A inicios de la década del 70, el suplemento La Nueva Gente, del diario El Día, solía ubicar a Eduardo Mateo, Ruben Rada y Gastón Dino Ciarlo como las tres figuras capitales de la movida roquera uruguaya, entonces en efervescencia. Esos tres compositores e intérpretes priorizaron la actitud del rock por sobre su apariencia sonora. Cuando se conformó el espacio de acción musical al que llamamos rock –diferenciado del pop por una postura románticamente artística, rebelde, transformadora–, una de las marcas de esa disposición fue una alianza estética con «el pueblo», encarnado en acercamientos con el blues y el folk, es decir, músicas de sectores social y económicamente relegados en Estados Unidos. Frente a ello, un joven uruguayo que amaba a Jimi Hendrix podía tomar como modelo la música de ...
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