La película de 1999, El proyecto Blair Witch, probablemente haya sido una de las más sobrevaloradas de su momento. En una época en que el terror mainstream se encontraba en total decadencia y que recurría torpemente a monstruos, asesinos seriales o maldiciones baratas, esa película cayó muy bien al público y a la crítica, seguramente por apelar a un terror psicológico más minimalista, sugerido y de bajo presupuesto. Los directores Daniel Myrick y Eduardo Sánchez propusieron un falso documental que les costó 60 mil dólares y que acabó recaudando centenares de millones alrededor del globo, y se convertiría en un referente para directores tanto amateurs como profesionales. El found footage de filmaciones con cámara al hombro pasó a ser una constante.
Pero mucha agua ha pasado debajo del puente, y el horror psicológico estadounidense evolucionó muchísimo. El cine de terror asiático aportó un sinfín de recursos para dosificar suspenso y sobresaltos con mayor precisión, y nunca un falso documental hoy generaría las dudas de aquella Blair Witch original, recubierta de un aura –muy bien explotada por el departamento de marketing– de que aquello que se mostraba podría haber ocurrido realmente.
Otra vez se presenta aquí1 una de esas historias en las que documentalistas improvisados se ven sorprendidos por una maldición real, y en las que emprenden corridas desesperadas con cámaras que continúan filmando aleatoriamente, para dar justo con la amenaza corpórea en el clímax final. Si acaso el espectador no estuviera cansado de esto, los primeros cinco sobresaltos ocurren de manera similar: uno de los personajes se le aparece bruscamente al otro, justo en los momentos de mayor expectación y suspenso. Y no lo hacen como broma: simplemente no se dan cuenta de que sus compañeros están tan aterrorizados como ellos y se les ocurre aparecérseles de golpe, ruidosamente y sin aviso previo.
Además de que las actuaciones son pésimas, de que no existen personajes y que los diálogos carecen de sustancia, gracia o el más mínimo interés, todo lo que podría llegar a ser bueno se encuentra muy mal explotado, por lo que los climas generados por el bosque, la casa abandonada y sus túneles subterráneos quedan en la nada, sin aportar elementos nuevos. Pero además el guión es profundamente confuso (siguen spoilers); todo parecería apuntar a que la bruja vive en una dimensión diferente a la nuestra, en la que se puede viajar en el tiempo, y que además el bosque da vueltas sobre sí mismo (¿?). Al parecer, la bruja también es capaz de emular la voz de cualquier persona, por lo que puede hacerse pasar por otros para engañar a sus víctimas. Haciendo un esfuerzo para asumir todas estas premisas, las cosas podrían hasta tener cierto sentido, pero a veces la exigencia de suspensión de la incredulidad se torna excesiva.