Algunas reflexiones sobre Gaza - Semanario Brecha

Algunas reflexiones sobre Gaza

1. Israel está cometiendo un genocidio en Gaza. En pocos meses, mató a algo menos del 2 por ciento de la población, demolió buena parte de las residencias, destruyó el sistema de salud y está causando deliberadamente una hambruna. A esto, para demostrar la intención genocida, debemos sumar las declaraciones de las mayores autoridades políticas israelíes, que llaman directamente a cometer crímenes de guerra, como cuando el ministro de Defensa, Yoav Galant, dijo a sus tropas: «Los libero de todo límite […], estamos peleando contra animales humanos», o cuando el presidente, Isaac Herzog, dijo: «No es cierta esa retórica de que los civiles […] no están involucrados». Estas declaraciones, entre otras, son citadas por el fallo de la Corte Internacional de Justicia de enero, que entiende que hay evidencia suficiente de que existe un «riesgo real e inminente de que se produzcan daños irreparables» a los derechos consagrados por la Convención de Prevención y Castigo al Crimen de Genocidio. Israel no cumplió con las medidas exigidas por la Corte.

2. Esta semana, el fiscal de la Corte Penal Internacional (CPI) pidió una orden de arresto contra el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, y el ya mencionado Yoav Galant, acusándolos nada menos que de exterminio, de usar el hambre como método de guerra, de negar ayuda humanitaria y de atacar deliberadamente a civiles. La CPI también pidió la detención de los dirigentes de Hamás Yahya Sinwar y Mohammed Deif, considerados los autores intelectuales del ataque del 7 de octubre del año pasado.

3. Israel dice que lo que está haciendo es responder a ese ataque, que, efectivamente, fue terriblemente violento y sangriento, matando a unas 1.100 personas (es decir, 30 veces menos gente que la respuesta israelí). Es cierto que la guerra no empezó de la nada con la invasión israelí a Gaza, pero tampoco empezó de la nada el 7 de octubre. Gaza, un diminuto territorio con 2 millones de habitantes estaba casi totalmente bloqueado hacía diez años (tomémonos un segundo para pensar lo que eso implica), mientras el resto de los palestinos, en Cisjordania, Jerusalén Este e Israel propiamente dicho viven bajo un sistema de represión, discriminación, limpieza étnica y saqueo sistemático, que incluye miles de detenciones arbitrarias, pogromos y expulsiones para dar paso a colonos en territorio ocupado. Si fuera válido el argumento moral de que esta conducta no amerita un ataque como el del 7 de octubre, más aún debería aceptarse que ese ataque no debería ser respondido con un genocidio.

4. El Estado de Israel nació como consecuencia de una combinación entre la forma en la que el colonialismo británico administró las tierras que venían de ser parte del Imperio otomano; el genocidio nazi contra los judíos y otros grupos, y la emergencia, luego de la derrota nazi en la Segunda Guerra Mundial, de un orden que tiene a los derechos humanos como uno de sus núcleos ideológicos. La contracara de esto es que los palestinos, en la Nakba, pagaron el pato por la masacre que hicieron los europeos. Y los israelíes fueron asumiendo el triste papel de ser la avanzada militar del imperialismo estadounidense en Oriente Medio (Sanguinetti llama a Israel «la trinchera de Occidente»). Hace unos días, insólitamente, el embajador israelí trituró la carta de las Naciones Unidas en plena asamblea. Que el Estado que nació, en teoría, como garantía de la no repetición del genocidio esté él mismo llevando a cabo un genocidio muestra la decadencia del orden internacional que nace de la derrota fascista. Que los fascistas de todas partes sientan que pueden volver a levantar la cabeza, e incluso ganar elecciones, también.

5. En la discusión uruguaya sobre lo que pasa en Gaza, muchos prefieren, en vez de denunciar el genocidio, debatir sobre la «cultura de la cancelación» y la pertinencia de la protesta. Recuerdo cuando, en el liceo, nos enseñaban sobre el Holocausto, planteando la pregunta: ¿cómo es posible que el mundo pueda permitir semejante atrocidad? La interrogante, en aquel momento, producía desconcierto y extrañeza. Hoy puedo ver cómo no solo es perfectamente posible, sino que lo presenciamos en tiempo real.

6. Cuando alguien protesta contra el genocidio se le acusa automáticamente de antisemitismo. Superficialmente, la acusación se agarra de un hecho evidente: en la medida que Israel se considera a sí mismo el Estado nación del pueblo judío y tiene la estrella de David en su bandera, es fácil decir que protestar contra Israel es odiar a los judíos. Esta forma de plantear la cuestión tiene por lo menos tres problemas. El primero, que, si la aceptáramos, implicaría un cheque en blanco a Israel para hacer cualquier cosa sin que se lo pueda criticar. El segundo, que habiendo ido a varias marchas por Palestina en Montevideo no vi allí expresiones de odio religioso o étnico a los judíos: es necesario tergiversar radicalmente el discurso del movimiento de solidaridad con Palestina para decir que su carácter es fundamentalmente antisemita. El tercero, que borra la existencia de miles de judíos que, en todo el mundo, rechazan las acciones de Israel y que, en muchos lugares, han debido soportar la represión por manifestar ese rechazo.

7. La conducta de Israel tiene algo de autodestructivo. Un país pequeño, que necesita el apoyo del sistema internacional para existir, se ha burlado de todos sus aliados y las normas del sistema. Por razones geopolíticas, esos aliados todavía no le sueltan la mano. Pero un cambio de los vientos de las políticas de alianzas globales podría cambiar esa situación. La irracionalidad israelí es parcialmente comprensible: un pueblo que viene de siglos de persecuciones funda un Estado para escapar del continente de sus verdugos y, allí, se encuentra una vez más con la violencia. Devenir un Estado nación hizo a una parte del pueblo judío una máquina militarizada y paranoica, que hizo del trauma y la victimización1 una ideología. Lo que no lo hace, por cierto, menos irracional ni menos criminal. Pero sí lo hace más trágico.

8. El éxodo bíblico fue usado, por incontables movimientos populares de todo el mundo, a lo largo de milenios, como una metáfora de los padecimientos y las esperanzas de los pueblos oprimidos que buscan salir de esa condición. La persecución y la discriminación de los judíos habían producido siglos de solidaridad entre una parte de este pueblo y muchos movimientos revolucionarios. Los judíos eran una minoría que, insistiendo en su diferencia, se negaba a asimilarse en la homogeneidad opresiva de la Europa cristiana y formaba cientos de intelectuales y militantes para los movimientos herederos de la Ilustración radical. El odio reaccionario a los judíos, así, no es difícil de explicar. Pero últimamente las cosas han cambiado. Si en 2013 Enzo Traverso2 reflexionaba sobre el fin de la modernidad judía, hoy las cosas se pusieron mucho más oscuras. La estrella de David es levantada por ultraderechistas y fanáticos religiosos como Bolsonaro o Milei. Es difícil prever lo que este vuelco histórico-ideológico puede producir en la cultura de Occidente.

9. Israel se ha dedicado a dinamitar la posibilidad de una solución de dos Estados. Cada vez más explícitamente, admite que nunca va a aceptar la existencia de un Estado palestino. Entre Israel propiamente dicho, Gaza y los territorios ocupados, se estima que viven unos 7.500.000 judíos y unos 6.700.000 palestinos. En los hechos, Israel domina la totalidad de estos territorios, imponiendo un complejo sistema de ciudadanías de segunda clase, zonas liberadas y fragmentaciones territoriales. Su política se orienta a la construcción de un Estado nación judío en la totalidad de esos territorios. El problema para este proyecto es que tal cosa es imposible estando ahí tantos millones de palestinos. En este hecho se encuentra la macabra racionalidad de la política de apartheid, limpieza étnica y genocidio de Israel. La masacre es la única forma de hacer realidad el proyecto de la élite israelí. Y el apartheid, la única forma de administrar una población a la que nunca va a admitir como legítima habitante del territorio. Así lo explicó hace pocos días el ministro de Seguridad Nacional israelí, Itamar Ben-Gvir: «Debemos hacer dos cosas: una, ¡volver a Gaza ahora! […] ¡volver a nuestra tierra sagrada!; dos, alentar la salida voluntaria de los residentes de Gaza. ¡Es ético! ¡Es racional! ¡Es verdad! ¡Es la Torá y es el único camino! ¡Es humanitario!».3 Invito, a quienes tengan dudas de que existe un proyecto genocida, a que vuelvan a leer estas palabras, dichas por una alta autoridad política.

10. ¿Qué postura tomar, entonces? Una parte de la cuestión debería ser sencilla: denunciar el genocidio. También, la solidaridad con los palestinos, la protesta y la búsqueda de acciones, en todas las escalas, para detener el genocidio, incluyendo el boicot, la desinversión y las sanciones. No es fácil imaginar futuros vivibles en esa parte del mundo, pero es urgente. Futuros que tienen que implicar alguna forma de convivencia entre quienes la habitan, al mismo tiempo que de devolución y reparación hacia quienes fueron despojados, lo que va a implicar enormes esfuerzos de invención política de parte de todos los involucrados. Resuena algo dicho en 1929 por el físico judío Albert Einstein (citado por el filósofo judío León Rozitchner en 2009, en ocasión de otro ataque israelí a Gaza): «Si nosotros nos revelamos incapaces de alcanzar una cohabitación y acuerdos con los árabes, entonces, no habremos aprendido estrictamente nada durante nuestros dos mil años de sufrimientos y mereceremos todo lo que llegue a sucedernos».4

1. Este problema es trabajado por Sarah Schulman en su libro El conflicto no es abuso: contra la sobredimensión del daño, Paidós, 2023.

2. Enzo Traverso, The End of Jewish Modernity, Pluto Press, 2016. Hay versión en español del Fondo de Cultura Económica: El final de la modernidad judía, 2014.

3. «Does Israel’s Netanyahu have a plan for a “day after” the war on Gaza?», Al Jazeera, 16-V-24.

4. «“Plomo fundido” sobre la conciencia judía», Página 12, 4-I-09.

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