Canción de hielo y fuego - Semanario Brecha

Canción de hielo y fuego

Lacalle Pou y el conservadurismo moderno.

#La Paloma 2019. Una vista hermosa del océano Atlántico. Una pantalla gigante en la carpa muestra la imagen aérea del balneario. Once menos cuarto de la mañana. Suena música electrónica, más específicamente, un remix de la canción de Game of Thrones. Corren las botellas de agua Salus de medio litro. Bien podría ser el after de una fiesta electrónica. Pero también hay muchas camisas celestes y a cuadros, y camionetas con pegotines de empresas y agremiaciones rurales. Estamos ante el tradicional encuentro del herrerismo en la costa de Rocha, que en sus últimas ediciones nuclea al arco de organizaciones que apoyan a Luis Lacalle Pou.

Todo el mundo está contento y lleno de confianza, tanto que se tienen que señalar que no hay lugar para la soberbia. Pero también hay en el aire una tensión entre lo viejo y lo nuevo. En su discurso, el candidato lo pone así: “Veteranos de toda una vida, con formaciones políticas, entendieron que lo viejo no pasó a ser malo, pero lo nuevo es lo más importante”, para luego aclarar que ya no se trata de ser como Herrera, Wilson o Lacalle, porque ya son otros tiempos.

Lacalle Pou sonaba por momentos como un gerente joven y motivado hablándoles a empleados con viejas mañas. En su discurso, Luis Alberto Heber, de la vieja guardia, advirtió sobre las redes sociales. Las describió como una lupa bajo la que estamos todos y en la que cualquier error va a saberse inmediatamente. Lo cual, advirtió, llama a la alerta y la responsabilidad personal. Lacalle Pou, en cambio, las celebró como una “democracia moderna”.

Una forma de entender esta tensión es la distancia entre Luis Lacalle Pou y el líder anterior del sector, que, además, es su padre. Esto queda simbolizado por la supresión de su apellido en la cartelería, pero también en el programa del evento (que decía los apellidos de todos los demás disertantes) y en su presentación como orador. Es que no se trata de cualquier apellido. Si quisiera hacer como Daenerys Targaryen, podría presentarse como Luis Alberto Aparicio Alejandro Lacalle Pou Herrera Brito del Pino, y acalambrarnos con su sangre azul. Pero elige ser Luis.

Su padre está presente en el acto y es aplaudido por el público al entrar y cuando va a saludar a Carlos Julio Pereyra, talismán que permite al sector reclamar parte de la herencia wilsonista. Al ir a saludar a su hijo no sucede el abrazo que los fotógrafos estaban esperando captar. Y uno, que fue a ver un acto político, empieza a especular sobre las relaciones entre padre e hijo, como si escribiera sobre la realeza para una revista española de chimentos. Todavía sobrevive (¡y cómo!) un pedazo de política premoderna, basada en las sucesiones y disputas entre linajes, y entre padres e hijos.

La genealogía en estos casos importa. Porque los propios actores la han invocado para legitimarse. Apenas un ejemplo: la edición de 1952 de Por la patria (libro de Herrera sobre la gesta de Aparicio en 1897) comienza con un árbol genealógico de los Herrera que se remonta hasta los tiempos de Artigas, como si la legitimidad como dirigente se basara en la herencia de una cercanía con las guerras de independencia. En un documental1 Luis Alberto Lacalle llama a Herrera, su abuelo, “el patriarca”.

CONSERVADORES Y MODERNOS. Pero el herrerismo fue también, desde el principio, un intento de modernización, de entender que las cosas cambiaron y ya no se pueden hacer como antes. Herrera entendió que no iba a haber más levantamientos como los de Saravia y que la democracia (aunque el sufragio universal le generara muchas dudas) llegaría para quedarse. Y entendió que la victoria de la causa conservadora y de las fuerzas de los propietarios rurales dependía del tránsito a la política electoral moderna, del carisma de los viejos caudillos blancos, y de la adaptación al lenguaje y las formas políticas de cada momento.

Por eso, en los cincuenta, Herrera entendió que tenía que sumar a Nardone y su uso de la radio para llegar a grandes masas del Interior. Por eso, en los noventa, Lacalle Herrera se sumó al discurso de la modernización neoliberal. Y por eso, Lacalle Pou, ahora, aprecia tanto las redes sociales y adopta una personalidad tan actual. El herrerismo siempre fue conservador, incluso reaccionario, y siempre tuvo un vínculo cercanísimo con la clase terrateniente, pero siempre fue también moderno e intentó ser popular. No hay nada raro en que entre el herrerismo y su marco de alianzas exista hoy una tensión entre lo conservador y lo moderno.

Esa tensión le es constitutiva no sólo a ese sector, sino a todo el conservadurismo moderno, que tiene siempre algo de punta y algo de barbarie. Las objeciones a la prohibición de tomar y manejar, y también la práctica de tomarse una copita antes de ir al volante (como Gonzalo Mujica, presente en el evento, hizo el día antes), podrían ser vistas como la supervivencia de esa pizca de salvajismo: la de los aficionados a las corridas de toros, la de los piratas. Esa resistencia hedonista (oscura, machista, rancia, pero hedonista al fin) contra la disciplina higienista que les da, por qué no decirlo, parte de su encanto aristocrático, y también popular. Cuando hablan pícaramente de helados de sambayón, su lema implícito es “que vuelva la celeste de antes”.

TODO SIGUE AHÍ. La campaña de 2014 de Lacalle Pou fue un gran aprendizaje de la de su padre en 2009. El Partido Nacional (PN) tenía que ser menos abiertamente ideológico, menos burdo, menos descuidado, más clean: lo que parecía moderno en 1989 ya no funcionaba en 2009. El estilo tenía que ser más el de un gurú de Silicon Valley que el de un terrateniente. Hoy todo es más rápido, más intenso, dice el candidato en su discurso. ¿Pero cuánto se puede perder de ese “qué sé yo” que tanto les gusta a los conservadores, sin perderlos a ellos? En #LaPaloma2019 se citó a Yuval Harari, pero no a Aparicio Saravia.

Esto se hace más visible cuanto más el conservadurismo explícito aparece en el escenario político. Se trata de un flanco bien cubierto en el PN, entre el cristianismo de derecha de Verónica Alonso y Carlos Iafigliola, y el populismo punitivo de Larrañaga. En el evento no hubo menciones a la “ideología de género” ni a ningún tema comúnmente asociado a la “agenda de derechos”. Sí, en varios de los discursos se mencionó la inseguridad, reclamando represión no sólo a la delincuencia común, sino también a participantes de manifestaciones de protesta social en las que se destruya propiedad. Cuando le tocó al candidato acercarse al tema, dijo: “La represión apaga el incendio, la inclusión crea una sociedad mejor”. Para quien escucha con atención, el conservadurismo y el neoliberalismo no se fueron a ningún lado. Allí están, con su teoría del derrame, su invocación a la reducción del déficit como solución a todos sus problemas, su renovado llamado a flexibilizar la jornada laboral (ahora con la excusa de la tecnología) y su reclamo de poner las cosas en su lugar.

También al comienzo del acto se lanzó una advertencia contra el populismo de derecha, quizás refiriéndose a algún otro candidato o al presidente de algún país vecino. Pero asimismo se adelantó que se buscará la unidad partidaria y una coalición con los colorados, el partido de Edgardo Novick y la coalición de Pablo Mieres. Es decir, habrá una división del trabajo: Luis será el estadista joven, dinámico e institucionalista, y otros harán el trabajo sucio. Después llegará el momento de un gran acuerdo por el país.

 

  1. Documental sobre Luis Alberto de Herrera, de Washington Reyes Abadie, 1991, disponible en Youtube.

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