«Dios es uruguayo.» La frase se popularizó entre la oficialidad del Ejército durante dos décadas de participación uruguaya en la operación de paz de la ONU en la República Democrática del Congo (RDC). Fueron muchas las situaciones muy complejas y peligrosas que los cascos azules uruguayos habían logrado superar indemnes. Es más, hasta hace unos días, ninguno había muerto ni había sido herido en combate.
Pese a que los terribles antecedentes de la atormentada historia del Congo no permiten abrigar ilusiones, es de desear que el alto al fuego en Goma se mantenga y no se produzcan nuevas bajas en el contingente compatriota desplegado en la RDC. No puede obviarse que los efectivos uruguayos han quedado en una ciudad dominada por la milicia del Movimiento 23 de Marzo (M23), que opera con el apoyo activo del Ejército de Ruanda. Unos días atrás, la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en la República Democrática del Congo (Monusco, por sus siglas en francés), que los cascos azules uruguayos integran, combatió contra el ahora triunfante M23, junto con las tropas de las Fuerzas Armadas de la RDC (FARDC). A fines de enero, las FARDC capitularon ante la ofensiva desatada por el M23 y las tropas ruandesas. Una parte de esos efectivos cruzó la frontera, otra se perdió en la selva y el resto buscó refugio en la base uruguaya de la Monusco.
EL PRINCIPIO DE NO INTERVENCIÓN
En realidad, parece que la frase sobre la relación entre Dios y los uruguayos tiene algo de cierto. Particularmente, desde que el Consejo de Seguridad de la ONU modificó el mandato de la MONUC (Misión de las Naciones Unidas en la RDC), creada en 2001, para transformarla, en julio de 2010, en la «robusta» operación de imposición de la paz, la Monusco. En cumplimiento de la resolución 1925 del Consejo de Seguridad, la Monusco fue autorizada a «utilizar todos los medios necesarios para llevar a cabo su mandato relativo, entre otras cosas, a la protección de los civiles, el personal humanitario y los defensores de los derechos humanos bajo amenaza inminente de violencia física, y a apoyar al gobierno de la RDC en sus esfuerzos de estabilización y consolidación de la paz». Dicho de forma más llana: los cascos azules de la ONU quedaron autorizados a utilizar su armamento para proteger a la población civil y apoyar al gobierno contra grupos armados.
Más recientemente, la resolución 2765, adoptada en diciembre pasado por el Consejo de Seguridad, autorizó a los cascos azules de la Monusco a «desarrollar operaciones ofensivas focalizadas […] para neutralizar grupos armados, a través de una efectiva Brigada de Fuerzas de Intervención». Esto implica no solo actuar en defensa propia o de la población civil, sino emprender operaciones militares de combate por iniciativa del comandante de la Monusco. De lo que se transcribe hasta aquí, traducido de la web oficial de la misión en el Congo, se desprende claramente que los soldados uruguayos desplegados en la RDC están mandatados por el Consejo de Seguridad de la ONU para participar en operaciones de combate.
LA SITUACIÓN EN EL TERRITORIO
Son muy escasas las noticias que la opinión pública uruguaya recibe acerca de la verdadera situación en Goma, capital de Kivu Norte. Según se sabe, una vez logrado el control militar de la ciudad y su aeropuerto, los combates cesaron y el M23 ahora domina el escenario. Allí se encuentra la base de la Monusco que ocupa el contingente uruguayo, lindera al aeropuerto de la ciudad. No es necesario ser un estratega para comprender que en un país enorme, con pésimas vías de comunicación terrestre, el aeropuerto es una locación cuyo control es absolutamente vital. Por ello, el enfrentamiento militar entre las FARDC, apoyadas por la Monusco y la Misión de la Comunidad de Desarrollo de África Meridional en la RDC, y el M23, con apoyo ruandés, fue encarnizado allí particularmente.
En una entrevista publicada esta semana por El País de Madrid (4-II-24), la directora adjunta de la Monusco, Vivian van de Perre, describía así el presente en Goma: «Es un caos. No hay agua, no hay electricidad, no hay instalaciones médicas, no hay internet… También hay mucha delincuencia. Hubo una fuga de la mayor prisión de la ciudad y escaparon 4 mil reos. En esa prisión había unos centenares de mujeres. Fueron violadas y se prendió fuego el ala femenina. Esas mujeres murieron».
También contaba que «estamos dando cobijo a 2 mil personas en nuestro cuartel general y en las bases militares de Goma y sus alrededores. Se trata de civiles y también funcionarios gubernamentales, agentes de Policía y militares congoleños, que vinieron a nuestras bases en busca de protección». Según afirmó, en las instalaciones de ONU no existe capacidad para alojar a tanta gente, por lo que deben dormir y hacer sus necesidades en cualquier lugar, lo cual plantea riesgos sanitarios serios, ya que no se cuenta con suministros médicos ni alimentos suficientes. Y aseguró que hay unos 1.000 cadáveres abandonados en las calles de la ciudad y que son centenares de miles las personas desplazadas en la región.
RAZONES Y ORÍGENES DEL CONFLICTO
En 1961, luego del asesinato del primer ministro electo, Patrice Lumumba, la ONU desplegó una operación de paz en el Congo. Fue la primera que debió hacer uso de la fuerza. En ella también murió, en sospechoso accidente, su secretario general, Dag Hammarskjöld. Lumumba había sido electo al concretarse la independencia del Congo, en 1960 (véase «Lumumba, el héroe congoleño de las independencias de África», Brecha, 22-I-21). En enero de 1961, estando bajo protección de la ONU, Lumumba fue apresado y ejecutado por un pelotón de fusilamiento belga en el marco del movimiento de secesión de Katanga, una conspiración de la CIA y el gobierno de Bruselas con la complicidad activa del jefe del Ejército congolés, Joseph Mobutu, quien se apropió del poder y lo ejerció hasta 1997 con el inquebrantable apoyo de las potencias occidentales. Habiendo rebautizado al país como Zaire en 1971, Mobutu fue destituido por Laurent-Desiré Kabila, que gobernó, también despóticamente, hasta 2001.
El tráfico de esclavos, primer mecanismo de saqueo, perduró 400 años en el Congo. Luego, entre 1885 y 1960, bajo dominio belga, el proceso de explotación colonial alcanzó niveles de crudeza incalificables. Posteriormente, mientras fue posible, Occidente extrajo las riquezas del Congo sin límites ni medida. Sería imposible intentar un recuento de las masacres y la expoliación sufridas por el país africano desde su independencia hasta hoy en día. Lo del título: aquellos polvos…