y a la coalición que el Partido Colorado aparezca tan desdibujado? Creo que no, más allá de las garantías que le ha dado al presidente el doctor Sanguinetti, desde la secretaría general de su partido.
—¿Qué significados le aporta al FA el resultado del referéndum?
—Para el FA, el significado apunta a una nueva oportunidad de renovación efectiva. El FA sale muy mal de la última campaña electoral. Sale con un problema de conducción, sale con el desgaste de 15 años de gobierno, con liderazgos que han sido fuertes y decisivos en declinación. A ello se suma ese protagonismo excluyente del presidente de la república, que tiene como contrapartida hablar mucho de diálogo, pero con la oposición nada. Recordemos que es también lo que hizo el FA, a mi juicio con estrategias equivocadas. Buena parte de lo que se requiere hoy desde la oposición, desde el gobierno no se hizo. El FA vuelve a tener una nueva oportunidad, para la que muchos méritos no hizo. Tiene un nuevo presidente muy talentoso, con muchas ganas y capacidad, que, sin embargo, se va a echar en falta en la dirigencia sindical. Ahí hay un hueco que el movimiento sindical debe cubrir con rapidez y consistencia.
El FA nació desde una articulación compleja entre movimiento y coalición. La mayoría de la dirigencia no quería entrar en este referéndum. Si lo hubo, fue porque tanto la militancia de abajo, de las organizaciones sociales como del FA empujaron en esa dirección y lo hicieron en un contexto dificilísimo. También el enfrentamiento entre el Sí y el No forma parte de una controversia, no de una guerra, que es ideológica, cultural. Entre otras muchas cosas, ha habido y seguirá habiendo un contraste entre la coalición oficialista (con sus matices) y esa cultura frenteamplista, esa matriz socialdemócrata, progresista, esa concepción de una democracia más participativa. Con los resultados del 27, puede decirse que, luego de una coyuntura muy crítica, esa matriz y esa cultura han dado una señal fuerte de vitalidad. No es poca cosa.
Pero primero que nada hay que pensar en el país y sus demandas. Claro que después del 27 iba a venir el 28. Pero si no hay una inflexión en las formas y en las ideas que este gobierno ha venido llevando adelante hasta casi la mitad de este mandato, no va a haber políticas de Estado. Creo que en algunos puntos el país las necesita de veras y para promover esa inflexión la mano le corresponde al gobierno. Creo sinceramente que la oposición está abierta a negociar políticas sensatas sobre los temas cruciales de una agenda bien difícil. Como un viejo dirigente nacionalista decía hace algunos años: hay cosas que no se pueden hacer contra el FA y que el FA tampoco puede hacer contra los partidos tradicionales. Y esto no es invocar al pantano, al «agua tibia» o al inmovilismo. Vuelvo a dar el ejemplo central de la reforma de la seguridad social, que el país necesita. Es muy difícil que pueda prosperar sin acuerdos amplios.