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Siria en el ajedrez de Oriente Medio

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Devastado por una guerra de más de una década, Siria continúa siendo parte de un ajedrez geopolítico entre potencias globales y regionales.

Tropas israelíes cerca de la aldea de Qalaat al Jandal, ubicada en el distrito de Qatana, de la gobernación del Damasco Rural, cerca del corredor del monte Hermón, en el sur de Siria, el 28 de abril. Xinhua, Gil Cohen Magen

Más de seis meses después del derrocamiento de Bashar al Asad, el gobierno de Ahmed al Charaa no puede aún hacer pie en el noreste y el sur del territorio. Ni kurdos (en el norte) ni drusos (en el sur) confían en una administración conformada por yihadistas que hasta no hace mucho tiempo rendía pleitesía a Al Qaeda. Desde el derrocamiento de Al Asad, el 8 de diciembre de 2024, en Occidente intentan por todos los medios respaldar el régimen actual. Estados Unidos y sus aliados europeos dejaron de lado las críticas al grupo Hayat Tahrir al Sham (HTS) –calificado como terrorista hasta hace nada– y ahora buscan descomprimir la situación interna.

«NORMALIZACIÓN» POR SANCIONES

Estados Unidos es la punta de lanza para «normalizar» las relaciones de Siria con sus vecinos, en especial con el agresivo Israel. En mayo, la administración de Donald Trump anunció el levantamiento de las sanciones a Damasco, muchas de ellas prontas a cumplir cinco décadas. Un año atrás, Washington ofrecía 10 millones de dólares por el actual «presidente interino» sirio. Ahora, entre las prioridades de la administración Trump está mantener protegido a Israel, alejar de Siria a Rusia y al ahora atacado Irán –aliados hasta último momento de Al Asad–, impulsar un modelo económico profundamente neoliberal –con la posibilidad de extraer recursos naturales y hacer muy buenos negocios con la «reconstrucción» del país– y restituir su poderío en la región.

Trump no ha tenido problemas de fotografiarse con Al Charaa. «Es un tipo joven y atractivo. Un tipo duro. Un pasado muy fuerte. Luchador», dijo. Con su lenguaje telegráfico característico, el presidente estadounidense mantiene la línea de conducta de muchos de sus predecesores: convertir a un yihadista en un «presidente respetado» que, según las circunstancias, puede volver a convertirse en un enemigo en cualquier momento.

EL FACTOR ISRAELÍ

Uno de los puntos que Trump demandó a Al Charaa es que Siria se sume a los Acuerdos de Abraham para normalizar relaciones con Israel. A través de estos acuerdos gestionados por la Casa Blanca, desde 2020 Tel Aviv encauzó vínculos diplomáticos con Emiratos Árabes Unidos, Baréin, Sudán y Marruecos.

La agencia Associated Press reveló que Estados Unidos exigió al yihadista devenido presidente el desmantelamiento de agrupaciones palestinas armadas, que sus fuerzas militares tomen el control de los centros de detención para miembros del Estado Islámico y acelerar los acuerdos con las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), encabezadas por los kurdos en el noreste del país. Damasco tendría también que eliminar por completo su arsenal químico.

Aunque el entramado de sanciones contra Siria construido por Estados Unidos no puede desarmarse con facilidad, la urgencia de la Casa Blanca es evidente, sobre todo ante la insistencia de Israel de proteger su «seguridad nacional» y las promesas electorales del propio Trump.

En paralelo, Israel continúa bombardeando territorio sirio. Se calcula que, desde la caída de Al Asad, Israel lo atacó unas 500 veces, con decenas de muertes entre civiles y militares.

LA DANZA DEL DINERO Y EL PODER

Según la Organización de Naciones Unidas, el 90 por ciento de los sirios viven por debajo del umbral de la pobreza. Para muchos, la cifra evidencia una catástrofe. Para otros, es una señal de futuros buenos negocios. Turquía, Arabia Saudita y Catar, por ejemplo, se muestran como «inversores solidarios» en Siria.

A principios de junio, la monarquía catarí redobló su compromiso de suministrar electricidad a Siria, saldar sus deudas con el Banco Mundial y brindar apoyo financiero para pagar los salarios de los empleados del sector público durante tres meses. La monarquía de Riad, por su parte, también anunció la «reconstrucción» de las relaciones con Damasco y prometió inversiones económicas y comerciales. Y en Turquía, el ministro de Energía, Alparslan Bayraktar, anunció que su país suministrará a Siria 2 millones de metros cúbicos de gas natural al año. El régimen sirio firmó además un acuerdo energético por 7.000 millones de dólares con un consorcio de empresas de Estados Unidos, Qatar y Turquía destinado a rehabilitar su sector eléctrico.

En un artículo titulado «¿Cómo repelerá Rojava una incursión económica turca?», la periodista holandesa Fréderike Geerdink analizó el avance económico turco sobre Siria y su repercusión en la región autónoma del noreste del país. «Con las inversiones de los países del golfo Pérsico y con el enorme y corrupto sector de la construcción turco, hay mucho que ganar», aseveró Geerdink, quien en abril estuvo en el Kurdistán sirio (Rojava). La periodista analizó que, a «primera vista, estas son buenas noticias para los kurdos. Después de todo, si Turquía tiene la oportunidad de construir barrios enteros desde cero, no librará una nueva guerra contra ellos. Sin embargo, no es difícil imaginar cómo una ofensiva capitalista puede socavar el proyecto revolucionario kurdo en el noreste de Siria».

En esta nueva danza del dinero alrededor de Siria parece haber quedado muy lejos la injerencia de Turquía, Qatar y Arabia Saudita. El financiamiento y apoyo abiertos de estos tres países a grupos armados irregulares fue notorio. HTS sobrevivió en la provincia de Idlib durante años gracias al apoyo de Ankara. Doha y Riad respaldaron por su lado a organizaciones yihadistas que cometieron masacres y se ensañaron contra pueblos y ciudades enteras.

DESCENTRALIZACIÓN Y FEDERALISMO

La Administración Autónoma Democrática del Norte y el Este de Siria (AADNES) y las FDS reclaman desde hace meses que los acuerdos con el gobierno de Damasco se cumplan. El pueblo kurdo, junto con otras nacionalidades del noreste sirio, intenta que se apruebe una nueva Constitución que no solo los incluya como ciudadanos con plenos derechos, sino que instaure un sistema descentralizado y federal. En una entrevista reciente, el histórico dirigente kurdo Salih Muslim –responsable de las relaciones exteriores del Partido por la Unión Democrática– explicó que las reuniones mantenidas con funcionarios de Damasco se deben convertir «en un proceso regular y permanente». Sin embargo, «la otra parte no está llevando a cabo el proceso al nivel que esperábamos. Hay retrasos y obstáculos», dijo, y advirtió que el régimen de Al Charaa parece no poder «actuar libremente o parece estar esperando instrucciones desde otro lugar». Aludía así, sin nombrarlo, al gobierno turco y sus intentos por posicionarse como fuerza decisora para el futuro de Siria. También dejó en claro que la «integración» de las FDS al Ejército regular sirio «es un asunto extremadamente delicado y requiere discusiones largas y detalladas», con «un comité militar dedicado a ello. Hasta ahora no se ha formado ninguno». Además, alertó que desde Damasco hay poco interés en discutir una nueva Constitución que permita «un modelo de gobernanza descentralizado» y habilite a la AADNES a preservar «su estatus actual en la mayor medida posible». Para los kurdos, Al Charaa y sus ministros no son personajes de confianza, pero también saben que estabilizar ciertas estructuras puede servir para dar un nuevo salto hacia una sociedad más justa y libre de persecuciones políticas y discriminación. En esa puja permanente se encuentran los dos polos de poder más fuertes en el interior de Siria.

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