M J O —Más allá del plano subjetivo, un premio de escala internacional supone la adquisición de notoriedad masiva. No es novedoso que los premios en el campo cultural hayan sido tema de debate, ya sea por las instituciones a las que responden, lo que representan históricamente, su validez en la configuración del canon o lo que implican incluso en la aceptación o rechazo por parte de los artistas galardonados.
S C L —Lo importante es que sea un estímulo para que la gente comience a releerla. Siempre pensé que, aunque es evidente la inmensa capacidad de significación de su poesía, Ida Vitale no trabaja en el plano de lo semántico, sino, sobre todo, de lo sintáctico: que es capaz de ver el cristal gramatical debajo de la lengua, sus cajoncitos ocultos, su organización estructural, y allí jugar y bailar con las palabras para hacer estallar el lenguaje. Me impresionan los colores de su poesía, en general tan blanca y gris, llena de rocas, mar y viento. Y pájaros, también, y movimiento, y claroscuros, y pozos ocultos que acechan. De pronto imagino esos planos generales en los que la naturaleza, si bien no pierde su sensualidad, no es exactamente invitadora; uno mira y sabe que allí se esconde algo del orden de lo intangible, de lo imposible de ser expresado, incluso de lo peligroso. Leerla detenidamente es una experiencia muy particular, porque la dimensión del entendimiento, de la comunicación, se desplaza hacia un lugar completamente nuevo. Si el premio sirve para que más gente se anime a leer su obra, a animarse a su feroz intimidad, bienvenido sea.
M J O —En el ensayo Escribir la vida de una mujer (1994), Carolyn Heilbrun apunta que el anonimato ha sido condición propia de las mujeres. En este sentido, la ínfima presencia de escritoras mujeres en la lista de premiados no parece ser casual. Lo anónimo ha sido parte de la construcción esencialista de la figura de la escritora, reducida a la sensibilidad, la autobiografía y la excepcionalidad. Por eso las premiaciones de estas características ponen en evidencia la falta, la ausencia.
S C L —Porque en la voz reconocida aparecen las que no están, las que no se reconocieron nunca; esos secretos tan bien guardados en una historia del arte que nos pasa por arriba. Con un premio como este pasa igual que con la poesía: hace aparecer lo que no se nombra. En el caso de Ida Vitale, además, los merecimientos son tan evidentes que avergüenzan no sólo al canon sino también a la vida cotidiana, esa que la deja fuera de forma sistemática. Porque leer una obra como la suya es hacer una pausa, parar a leer en serio, y hay que estar dispuesto.
M J O —La cuestión respecto del reconocimiento es parte fundamental del debate actual. Lo discuten Judith Butler y Nancy Fraser en el libro ¿Reconocimiento o redistribución? Un debate entre marxismo y feminismo. Según Fraser, es necesario resignificar la noción de reconocimiento. En La política feminista en la era del reconocimiento sostiene que “Lo que requiere reconocimiento no es la identidad femenina sino el estatus de las mujeres como socias plenas de la interacción social”. Traslada la idea de reconocimiento al campo de la justicia social y lo quita del de la autorrealización. El reconocimiento, la distribución y la representación se tornan condición necesaria de la justicia. Reconocer a la autora implica que tiene autoridad, que puede emerger de la invisibilidad y habitar el campo cultural con el mismo estatus que un autor. Las consideraciones respecto de lo bello, lo canónico, lo elevado, poético o artístico vienen luego de lograr que la obra exista dentro del campo. Por eso los premios son relevantes cuando de autoras se trata, porque permiten ampliar el espectro de lecturas, miradas y voces, sacándolas del cuarto propio.
S C L —Lo importante es que no haya un “deber ser” autoral femenino, porque eso no existe. Pero si una lee y busca en la obra de las poetas encuentra casi inevitablemente signos de una condición de imposibilidad intrínseca, que Ida sabe y conoce desde siempre: “Acuérdate del pan,/ no olvides aquella cera oscura/ que hay que tender en las maderas/ ni la canela guarneciente,/ ni otras especias necesarias./ (…) Pasa, por esta misma aguja enhebradora,/ tarde tras tarde,/ entre una tela y otra,/ el agridulce sueño,/ las porciones de cielo destrozado./ Y que siempre entre manos un ovillo/ interminablemente se devane/ como en las vueltas de otro laberinto./ Pero no pienses,/ no procures,/ teje./ De poco vale hacer memoria,/ buscar favor entre los mitos,/ Ariadna eres sin rescate/ y sin constelación que te corone”.1
- “Obligaciones diarias”, del libro Cada uno en su noche, 1960.