Es muy fácil empatizar, desde el vamos, con este proyecto de rescate natural que propone Federico Ruiz Santesteban (Lagomar, 1980). Conceptualmente, ¿quién no ha cantado en silencio interior esta Oda a las malas hierbas?1
Partiendo desde la máxima de Emerson «Maleza es una planta cuyas virtudes aún no han sido descubiertas», Ruiz observa las malezas (¿bienezas?) que crecen a la vera de calles y caminos en los otrora balnearios de Ciudad de la Costa, cada vez más ciudad y menos costa. Entonces, descubre esa suerte de resistencia radical (el adjetivo es adrede) de los vegetales que soportan las condiciones de un entorno hostil, abriendo grietas en el pavimento, trepando muros descascarados por los últimos baldíos. Afirma el artista: «Soy parte de ese entorno y fui testigo directo de sus mutaciones, producto de lo que fue considerado el crecimiento demográfico más grande de Latinoamérica». No sólo la ciudad crece y barre o intenta barrer con la flora y la fauna silvestre. También hay una terminología y una concepción del mundo «civilizado» que rodea a estos seres empedernidos y busca eliminarlos con un sentido higienista de dudosa razón social: «Cualquier planta es una maleza si insiste en crecer donde el agricultor quiere que crezca otra planta. Se trata de una planta que está fuera de lugar, según el criterio de una persona, pero según el buen criterio de la naturaleza está perfectamente en su lugar». Esta otra máxima de Edwin R. Spencer se lee en la propuesta expositiva.
Pues bien, las intenciones poéticas sostienen este Herbario, pero de intenciones y de naturaleza no solamente está hecho el arte, sino también de artificio. Aquí es donde interviene el sistema de revelado fotográfico que incorpora el soporte vegetal y que ya nos había sorprendido en El extraño caso del jardinero (otro bioproyecto de 2016). Una operativa fotográfica cuyas derivaciones plásticas y gráficas hubieran hecho las delicias de un Gastón Bachelard, de haberlas conocido, claro, y el filósofo francés hubiera escrito un tratado al estilo de La poética del espacio y lo habría titulado seguramente La imaginación vegetal, o algo similar. Porque un mundo de posibilidades se abre a esta técnica que Ruiz ha sabido desarrollar con destreza y economía de medios.
Desde una perspectiva plástica, la imagen se construye por acumulación y superposición, las texturas cuentan. Hay una visible redundancia de las hojas sobre las hojas reveladas. Pero el todo es más que la suma de las partes y esa redundancia produce otra cosa, otro valor: ambigüedades. Si el revelado fotográfico es un proceso luminoso per se, el resultado aquí es más bien umbrío, como penumbras de bosque. En algunas obras, como en Margaritas de Piria reveladas en hojas de campanita, perduran los verdes malvas y musgos del soporte vivo, en diferentes entonaciones. La serie de «Los dientes de león revelados en hojas de cartucho» posee algo animal en sus contornos, aves que se presumen en sus formas lanceoladas, como picos o alas. En los revelados sobre hojas de achiras casi se pueden palpar las rugosidades de los papiros que nos remiten a una escritura arcaica.
La variedad de las texturas, las ambivalencias de los signos y la riqueza insumisa de las formas vegetales libran al proyecto Herbario de caer en un exceso de sensibilidad. Las huellas de la vida que dejaron las plantas no son siempre apacibles. Se agradece la oscuridad en esta oda, más allá incluso del valor apologético de su canto.
1. Herbario. Oda a las malas hierbas. Museo Zorrilla.