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A puro martillo

Sobre “El clavo en el sillón”, el último libro de Esteban Valenti.

El clavo en el sillón. El poder y la crítica, de Esteban Valenti. Sudamericana, Montevideo, 2017. 443 págs.

En la puerta de una librería hay un cartel con una foto de un silloncito casi de tamaño natural. Sus partes acolchadas son celestes, mullidas y capitoneadas, y su estructura, dorada y decorada. Es casi un trono. Lo atraviesa un clavo que apunta hacia arriba, por su tamaño bien podría ser un sable. Esta imagen promociona el último libro de Esteban Valenti. Su título, El clavo en el sillón. El poder y la crítica, invoca una metáfora del tipo “la piedra en el zapato”, la crítica que molesta al poderoso, en su versión fálica.

El operador más predecible y coherentemente progresista anuncia que ha decidido ponerse del lado de la crítica. Su publicación consta de una introducción y diez capítulos, todos los cuales incluyen la palabra “clavo” en su título y están compuestos de un breve texto de presentación y una compilación de columnas. Todos, salvo el primero (“El clavo y los líderes”), son columnas publicadas anteriormente que muchas veces repiten ideas y hasta citas textuales, lo que hace pensar que podría tener bastante menos que 443 páginas.

 

EL CLAVO DEL PASADO. El libro piensa la crítica desde la experiencia vivida de su autor, y muy en particular su vivencia y su rol en la crisis del comunismo, que es una espina (o un clavo) que el autor no ha logrado sacarse en estas décadas. Raramente pasan un par de páginas sin una mención al muro de Berlín y su caída, la Guerra Fría o el marxismo-leninismo. Como tantos ex comunistas que abrazaron al pluralismo progresista con pasión, necesita expiar una y otra vez un pasado en el que levantó banderas rojas, predicando con la fe del converso y usando la oposición de la Guerra Fría entre totalitarismo (comunista) y democracia (liberal) como principal marco para entender el presente.

Diagnostica como grandes problemas de la izquierda uruguaya actual la burocracia, la corrupción y la falta de debate… como en el socialismo real. El texto está decorado con numerosas citas y referencias a Karl Marx, Rosa Luxemburgo y Antonio Gramsci, aunque aclara que sus pensamientos no se pueden usar para interpretar el presente, transformando al marxismo en una marca identitaria nostálgica, en un dialecto del centrismo que conserva algunas palabras de una lengua muerta.

El pasado está presente a lo largo de todo el libro. La obsesión con lo que Valenti considera errores del Mln roza la teoría de los dos demonios y ayuda a enmarcar su diagnóstico de que la culpa de los grandes problemas de la izquierda y del país es del Mln, el Mpp y José Mujica. Su crítica a su propio pasado revolucionario y a las “desviaciones” y “aventuras” tupamaras lo lleva a ir tan lejos que llega a considerar: “Uno de los pocos méritos que tuvo el régimen cívico-militar fue enseñarnos, a la gran mayoría de los uruguayos, a conocernos más, a respetarnos más en nuestras convicciones políticas” (página 100). Es decir, el disciplinamiento dictatorial a los impulsos radicales de la izquierda uruguaya es algo a agradecer por habernos enseñado el pluralismo.

El lugar jugado por el propio Valenti en los temas que piensa y los episodios que narra se cuela permanentemente a lo largo del libro. Su calidad de testigo directo es usada muchas veces como argumento, y la reivindicación o crítica al rol que jugó personalmente es uno de los temas principales del libro. Esto hace pensar que quizás una memoria del autor sería más interesante que la forma como estos trazos autobiográficos se meten en el medio de argumentaciones, y que un texto que narrara su trayectoria como actor de un momento bisagra de la historia de la izquierda sería un aporte más interesante que la republicación de sus columnas de opinión. El texto da ganas de saber más sobre sus encuentros con figuras históricas, las misiones entre Roma y Moscú, el ambiente del exilio en Buenos Aires, las lecturas en el Partido Comunista italiano de los ochenta, las negociaciones de la transición y las discusiones en el comunismo uruguayo durante la perestroika. Pero eso quedará para otra ocasión.

Luego de la introducción, el libro arranca con un ajuste de cuentas hacia cuatro figuras de la izquierda uruguaya: José Mujica, Tabaré Vázquez, Danilo Astori y Rodney Arismendi. Allí desarrolla algunas críticas y principalmente habla de su relación con cada uno de ellos, por ejemplo, pasando factura por no haber sido invitado a los actos de toma de posesión y comentando que “en dos oportunidades” hubiera retado a duelo a Mujica. Así, se narra lo político desde el lugar del insider, se trasmite una idea de la política como intriga palaciega, como virtud o defecto de las grandes personalidades, postulando desde allí una defensa ideológica de la política tradicional y de los políticos.

 

EL CLAVO IDEOLÓGICO. La ideología que se desarrolla en el libro es un social-liberalismo progresista. La libertad y la democracia son el centro del problema, y son el marco en el que se entienden la igualdad y el rechazo a la explotación, proponiendo una “civilizada lucha de clases” y exaltando la civilidad de Uruguay y su clase política. Se trata de un texto que busca hacer una intervención en el plano ideológico, intentando disputar la identidad de la izquierda, pero con contenidos típicamente centristas. Podemos ver cómo opera la fábrica de ideología progresista, que termina por llamar izquierda al centro y centro a la derecha. Esto está sustentado en una operación de híper simplificación histórica, que encuentra la genealogía de la izquierda en la revolución francesa, y la de ésta en la Ilustración, en una línea directa que va de D’Alembert a Marx a Astori.

Valenti actúa como el ello de Astori. Si bien su coincidencia ideológica es total, mientras el ministro debe mantenerse tranquilo y dar certezas, Valenti puede mostrar pasión, ponerse colorado y clavar clavos afilados. Se presenta a sí mismo, de hecho, como una expresión, una interpretación y una posible canalización del descontento con el estado del Frente Amplio y del país. Este descontento es descrito por Valenti como un rechazo al despilfarro, a la burocracia y a Raúl Sendic. No a la destrucción del medio ambiente, la esencialidad, los Tlc, las idas y vueltas con el aborto y la impunidad: a Sendic.

Algunas de las críticas de Valenti son agudas y necesitan ser escuchadas a pesar de estar escondidas entre la maleza centrista que cubre todo el libro. Que alguien tan cercano al poder denuncie corrupción en las más altas esferas del gobierno, y señale la cooptación de los funcionarios atornillados a los cargos, los vínculos con empresarios y la debilidad teórica de la izquierda partidaria no es algo menor. El problema es que enmarca estas debilidades en términos de virtudes o defectos personales y de deterioro moral. Si hay algún problema ideológico, en todo caso, es la insuficiente reivindicación de la democracia y la libertad. El abandono de las prácticas, los valores y el proyecto socialista no registra en el mapa. Los cuestionamientos profundos al modelo económico y la orientación política, tampoco.

Este libro, entonces, no habla expresando el desencanto como tal, sino construyendo un desencanto específico que busca canalizar el malestar, subordinándolo a la agenda del autor.

Y desde allí se propone una agenda en la que los sueños de socialismo son sustituidos por otros: Valenti nos invita a delirar con una mayor productividad en la generación de alimentos, con una mayor prosperidad (en la que no habría pobreza, pero tampoco se igualaría hacia abajo ni se repartiría por igual), con una sociedad en la que la inmensa mayoría de la gente sea de clase media y los espacios públicos sean bellos, lleguen inversiones de fábricas de celulosa, se extienda el riego, se lleven adelante Ppp para construir infraestructura, se haga la reforma educativa de Fernando Filgueira y Juan Pedro Mir, y se reduzcan el personal y los costos del Estado.

Así, la crítica termina por ser un giro de 360 grados, en el que los clavos que incomodan a los poderosos les hacen darse cuenta de que… el gobierno y los inversores están yendo exactamente por el camino correcto y que el problema son los que han trancado sus iniciativas. Extraña forma de formular el descontento.

Valenti necesita huir de su pasado, reivindicarse de cuando fue obsecuente y no se animó a criticar. Se siente liberado por poder ser honesto después de una década de oficialismo rabioso. Pero está atrapado en el tiempo, como un personaje trágico que, tratando de escapar de su destino, vuelve exactamente al mismo lugar: criticar sin criticar, usar la palabra “crítica” para repetir exactamente lo que debe decirse para que nada se mueva. Algo importante se juega en la oposición del subtítulo del libro, entre “el poder” y “la crítica”. Entre esos dos queda claro cuál fue el elegido por el autor.

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