Jason, ¿por qué se fuga la oscuridad? Promediando el nuevo disco de los Sleaford Mods, se produce el diálogo sellado de punta a punta entre un tipo y lo que podría ser su propia conciencia. Quizás está llenando un crucigrama en el piso de un depósito de autopartes, tarareando el villancico ciberpunk que interpreta primitivamente la última computadora del planeta Tierra. Hablan de alergias a cosas insólitas, de películas bélicas de los ochenta, de videos virales, de celdas de aislamiento. Jason –insiste la conciencia–, ¿por qué se fuga la oscuridad? A juzgar por las 14 canciones de UK GRIM, se trata de una pregunta capciosa: la oscuridad no se fue a ningún lado.
Hay otro problema. Después de escuchar a los Sleaford Mods, casi todo suena como una impostura. Casi todo suena como una careteada. Con su acento de Nottingham modificado genéticamente por la frustración, Jason Williamson hace el escaneo de su aldea y responde las preguntas de sus hipotéticos empleadores caminando sobre la cuerda floja del brote. Aunque buena parte de la crítica se ocupó de vincular al dúo con el punk, acá está pasando otra cosa. La rabia de los Sex Pistols, por ejemplo, era el resultado del primer desengaño frente al mundo adulto. Era juvenil, digamos. Estos tipos ya pasaron los 50 años: su bronca se entierra mucho más profundo. Por eso, para no volverse locos, hacen una música que tiene humor y se puede bailar. Miren a Andrew Fearn. El tipo apoya su laptop sobre un cajón de cerveza, pone play y se dedica a saltar y tomar su pinta de lager. Si ya hizo la música, ¿para qué mierda se va a inclinar sobre el teclado?
Desde su propio título, UK GRIM es el primero de sus discos con una suerte de ambición conceptual. A la manera de los Kinks, Madness o incluso los propios Blur, el dúo armó un mural del Reino Unido en la era del Brexit. A diferencia de los primeros, aquí no hay lugar para la melancolía. Con el acento y la característica velocidad de las East Midlands, estas canciones disparan sobre todo el mundo metiendo una puteada cada tres compases y rascándose la cabeza afanosamente como si tuvieran síndrome de Tourette. Los dardos son realmente venenosos porque Williamson, a diferencia de casi todo el arco del trap, es capaz de mostrarse vulnerable frente a las diferentes formas del amor o las fuerzas entrópicas.
No se salva casi nadie. En «Dlwhy», por ejemplo, se la agarra con esas bandas del under que son capaces de cualquier cosa para pegar un mordisco de la torta. A veces hace un zapping despiadado por los pasillos apocalípticos de la televisión. A veces se burla de todos esos runners que hacen drogas adentro de su propia cabeza para dormir como corresponde. Casi siempre se ríe de sí mismo. En este disco, en particular, la liga casi siempre la clase política. «Muchos de estos políticos no son malvados: simplemente son muy distantes», dijo Williamson en su última entrevista para The Guardian. «Me gustaría decir que no es solo un privilegio de clase, pero lo es. Personas como Boris Johnson, Rishi Sunak están increíblemente aisladas del mundo. No son asesinos en serie, simplemente ignoran a los demás. Tratan a las personas como si les estuvieran pidiendo cambio… “Acá tenés, llevate un poco.” Y, mientras comen su sándwich y miran el celular, les tiran una moneda.»
La música es piel y huesos. Una línea de bajo, un beat, un sinte. Y pará de contar. En lugar de apilar capas, Fearn opera meticulosamente por sustracción. Cada decisión, en ese contexto, es significativa. La frase de piano al final de «Force 10 from Navarone», por ejemplo, es un tanque de oxígeno para salir con vida. «On The Ground» cita la «Quinta Sinfonía» de Beethoven, pero como si la tocara con el joystick de la Atari. Si la base es más pop (en «Right Wing Beast» samplean a Madonna), Jason se pone lo más cerca que puede de una melodía; si la base se ajusta al hip hop («Smash Each Other Up» parece Grandmaster Flash), puede intentar unas barras de la vieja escuela. Jamás, sin embargo, dejan de ser los Sleaford Mods. «Levantamos una bandera por los amateurs porque ese es el lugar al que pertenecemos», dice Fearn. «Yo soy autodidacta y librepensador. Soy un artista de dormitorio. Desde los días de My Space, hay un montón de nosotros dando vueltas por ahí. Y esto es lo que somos ahora.»
En el amanecer de la era de Acuario, un chico pobre podía armar una banda de rock and roll. Y, en la era del Chat GPT, ¿qué pueden hacer dos cuarentones subempleados? Aunque Williamson ya tenía el nombre de la banda y algunas canciones desde 2007, lo que hoy conocemos como Sleaford Mods nació el 14 de octubre de 2010. Una noche, mientras tocaba como soporte de un artista noise de Los Ángeles, bajó hasta el subsuelo del boliche siguiendo el latido de un beat sofocante. Ahí, atrincherado vagamente detrás de una cerveza y su laptop, Fearn pasaba música un poco desentendido de la gente. A su manera, esos dos se estaban buscando.
Con mil bandas horribles en su pasado y trabajos esporádicos en frigoríficos o cadenas de fast food, Williamson estaba a punto de explotar. Era un fan de The Jam y Style Council devenido en fan del hip hop devenido en fan de The Prodigy devenido en fan de la autodestrucción. «Estaba tratando de encontrar un sonido, tomando un montón de drogas y alcohol», dice. «Era realmente muy irresponsable. No era una muy buena persona, nada de lo que pueda sentirme orgulloso. Pero, considerando que no soy muy inteligente, creo que no me ha ido tan mal.»
No suena a falsa humildad. La mayor parte de las personas nos pasamos la vida buscando el agujero del mate y nunca lo encontramos. «Jobseeker», uno de los primeros singles de los Sleaford Mods, concentra ese último estadio de la desesperación en una especie de suite para hombre y computadora. «Míster Williamson, ¿qué ha hecho para encontrar trabajo desde su último contrato a la fecha?», pregunta el empleador. «Me la pasé todo el día en casa haciéndome la paja. Y quiero saber por qué nadie me sirvió café desde que llegué.»
Esto no es una mera catarsis. Esto es otra cosa. Mientras la música de Fearn apura el compás y se llena progresivamente de vacío, la canción hace una escalada que parece conducir hacia la demolición final del Club de la Pelea. Para que no sea un mero balbuceo, Williamson construye meticulosamente este diálogo: por un lado, hay documentos Excel, medidas, requisitos; por el otro, hay puteadas, absurdo, baile. A su manera, a su desesperada, hilarante y heroica manera, la música de los Sleaford Mods es tan poderosa porque es un arrebato. Suena como si estos dos tipos en jogging, demasiado viejos para las redes sociales, les hubieran robado la laptop a los reyes dorados de Tiktok. Lo siento, chicos: es para la causa.