Más de una eternidad - Semanario Brecha
Fernando Cabrera en el Solís

Más de una eternidad

El lanzamiento de INTRO cumplió una década y el festejo estuvo lleno de canciones y poemas. Fue una noche clave, porque INTRO es un libro, pero también es un disco y, además, un trabajo audiovisual. INTRO es Cabrera.

Cabrera con Mocchi y Garo Arakelian en el Solís. ANDREA SILVERA

En «El error», un cuento de Martín Kohan, notable escritor argentino, luego de una bajada histórica del agua del Río de la Plata, el protagonista intenta cruzar caminando desde Buenos Aires, sobre el barro seco, en busca de un amor perdido. Siempre que escucho a Cabrera pienso en ese personaje; en realidad, pienso en ese impulso, en el fogonazo del corazón que cree que semejante proeza puede ser posible. Eso, precisamente, es la obra de Cabrera. Un destello de algo posible dentro de la miseria del mundo y sin un gramo de ingenuidad. Cabrera escribe y compone desde una esperanza infernal. ¿Bajo una melancolía total que abarca cada movimiento? Sí. Pero ¿qué nos importa si ese mismo gesto es el que construye la posibilidad de la belleza?

SALVATAJE

El viernes pasado, en las pequeñas escalinatas del legendario Teatro Solís, la expectativa estaba en el aire. En las miradas del público se notaba una nostalgia dulce. Cada persona presente sabía que iba a ser parte de una fiesta. Y ahí está el detalle que marca la identidad de este concierto: no era una fiesta típica, era una fiesta a lo Cabrera. Sin flashes ni humo, pero sí con la intención concreta de sostener el abrazo interminable de los versos y las melodías, el gesto de tener una razón de ser, con todo lo que eso implica.

Cabrera apareció en el escenario con un saco clarito y una sonrisa tímida, agradecido, con su guitarra en la mano. El aplauso que recibió ya tenía aroma de homenaje. En vida, sí, muy en vida, porque estamos hablando de un artista que siempre parece estar en la cima pese al recorrido que todavía le queda, como si todo el tiempo estuviera creando su obra maestra. Y, claro, no hay homenaje sin respeto. El público de Cabrera, por sobre todas las cosas, lo respeta. Eso se siente y marca cada intercambio estético y ético entre el público y el artista.

Cuando el respeto se une con la admiración se construye un referente. Eso es Cabrera, por más que no lo busque, no lo intente, incluso, por más que no quiera serlo. Lo es. Y su público se lo demuestra cada vez que sale a escena. Arrancó con «Salvataje», canción muy montevideana, perfecta para abrir una noche tan especial. Desde el comienzo, el cantautor fue acompañado por Diego Cotelo, un músico de la nueva generación uruguaya. Con una versatilidad enorme, tocando desde guitarras hasta percusión con una bolsa de supermercado, el trabajo de Cotelo destila una gran conexión con la sensibilidad musical de Cabrera, una energía que se sintió desde el minuto cero hasta el aplauso final.

UNA ODA A LA AMISTAD

La dinámica del concierto fue guionada con mucho criterio. En ningún momento se apreció un bache, los corazones latían de forma exacta hacia el destino del show. A medida que avanzaban las canciones, Cabrera mencionaba los apartados emocionales que tenía cada bloque. Dos canciones dedicadas a la adolescencia crearon un clima, otra vez, de nostalgia dulce y poderosa. Y ahí comenzó a crecer la intensidad de la interpretación. El cantautor rompió el hielo y se sintió, de forma literal, en su propia casa. Así fue que las canciones fueron avanzando hasta que llegó un momento bisagra en la noche. En una especie de living, con un ambiente de luces bajas de velador, Cabrera invitó a dos amigos a conversar en su casa: Garo Arakelian y Mocchi. Sentados alrededor de una mesa, cuaderno en mano, los tres comenzaron a leer poemas de INTRO de forma coordinada. Mientras la performance poética transcurría, los poemas aparecían animados en la pantalla gigante que tomaba por completo la escenografía del escenario. Un Teatro Solís colmado escuchaba en silencio. Luego llegaron, entre otras, las canciones «Yo quería ser como vos», «Por ejemplo» y «Puerta de los dos». Esta última fue una perla, los aplausos crecieron al escucharse el acorde final. La comunión estaba llegando al clímax.

EL ALMA DE AQUEL ARTISTA

Llegó el momento de «Viveza», ese ritual cabrereano tan espectacular y simple al mismo tiempo. Con una cajita de fósforos, solísimo en ese escenario mítico de América Latina, Cabrera comenzó a producir su propia percusión cotidiana y a cantar su poemazo. Escuchar «Viveza» en vivo es una experiencia que se recomienda a cualquier persona con dos gramos de sensibilidad. Es Cabrera siendo más Cabrera que nunca y, tal vez, cantando uno de sus versos más notables: «Minutos, pequeñas celdas sacadas del verano».

QUERIDO AMIGO: TENEMOS UNA CANCIÓN POR HACER

Como en toda fiesta, sea cual sea el motivo, hay que celebrar. Y una celebración sin amigos no es una celebración. Por eso Cabrera invitó a Garo Arakelian nuevamente al escenario para tocar juntos «La tormenta» (de su gran amigo, Dino Ciarlo) y «Celebración». Con el saludo y el reconocimiento del público, se bajó Arakelian y subió Mocchi, que se calzó la guitarra y fue acompañado por Cabrera en «Amichi» y «Mismo momento». Lo que generaron juntos fue de una potencia bellísima, Cabrera lo miraba serio y conmovido mientras hacía los arreglos; Mocchi, con su voz de color único, logró una atmosfera que infló el pecho de toda la sala. Fue esclarecedor y muy emotivo ver dos generaciones juntas, unidas desde las canciones, pero sobre todo desde la convicción; el abrazo de dos autores que saben muy bien que «el don es inútil si no lo ponés en la ruta».

OTRO CARNAVAL

Volvió Cotelo y Cabrera anunció que «Generación»era la última pieza del concierto. Se despidió, agradeció, la tocó y la cantó como si realmente fuera la última. El público lo ovacionó de pie y, con una sonrisa tímida, Cabrera se tocaba el corazón mientras repetía: gracias, gracias, gracias.Se retiró y, sin que los aplausos dejaran de sonar, volvió con dos himnos de la cultura popular rioplatense: «La casa de al lado» y «El tiempo está después». Al terminar, agradeció con la cabeza y en sus ojos se veían su orgullo y su alegría. Me parece imprescindible que artistas como Cabrera puedan sentir eso en su propio país. Ojalá nunca deje de pasar. El público lo volvió a despedir de pie y el Teatro Solís comenzó a vaciarse con una certeza: «Discrepo con aquellos que creen que hay una sola eternidad».

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