Aquel acordeón - Semanario Brecha
Chango Spasiuk en Montevideo

Aquel acordeón

El sábado 3 de setiembre tocará en el Auditorio del SODRE Horacio Eugenio Spasiuk. Así se llama. Pero es probable que si en la calle alguien corea su nombre, ni se inmute. Por eso, sencillamente: Chango.

DIFUSIÓN

El hombre nació en la ciudad de Apóstoles en 1968, en la provincia de Misiones, extremo nordeste de Argentina y punto de convergencia con Paraguay y Brasil. Ahí, de algún modo, la lengua se parte en tres. Pero, sobre todo, es el punto cardinal del chamamé. O sea, no había manera de que ese gurí rubión descendiente de ucranianos llegados a toda la zona del litoral argentino hacia comienzos del siglo XX no encontrara en esa música su educación sentimental. Algo así como una patria.

Fue allí que mamó puertas adentro ese combustible difícil de conseguir: su padre, además de carpintero, despuntaba el vicio como violinista y cantor aficionado; algo similar ocurría con sus tíos. Y también puertas afuera: en fiestas y encuentros desperdigados por toda su ciudad natal y más allá. Un arrime lento pero seguro a esa música. A fin de cuentas, no era algo prestado. Le pertenecía. Un mandamiento no dicho pero heredado y hecho carne.

Fue a los 11 que tuvo su primer acordeón. Un regalo de su padre. Ese mismo que en algún momento vendió; el mismo que, hace poco menos de 15 años, fue encontrado por unos amigos que se lo trajeron nuevamente a la mesa. Estaba maltrecho. Un lutier hizo lo propio y ahí está: de cuando en cuando sube a algún escenario con él. De sus primeros vínculos con el instrumento ha dicho en repetidas ocasiones que los tempranos desvelos se debían al olor y a los colores. El olor a naftalina, porque era común que los acordeones se guardaran en los roperos. Los colores brillantes, el nácar, los blancos marfil de las teclas, los contrastes de los tonos del cuerpo, del fuelle en sí.

En enero de 1989 debutó en el escenario de la Plaza Próspero Molina en el histórico festival folclórico de Cosquín, en la provincia de Córdoba. Obtuvo el premio revelación. Semejante espaldarazo del festival de música popular más importante de Argentina –que aún mantiene visos y vicios conservadores– lo eyectó a grabar su primer disco, publicado ese mismo año. Un primer hito, quizás, para un jovencísimo Spasiuk. Le siguieron Contrastes (1990), Bailemos y… (1992) y La Ponzoña (1996). Pero, de algún modo, el nudo de la madera de su obra se puede encontrar en esa serie que alista a Polcas de mi tierra (1999), Chamamé crudo (2001), Tarefero de mis pagos –sonidos de la tierra colorada– (2004) y Pynandí-los descalzos (2009). Con lo que cuesta armar un full. Buscó en las canciones y los compositores tradicionales de la música de su lugar –polcas, chotis, chamamé– y se desarrolló como autor en una lengua propia reconocedora de esa lengua madre, guiado por la expresividad y no por el puro virtuosismo. El oficio y esa música legada lo llevaron al encuentro personal con una tonada tradicional, festiva.

«Escenas de la vida en el borde», «Mi pueblo, mi casa, la soledad», «Tierra colorada», «El camino», «Panambí (mariposa)», por nombrar apenas algunas, resultan paradas inevitables de gran parte de ese riquísimo cancionero. En 2014 editó Tierra colorada en el Teatro Colón, registro en vivo de su primera presentación en la prestigiosa sala lírica junto con su sexteto y también acompañado de la Orquesta de Cámara Estación Buenos Aires. ¿Basta una canción como muestra? Eligió cerrar ese concierto con Libertango, de Astor Piazzolla.

A la distancia, aquel Polcas de mi tierra puede ser pensado en diálogo con una obra central en la música argentina: De Ushuaia a la Quiaca1 de León Gieco y Gustavo Santaolalla. En su desmesura –tiene 36 tracks, hay canciones pero también testimonios, tomas en vivo, fragmentos de charlas; en fin, historias– se cifra su búsqueda: dar cuenta de manera documental de la tradición musical de los inmigrantes ucranianos en la provincia de Misiones. A su modo, Polcas de mi tierra trazaba un mapa posible de una música anterior al chamamé. Era ir un poco más atrás en la historia. Vale decir, entonces, que se trató de un segundo hito.

Acordeón, guitarras, percusión, cuerdas frotadas. Ese es el combo tímbrico que define y cruza su música. El centro tonal anida ahí. Y el resultante de esa ecuación es una música tupida, arborescente, cargada: así suenan los discos de Chango. Puede ser un chamamé picante o una tonada más lenta o apocada: siempre hay algo frondoso alrededor. Un río que va. Pero, si bien su música es centralmente el chamamé, también hay que pensar a Spasiuk como un hacedor de tonadas más cosmopolitas.

La imagen es casi siempre la misma. Chango aparece desde uno de los costados del escenario, camina lento –como si sus pies rezaran–, ya con el acordeón encima. Se acomoda en la silla, abre una manta sobre sus muslos y luego es el mundo el que comienza a expandirse y ser contado desde allí, casi sin mediar palabras.

Hay nombres, pesos pesados, influencias en las que Spasiuk se referenció. Pero, más temprano que tarde, estampó su propia rúbrica y engrosó las listas. Esa general, que contiene la riquísima y enorme historia de la música popular argentina, y también, a nivel particular, la que reza los más importantes nombres del universo del chamamé. A saber, apenas algunos entre tantos: Mario del Tránsito Cocomarola, Isaco Abitbol, Ramón Ayala, Teresa Parodi, Ramona Galarza, Rudi y Nini Flores, Raúl Barboza, Los Hermanos Núñez. Y también los nombres de quienes vienen después para continuar con su linaje: Lucas Monzón, Hernán Crespo, entre otros.

Desde 2007 y durante seis temporadas condujo la serie documental Pequeños universos (se emitió en televisión a través de TV Pública y Canal Encuentro). Allí entrevistó a músicos, músicas, compositores de todo el país y de la región, enfocándose en los folclores de cada lugar. Tenía un porte, un andar, un habla casi zen para preguntar, callar y dejar decir a los demás. Hoy día se lo puede escuchar todos los sábados de 9 a 10 horas en el programa Enramada (Nacional Folclórica 98.7 de Argentina), en el que ahonda la exploración y el gusto por la música argentina y regional.

Al repasar sus obras más importantes acaso se obvió decir que Pynandí es de una belleza casi enloquecedora. Música popular, buen gusto y hondura, instrumentación camarística, rigor académico. Spasiuk volando cada vez más alto como compositor, ya no solo como instrumentista e intérprete.

Sus últimos trabajos lo encontraron junto a otros, repasando materiales dispersos. Por caso: Otras músicas (2016) es un compilado de distintas obras y canciones que el músico escribió y compuso por encargo, de 1999 en adelante, para películas, obras de teatro, cortinas de televisión, cortos, documentales. Allí, además de los compañeros de casi siempre –por ejemplo, Marcos Villalba en guitarras y percusión y Juan Pablo Navarro en contrabajo–, aparecen los pianistas Diego Schissi, Popi Spatocco y Bob Telson, considerados por el propio Spasiuk referencias ineludibles. En 2018 editó junto con Chancha Vía Circuito (proyecto de folclore, cumbia y electrónica del argentino Pedro Canale) Pino europeo. El pulso de ese trabajo no es tan genérico y su acordeón está puesto, sobre todo, al servicio de la experimentación, de ciertas texturas, de pasajes electrónicos, percusiones. Se revisitan, además, algunas canciones de Spasiuk, sobre todo de Polcas de mi tierra. Esa obra merecía una celebración. Lo último hasta el momento es Hielo azul, tierra roja (2019) junto con el guitarrista noruego Per Einar Watle. A esta altura, es inminente la aparición de un nuevo trabajo que se va a llamar Eiké.

Una eventual tarjeta de presentación seguramente llevará escrito: Nombre: Chango Spasiuk. Instrumento: acordeón. Género: chamamé. Aunque no le haría total justicia. El chamamé es un punto de partida, a partir de allí el panorama se abre. Dicen que lleva un acordeón entre manos. Es verdad. Pero también es cierto que a veces lleva su corazón, y es así que suena.

1. Disco triple, editado en 1985, en el que se recopilaron canciones y tonadas típicas de cada región de Argentina, que fueron grabadas en vivo con músicos oriundos de cada lugar. Un cuarto disco se editó en 1999.

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