En las elecciones federales del próximo domingo hay una ausencia omnipresente: la de Angela Merkel. Hace casi tres años, en octubre de 2018, la canciller hizo un doble anuncio: dejaría la presidencia de su partido y no se presentaría a una nueva reelección. La decisión no fue sorpresiva. Antes de las pasadas elecciones, en 2017, cuando fue electa por cuarta vez, Merkel ya había coqueteado con esa idea, pero la irrupción de Donald Trump en el escenario geopolítico internacional y el crecimiento de la ultraderecha en Alemania la hicieron cambiar de opinión.
Ahora la decisión está tomada y resulta excepcional que una de las principales líderes del mundo deje su cargo sin que una crisis política, un problema de salud o una elección perdida la obligue a hacerlo. Además, en el caso de Merkel, su retiro llega cuando el 66 por ciento de los alemanes dice estar conforme con su trabajo y todo indica que si fuera candidata llevaría a la Unión Demócrata Cristiana (CDU) y a su partido hermano de Baviera, la Unión Socialcristiana (CSU), a una nueva victoria.
Incluso para el sistema político alemán, acostumbrado a que sus figuras se retiren, el alejamiento voluntario de Merkel tras más de 30 años como diputada en el Bundestag y 16 años al frente del Ejecutivo federal ha causado un enorme vacío. Es la primera vez desde 1949 que un canciller –en este caso una canciller– en funciones no se presenta a la reelección. El vacío dejado por Merkel no es sencillo de llenar. Sus posibles sucesores enfrentan el desafío de no quedar a la sombra de esa imagen que tanto les gusta a los alemanes: sobria en sus formas, pragmática en sus ideas y competente en su trabajo.
LLENAR EL VACÍO
Armin Laschet se convirtió en el candidato de la CDU/CSU tras una larga lucha interna. Primero tuvo que lograr los apoyos para hacerse con la presidencia de la CDU en una interna áspera y reñida. Pospuesta casi un año por la pandemia, la decisión llegó en enero de 2021. En ese momento las encuestas le daban a la CDU/CSU una intención de voto del 35 por ciento. Luego tuvo que pulsear con Markus Söder, el líder de la CSU bávara, por la candidatura unificada de los conservadores a la cancillería. Si bien Söder recibía un amplio apoyo entre los dirigentes de segunda y tercera línea de la CDU y despertaba mayor simpatía en el electorado, las figuras democratacristianas de mayor peso respaldaron la candidatura de Laschet.
Armin Laschet (Aquisgrán, 1961) creció en un hogar católico cerca de la triple frontera entre Alemania, Bélgica y Países Bajos. Su padre era minero y su madre se encargaba del hogar. Estudió derecho en Múnich y fue miembro de Aenania, una fraternidad estudiantil de perfil católico y muy conservador. Trabajó como periodista en radio y prensa hasta que en 1994 fue elegido diputado federal. También fue eurodiputado y ministro regional de Integración, Mujer y Familia. Desde 2017 es jefe de gobierno en Renania del Norte-Westfalia, el estado federado más poblado de Alemania.
En la primavera boreal, cuando Laschet finalmente se puso el traje de candidato, la intención de voto a la CDU/CSU había caído al 29 por ciento. A pesar de pertenecer al mismo sector centrista que la canciller y de reivindicar con entusiasmo su legado, el candidato conservador no lograba hacer pie y se mostraba incapaz de evitar la fuga de los llamados «votantes de Merkel». A esos casi 6 millones de votantes –el 10 por ciento del padrón–, que en las elecciones pasadas decidieron su voto en función no de un partido, sino de la candidatura de la mandataria, Laschet debía prometerles continuidad. Al mismo tiempo, tenía que mostrarse como una opción renovadora para aquellos ávidos de cambios después de 16 años de merkelismo. Un mensaje difícil y contradictorio, que el candidato, desgastado por más de un año de enfrentamientos internos, no lograba articular.
EL DESTELLO VERDE
Ante la debilidad de la candidatura de Laschet, no resultó sorpresivo que los primeros en superar a la CDU/CSU en las encuestas fueran Alianza 90/Los Verdes (B90/GRÜNE). En los últimos años los ecologistas han afinado un discurso atractivo para los votantes moderados, caracterizado por una nítida visión de futuro, convicciones claras que permiten su identificación y las reivindicaciones clásicas del progresismo cauteloso (véase «De verdes a maduros», Brecha, 25-V-18). Además, el clima es el principal tema de preocupación de los alemanes desde hace varios años, solo superado por la covid-19 durante los meses más intensos de la pandemia. Es «la tarea de nuestro tiempo, la tarea de nuestra generación», ha dicho en varias ocasiones Annalena Baerbock, la candidata verde, refiriéndose al cuidado del medioambiente.
Nacida el mismo año que su partido, Annalena Baerbock (Hannover, 1980) se crio en Schulenburg, un pueblo al sur de Hannover. Hija de una pedagoga y un ingeniero mecánico, estudió ciencias políticas y derecho en Hamburgo. Después de cursar un máster en derecho internacional en Londres, trabajó para una eurodiputada de los B90/GRÜNE en Estrasburgo y luego como asesora del grupo parlamentario ecologista en el Bundestag. Fue electa diputada federal en 2013 y, tras renovar su banca en 2017, se convirtió en la portavoz de los B90/GRÜNE en materia de política climática. En 2018 fue elegida para presidir el partido junto con Robert Habeck.
El adelantamiento verde a la CDU/CSU duró un par de semanas y el 26 por ciento de intención de voto que alcanzaron los B90/GRÜNE en las encuestas de mayo fue apenas un destello. Puestos en el foco de la opinión pública y la prensa, tanto la candidata como muchos dirigentes de segunda línea mostraron descuidos y debilidades. Después de varias semanas de tropiezos, intentaron retomar la iniciativa para hacerse con una parte de los «votantes de Merkel». Sin embargo, para ir por esa porción del electorado no basta con dominar el tema del clima en la agenda pública. En la fase más álgida de la campaña los B90/GRÜNE no han conseguido salir del bucle y solo han hablado del clima.
LA OPORTUNIDAD SOCIALDEMÓCRATA
El vacío dejado por Merkel, la debilidad de los democratacristianos y la oportunidad perdida por los ecologistas configuraron un escenario inmejorable para que Olaf Scholz, el candidato del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD), esté a las puertas de liderar el próximo gobierno de la primera economía europea. En el comienzo de la fase final de la campaña, el SPD superó a los B90/GRÜNE en el segundo lugar de las encuestas y sobre finales de agosto se colocó por encima de la CDU/CSU.
Hace apenas un año, cuando Scholz se convirtió en el candidato, la situación era muy diferente. En ese momento el SPD tenía un sombrío 14 por ciento de intención de voto. Los ocho años como socio minoritario en el gobierno de Merkel y las disputas internas habían desdibujado el rol del partido socialdemócrata más antiguo de Europa y lo habían despojado de confianza (véase «Problemas de identidad», Brecha, 21-VI-19). En 2019 el ala moderada del SPD, con Scholz como candidato, perdió la presidencia del partido con la dupla conformada por Norbert Walter-Borjans y Saskia Esken, quienes representan posturas mucho más de izquierdas. Sin embargo, Scholz se movió rápido y mostró su experiencia negociadora y su profundo conocimiento de las entrañas socialdemócratas para lograr que la propia cúpula del partido lo propusiera como candidato.
Olaf Scholz (1958, Osnabrück) creció en un suburbio de Hamburgo. Sus padres eran trabajadores de la industria textil. Miembro de la Juventud Socialdemócrata desde los 17 años, estudió derecho e hizo carrera como abogado laboralista. En 1998 fue elegido diputado federal por primera vez. Entre 2002 y 2004 fue secretario general del SPD y luego ministro de Trabajo y Asuntos Sociales en el último gobierno encabezado por esa formación. Tras la derrota de Gerhard Schröder y el comienzo de los gobiernos de Merkel, volvió a ocupar su banca en el Bundestag. Desde 2011 fue alcalde de Hamburgo hasta que en 2018 se convirtió en ministro de Finanzas y vicecanciller federal.
A diferencia de lo que había pasado en las últimas campañas electorales, el SPD llegó a la contienda con una paz y una cohesión interna inesperadas. La buena convivencia entre el candidato moderado y la cúpula izquierdista, lejos de ser un problema, sumaba una fortaleza. «Los socialdemócratas moderados de hoy son más de izquierda que los izquierdistas de hace diez años, porque en los últimos años el consenso económico-ecológico se ha desplazado hacia la izquierda», apuntaba hace poco el periodista Robert Pausch en el semanario Die Zeit. Hoy en el SPD nadie parece tener dudas de que el salario mínimo debe subir, de que el crecimiento económico a través de la desgravación fiscal genera injusticia social y de que el precio de los alquileres no puede controlarse solo con una mayor oferta (véase en este número la nota de Carmela Negrete).
LA RECTA FINAL
En la recta final del verano europeo y también de la campaña electoral alemana, las encuestas se estabilizaron con el SPD, la CDU/CSU y los B90/GRÜNE en el podio. Con el tiempo agotándose, la campaña de Laschet cargó contra la posibilidad de que Scholz formase gobierno con ecologistas y con los poscomunistas de Die Linke (La Izquierda). Un manotazo de ahogado que no ha surtido efecto. Incluso la propia Merkel en su última comparecencia en el Bundestag azuzó el fantasma de un posible giro radical a la izquierda y marcó su negativa a negociar con Die Linke como una «enorme diferencia» entre ella y Scholz. Por su lado, la negativa del candidato socialdemócrata a descartar esa coalición, pese a la insistencia de los democratacristianos, ayuda a mantener la paz interna del SPD, por un lado, y a tener una opción más sobre la mesa a la hora de negociar la formación de gobierno.
Según los últimos sondeos de la consultora INSA, publicados el sábado 18, el próximo domingo los socialdemócratas (SPD) recibirán el 25 por ciento de los votos; los democratacristianos (CDU/CSU), el 22 por ciento; los verdes (B90/GRÜNE), el 15 por ciento; los liberales (FDP), el 12 por ciento; la ultraderecha (AFD), el 11 por ciento, y los poscomunistas (Die Linke), el 6 por ciento. Si estos porcentajes se ratifican en las urnas, la fragmentada integración del Bundestag llevaría a que el próximo gobierno tuviera que conformarse por una coalición de tres partidos. Si bien a nivel regional la mitad de los estados federados son gobernados de manera tripartita, a nivel nacional sería la primera experiencia de ese tipo tras la reunificación.
Por un lado, la fragmentación hace que la formación de gobierno sea compleja y su estabilidad posterior, endeble, pero, por otro lado, abre un abanico más variado de posibilidades. Nunca ha habido tantas opciones de coalición como en esta ocasión. De las posibles, la más probable es la encabezada por el SPD, con B90/GRÜNE y el Partido Democrático Liberal (FDP) como socios minoritarios. Consultada por la prensa en este sentido, la candidata ecologista se ha mostrado abierta a participar en un gobierno liderado por Scholz. Por su lado, Christian Lindner, el líder liberal, insiste en que su partido prefiere gobernar con la CDU/CSU. Sin embargo, en las últimas semanas ha ido allanando el camino y, si bien explica que socialdemócratas y verdes «tienen muchas miradas distintas a las nuestras», aclara que, en el caso de recibir una «oferta atractiva», el FDP participaría en un gobierno tripartito encabezado por los socialdemócratas con los verdes como segunda fuerza.