El año pasado se cumplieron 100 años del nacimiento de María Celia Martínez Fernández, más conocida por su nombre artístico, Amalia de la Vega. Con el apoyo de Ibermúsicas y Agadu, la producción artística de Nicolás Demczylo, Federico Lima y Fabrizio Rossi, y la participación de una importante cantidad de músicos, entre los que se destacan las dueñas de las 12 voces que interpretan las canciones, el Mec editó este disco de homenaje a la cantante arachana.
El
sustantivo “tributo”, en español, se refiere a algo más parecido a un impuesto
que a un homenaje. Sin embargo, el Mec
decidió dejarse llevar por la reinante anglofilia y llamar al disco de esa manera.1
Las músicas que prestaron sus voces para estas versiones son (por orden de
aparición en el disco) Clara García, Eli Almic, Ana Prada, Florencia Núñez,
Laura Chinelli, Samantha Navarro, Yisela Sosa, Marihel Barboza, Maia Castro,
Carmen Pi, Alfonsina y Estela Magnone. Los instrumentistas y arregladores son
de primer nivel; la lista es larga y por ello sólo destaco la participación, en
un par de canciones, de Hilario Pérez, que en su larga carrera supo ser
guitarrista de la propia Amalia.
Lo primero que hay que destacar es la libertad, algo irreverente, con que se encaró este trabajo. Hay versiones que recuerdan a las originales y hay otras que son recreaciones totalmente independientes. Por ejemplo, la canción “Año nuevo” (décimas escritas por la escritora y médica tacuaremboense Sylvia Puentes de Oyenard) fue totalmente reconstruida, se le cambió la melodía y hasta se rapeó alguna parte, en el “surco” asignado a Eli Almic (en el que, además, se escucha la voz de Amalia sobre el final de la canción). Otro caso: la milonga “Mate amargo” (cuya letra también está en décimas, en este caso de Tabaré Regules) es cantada por la conocida cantante tropical Marihel Barboza, y cómo no: a ritmo de plena. Otras versiones caen más bien en un formato que podría definirse como una mezcla de pop con cantopopu, o vaya uno a saber. Finalmente, hay casos en que algunas inflexiones vocales y –especialmente– los arreglos de guitarra evocan directamente a las versiones originales, sin caer nunca en la imitación pura y lisa.
Lo
interesante de todo esto es que a uno le dan ganas de escuchar a la propia
Amalia; un poco para recordar cómo eran sus versiones y otro poco por
escucharla, nomás. Queda rarísimo todo ese repertorio criollo, de letras
floridas y muy bonitas, interpretado de maneras tan diversas; no recuerdo un
antecedente tan extremo. Pero resulta que, además de recordar a la homenajeada,
este disco termina haciendo lo mismo con todos esos creadores y creadoras (la
propia Amalia musicalizaba, muchas veces, los textos que cantaba), cuyas obras,
juntas, conforman un cancionero sólidamente homogéneo. Y uno queda realmente
admirado de cómo ese cancionero, tan asociado al canto rural de cierta época,
puede tolerar versiones tan estrepitosamente lejanas sin perder un ápice de
naturalidad. Eso es mérito de todas las personas que participaron acá, claro,
pero también de las canciones en sí.
Tiene este disco, por lo tanto, varios y diversos valores, y me gustaría pensar
que al menos algunas de estas canciones se integrarán al repertorio habitual de
quienes aquí las interpretaron.
1. Tributo a Amalia de la Vega. Mec, Dirección Nacional de Cultura, 2019.