Stephen Hawking, el astrofísico británico que ayudó a comprender un poco mejor el universo, falleció un 14 de marzo al igual que otro teórico que no se conformaba con explicar el mundo sino que pretendía transformarlo, Carlos Marx.
Considerado el padre del comunismo y, más importante aún, el padre de sus seis hijos, a este prusiano nunca lo distinguirían como el padre del año ni como el empleado del mes o el campeón del siglo, pero llegó a ser elegido como el mayor pensador del milenio.
Aunque sus aficiones desde muy joven fueron la política, la filosofía y la literatura, su padre le señaló que no se podía vivir sin trabajar y lo obligó a estudiar derecho. Porque tampoco era cuestión de que se matara laburando.
En la Universidad de Bonn, Carlos no logró interesarse por las leyes pero sí por las bebidas alcohólicas. Fue a estudiar derecho y se desvió al punto que llegó a unirse al Club de la Taberna de Tréveris, una asociación de bebedores de la que llegó a ser presidente en una elección que ganó en la primera “vuelta”.
Hasta entrado en la edad adulta, Carlos Marx siempre se las arregló para vivir de lo que más quería: sus padres y su esposa.
También aceptaba la colaboración de su buen amigo, el también filósofo y revolucionario alemán, Federico Engels, heredero de una próspera industria textil.
Engels llevaba una doble vida. De día dirigía una empresa y de noche conspiraba como revolucionario para acabar con el capitalismo.
Cuando la mujer de Marx enfermó, una amiga de la familia se ofreció para cuidar a los niños. Tenía una excelente relación con ellos, en especial con Carlos, con quien tuvo un hijo. Se acercó a dar una mano y terminó ofreciendo mucho más que eso. Más que el movimiento de la clase obrera, a Marx lo atraía el movimiento de una obrera con clase.
Para evitar un conflicto familiar, Marx esperó a la noche y habló con su amigo. El hijo fue reconocido por Engels como propio. Sólo les faltó plantar un árbol, ya habían compartido el libro y un hijo.
Con el Manifiesto del Partido Comunista, el segundo libro más vendido de la historia, ya se perfilaban como la pareja más importante de la filosofía política.
Fue en sus cartas a Engels, donde Marx dejó constancia del mal doloroso e incómodo que lo afectaba: los forúnculos.
Pasando en limpio las 1.200 páginas del manuscrito de El Capital, terminó escribiendo de pie debido a una erupción de forúnculos en su trasero.
Al leer la obra, Engels le hizo notar que los granos habían dotado a su prosa de un tono excesivamente pesado.
“En cualquier caso, espero que la burguesía se acuerde de mis forúnculos hasta el día de su muerte”, respondió Carlos.
Así como están los que sostienen que Napoleón perdió la batalla de Waterloo por culpa de las hemorroides, no falta quien atribuye el comunismo a los forúnculos de Marx. De todas maneras, Carlos haría historia por lo que tenía en la cabeza y no por lo que había en sus muslos.