Las yeguas de la noche es la primera novela de Federico Machado, un autor que surgió a la escena poética montevideana en 2015, con la publicación de un puñado de poemas en la antología virtual de poetas uruguayos ultrajóvenes de entre 15 y 23 años, En el camino de los perros. De hecho, Machado fue uno de los primeros autores antologados y hoy integra el equipo editor que lleva adelante la propuesta.1 El dato importa porque Machado surge cuando el colectivo Orientación Poesía, dedicado originalmente a realizar talleres para estimular la lectura y la escritura de poesía en liceos de Canelones y Montevideo, decide abrir una posibilidad concreta para publicar poesía en una antología digital, siempre abierta y curada por profesores y poetas del equipo o externos.
A esta escena particular se suma el colectivo editorial Sancocho, que casi al mismo tiempo que En el camino de los perros surgió para agrupar editoriales alternativas a la oferta hegemónica del mercado. Dos de las editoriales que lo integran publicaron los primeros libros de Machado: la editorial artesanal de poesía Dios Dorado su primer poemario Pandemia, en 2017, y ahora Pez en el Hielo su primera novela corta. Machado también formó parte de las antologías del Concurso Nacional de Poesía Pablo Neruda, organizado por la Intendencia de San José y la Fundación Pablo Neruda de Chile.
En 2018 Mathías Iguiniz escribió un texto crítico sobre la poesía de Machado en la versión impresa de En el camino de los perros (Estuario, editada por José Luis Gadea, «Hoski»); allí, destaca el uso del nexo copulativo (entre otros recursos) y también el ritmo de su poesía, que se apoye en una «tirada de imágenes» que remiten al automatismo surrealista. Iguiniz señala que el poeta realiza una indagación literaria profunda que no es un «mero transporte autocomplaciente del yo» y que su escritura «retrata el desastre del universo y, de costado, fatalmente, la naturaleza esquiva del ser». En Pandemia, que comienza con una cita bíblica de las Revelaciones, aparecen estos elementos, e incluso el lenguaje se estira hasta la ininteligibilidad para dar origen a esas cadenas de imágenes que destacaba Iguiniz y que también nutren Las yeguas de la noche.
La nueva novela de Machado acumula una tensión entre un yo encerrado en una habitación y un afuera apocalíptico. Una habitación que se llena de bolsas de basura, clausurada al afuera. Un yo que hace memoria («demasiada memoria/ demasiados ácaros en la almohada/ demasiados dientes que devoran la cosecha» escribía en Pandemia) en un mundo exterior que apenas entra por las tablas que ocluyen la luz. El narrador, que no puede ajustarse a un relato lineal de su presente ni de su historia, desperdiga el discurso en un conjunto de fragmentos que, cada tanto, irrumpen en la narrativa y encabalgan imágenes del horror o de la experiencia con distintas drogas. El escenario, pronto lo sabremos, es una isla (las costas, los faros, los laberintos de Pandemia) que el narrador no puede situar con precisión. Está construida «sobre una declaración de principios muy clara: levantar un paraíso moderno en el medio de la nada misma del océano, por fuera de todo límite geopolítico, control legal e influencia humana previa». Este espacio, que es una utopía offshore del empresariado, se encuentra ocupada por traficantes de drogas, armas y personas que van dando forma a la ciudad.
El viaje del narrador a la isla y el encierro son cosas buscadas por él. Su memoria lleva la carga de su participación como mercenario para el «Servicio» en una guerra privatizada, pero también guarda su historia con Adrián, con Medusa, con Franz (con quien dialoga por momentos), y las imágenes de un montón de videocasetes entre los que hay fragmentos del horror. Al final –pero no al final como si se tratara de un cuento lineal que conduce a un remate, sino al final de una serie de oleadas de imágenes de un mundo apocalíptico, desgastado, que el narrador va desplegando fragmento a fragmento–, el libro se cierra con un penúltimo capítulo que es un párrafo de cinco páginas y media sin punto y seguido, un torrente que envuelve la historia en una cadena de asociaciones inesperadas. Solamente por el penúltimo capítulo conviene entrar a Las yeguas de la noche y dejarse llevar, página a página, hasta ese momento que es como una explosión, una oleada furiosa golpeando la costa.
1. El colectivo Orientación Poesía estaba integrado al inicio por Miguel Avero, Santiago Pereira y José Luis Gadea («Hoski»), luego se fueron incorporando poetas que habían participado: Guillermina Sartor, Maite Burgueño, Juan Manuel Martínez, Virginia Finozzi, Romina Serrano, Ivix Pereira, Regina Ramos y Federico Machado.