Los tres meses largos que han transcurrido desde el debut del nuevo elenco de gobierno parecen haber sido suficientes para la caída de algunos clichés o presupuestos, presumiblemente neutros, que se difunden como inherentes a la política.
“Vamos a gobernar con los más capaces” es un latiguillo bastante transitado por la clase política a partir de un discurso cimentado sobre una falacia tecnocrática, que lleva a presumir de cierto monopolio del saber en detrimento del rival. En el caso del actual oficialismo, como era de suponer, esa margarita se deshojó ya durante la transición, cuando Luis Lacalle Pou, a partir de la acotada performance electoral del Partido Nacional, comenzó a diseñar una arquitectura partidaria y sectorial destinada a blindar su gobernabilidad. El mosaico multicolor explícitamente buscó la proporcionalidad, aunque con cierta sobrerrepresentación de Cabildo Abierto y el Partido Independiente. Más acá en el tiempo, simultáneamente al imperio comunicacional del coronavirus, comenzaron a conocerse las designaciones tributarias de un entramado de intereses faccionales y corporativos.
La coalición multicolor se sacudió esa pátina reacia al cuotismo al nombrar para los entes a figuras como Julio Luis Sanguinetti y al proponer para el directorio del Bps a una empresaria cabildante cuyo mérito más notorio sería haber integrado Un Solo Uruguay, una plataforma otrora publicitada como apartidaria. Pero en el terreno del saber hacer también hubo reveses. El más estrepitoso para el prototipo del político-Ceo lo ha aportado el cesado presidente de la Corporación Nacional para el Desarrollo, Miguel Loinaz, una baja que –es verdad– no necesitó del empuje de las filas opositoras. Se lo ha definido como excéntrico, pero sus ostentosas declaraciones a Búsqueda (4-VI-20) no hicieron más que demostrar un ideológico desprecio al Estado. Quién podría discutir que el empresario tiene capacidad para hacer buenos negocios (si, al fin de cuentas, su poder adquisitivo le permitió comprarse “la casa de Peirano”), pero qué decir de su eficiencia como servidor público. Está lleno de políticos sin formación específica que han dado la talla para la función pública y expertos técnicos que naufragaron, por eso en política la definición de eficiencia es muy tramposa.
El segundo cliché de campaña despejado sin demasiados traumas es que no se iba a gobernar para las corporaciones. En este tiempo, no han sido pocas las señales a favor del empresariado, y, en todo caso, la corporación –supuestamente favorecida– a debilitar ahora es la sindical o, directamente, la de los trabajadores. No darían las líneas de este texto para reseñar las medidas reclamadas por la Confederación de Cámaras Empresariales que han sido incluidas en la Luc para, entre otras cosas, constreñir el derecho de huelga o criminalizar la protesta. Por otro lado, sin entrar en el detalle del Fondo Coronavirus, las palabras de algunos de los ministros más influyentes, como Carlos Uriarte, y las del propio presidente no pecan de cripticismo: develan un sesgo proempresarial (véase, a propósito, el análisis del historiador económico Luis Bértola).1 La metáfora de los empresarios como los “malla oro” del pelotón, que derramarían bienestar per se, suena inmejorable.
Y se podría seguir. En ocasión de la campaña para anular la ley de caducidad, dirigentes que hoy integran el gabinete, como Jorge Larrañaga, arguyeron que las cosas no se plebiscitan dos veces. No se necesita escarbar demasiado para comprobar que el oficialismo incluyó en la Luc artículos con el mismo espíritu de la fallida Vivir sin Miedo y ha trascendido que podría volver a someter a consulta popular la potestad de los allanamientos nocturnos. Entonces, se demuestra que la vaca ya no tan sagrada de la soberanía popular podría revisarse en el cortísimo plazo y las mayorías sólo serían malas cuando son ajenas. Estos artilugios discursivos profundizan la despolitización en la sociedad, y no se termina de ingresar en la discusión de los modelos en pugna.
EL RETORNO DE LA POLÍTICA. Caídos los mitos del debate pulcro y tecnocrático –y a caballo de los saldos positivos que las consultoras una y otra vez apenas miden en términos de imagen personalista–, el oficialismo deja ver la impronta ideológica de su programa. Quizás, con una audacia, una claridad y una cohesión de las que careció el Frente Amplio.
La coalición gobernante aprovecha esa luna de miel con la opinión pública –en buena parte atribuible al indiscutible solvente manejo de los aspectos sanitarios y científicos de la emergencia– para avanzar con su proyecto, inclinarlo hacia el ala derecha y, en última instancia, erguirse cada vez con menor ambigüedad en la batalla por la hegemonía. Hasta el ministro de Educación y Cultura, Pablo da Silveira, juega fuerte en el plano simbólico al desandar los ceremoniales para un ícono de la izquierda como Benedetti, pero habrá que ver cómo le va con la explicitación de hasta dónde podría llegar la vocación del ajuste del gasto al ejemplificar con la alimentación escolar. Se podrá decir que quizás la audacia discursiva es mucha, pero, en cambio, no se puede objetar que el gobierno esté ocultando sus trazas ideológicas, más allá de endebles citas a Keynes y pasados guiños centristas.
Despejados entonces los clichés de la política que a todos nos une y expuesto el sustrato que abona a la política –que no deja de ser también una lucha por un sentido común hegemónico–, sería deseable que ello fuera asumido en las arenas discursiva y mediática. El proceso de negociación por la Luc llegará a su desenlace en un mes, y entre quienes gustan de los giros deportivos se ha definido el saldo como un empate, en virtud de la eliminación de los artículos más amenazantes para las fortalezas estatales. Pero no debería olvidarse que para el segundo tramo del año se viene la discusión por el presupuesto para todo el período. En esa ley madre no sólo se decide la plata que va para cada cosa, sino que también hay un profuso articulado en el que se incluye material diverso, a menudo opaco y, por suerte, pasible de una digestión menos sumaria que la impuesta por la Luc. Seguramente en esa instancia se verá, a modo de ejemplo, si el nuevo gobierno incrementa el gasto militar o desarticula la reestructura de las Fuerzas Armadas, en una disputa anticorporativa con continuos vaivenes en la historia larga (con un batllismo que tendió a desinvertir en ese rubro, en contra de la postura blanca). La presencia de la corporación militar en la bancada multicolor no será un factor marginal. Otro tanto podrá decirse del presupuesto para la ciencia, porque el gobierno mostró inteligencia al designar cuerpos asesores prestigiosos, pero lo que escribió con la mano podría borrarlo con el codo si finalmente destina monedas para el sector.
El papel del Estado en la economía y la lucha contra la desigualdad podrían llegar a ser un leitmotiv del debate de los próximos años. El gobierno enarbola la eficiencia en el manejo epidemiológico del covid-19, pero podría ser un trofeo traicionero. Es cierto que ha mostrado cohesión y reflejo en una inquietante crisis importada, pero en los próximos meses comenzarán a notarse los resultados de las primeras medidas contra la emergencia social. Y allí sería deseable que no primaran el tono monocorde de los índices de imagen, las tácticas oportunistas a lo Durán Barba y los análisis económicos presuntamente objetivos firmados por think tanks de conocido corte neoliberal. Y que no conservaran un lugar residual otras propuestas surgidas de la Universidad de la República2 que requieren un financiamiento moderado y se apoyan en herramientas redistributivas de largo cuño socialdemócrata.
En definitiva, entraremos en una fase en la que lo que estará en juego será esencialmente político. Porque hasta en un terreno mucho más empirista que el económico, como es la biología, el propio Rafael Radi siempre dejó en claro que en última instancia las decisiones determinantes son las políticas. Así, en la pospandemia, la suerte de las grandes mayorías se dirimirá en el despliegue de las múltiples dimensiones –económicas, políticas y sociales– de ese nuevo modelo, que está en curso y quizás ya ha perdido unos cuantos de los velos que lo nublaban.
1. “Estamos en un proceso muy incierto de cambio en la hegemonía global”, Brecha, 24-IV-20.
2. Por ejemplo, “Estimación del efecto de corto plazo de la covid-19 en la pobreza en Uruguay”, por Matías Brum y Mauricio de Rosa, del Instituto de Economía (Facultad de Ciencias Económicas, Udelar). Disponible en www.iecon.ccee.edu.uy.