En ese su primer disco de larga duración figuran ya todos los elementos que hacen de Zitarrosa un artista enorme: su portentosa voz de registro grave, bien timbrada y con algunos recursos expresivos que vienen del tango y hasta del flamenco, su capacidad de generar inmediata empatía y emoción, el clásico sonido de sus arreglos de guitarra, su talento para componer tanto melodías bellas y recordables como letras de honda carga poética, conjunción que redunda en grandes canciones que están entre las mejores de su carrera. No falta nada en este primer disco, capaz de asentar tendencias y convertirse en faro estético insoslayable. Marcó el comienzo del “fenómeno Zitarrosa” –un estallido en el medio cultural uruguayo de mitad de los sesenta–, y a pesar de su carácter de “disco inicial”, refleja también la madurez de un gran artista.
En 1965, cuando Alfredo grababa para el sello Tonal un disco de cuatro canciones, preludio del larga duración que llegaría al año siguiente, Uruguay estaba fuertemente colonizado por el llamado “folclore argentino”, que llenaba las horas radiales y las bateas de nuestras disquerías con las voces de solistas como Jorge Cafrune, Eduardo Falú, Horacio Guaraní, Julia Elena Dávalos y Ramona Galarza, y grupos como Los Chalchaleros y Los Fronterizos, que cantaban vestidos de gauchos.
Zitarrosa apareció cantando como uruguayo música por y para uruguayos, con el oído dirigido a figuras esenciales del país como Amalia de la Vega, Osiris Rodríguez Castillos y Aníbal Sampayo.
El clásico sonido “de las guitarras de Zitarrosa”, del que se ha hablado hasta el cansancio, en realidad viene del acompañamiento de Amalia de la Vega –a la que el cantor idolatraba–, y a quien habían acompañado guitarristas como Hilario y Ciro Pérez, que apuntalaron el debut de Alfredo.
El éxito le llegó a Zitarrosa a los 30 años, cuando ya había sido premio municipal de poesía, locutor en radio El Espectador y periodista cultural del semanario Marcha.
Es harto conocida la historia de que se inició como cantante por accidente, cuando estaba en bancarrota en Perú, donde debutó profesionalmente en un canal limeño de tevé, el 20 de febrero de 1964. Luego de esa experiencia, ya consciente de su potencial, tras el regreso a Uruguay editó, como “globo sonda”, un disco simple con cuatro canciones que fue muy buen recibido, y que incluía las versiones embrionarias de cuatro clásicos que luego regrabaría: “Milonga para una niña”, “El camba”, “Mire amigo” y “Recordándote”.
Se imponía entonces la aparición de un primer larga duración, y éste sería Canta Zitarrosa, grabado por Juan Carlos Borde y su asistente Willy de León en el estudio de radio Ariel, espacio acondicionado para broadcasting y no para registrar música en forma profesional. Por ese motivo el disco tiene un sonido bastante pobre, con un eco en la voz que en determinados surcos molesta un poco. Salvedades mínimas para una obra impresionante.
Alfredo se acompañó con su propia guitarra en un solo tema (“La coyunda”), en los otros fue acompañado por Hilario y Ciro Pérez, y ocasionalmente también por Yamandú Palacios.
El disco fue revolucionario hasta en su foto de carátula, hoy legendaria, que muestra el rostro del artista parcialmente iluminado. Fue obra del fotógrafo Jaime Niski, un anónimo retratista de sociales –casamientos, bautismos, comuniones– al que Alfredo conoció en radio Centenario y a quien le pidió “la pierna” de que le sacara la foto prácticamente por nada, ya que escaseaba la plata. Niski –que también sería responsable de las hermosas fotos de carátula de los siguientes dos discos de Alfredo– realizó esa histórica toma en su pequeño apartamento de la calle 8 de Octubre, y la razón del rostro iluminado a la mitad fue la muerte súbita de uno de los dos focos laterales que había colocado delante de un trozo de tela negra.
El disco fue editado por el sello Tonal en 1966 con el número de serie CP040. Sería reeditado en formato CD por Emi-Orfeo en 1988 y por Bizarro Records en 2008.
La nota de carátula fue escrita por el propio Alfredo con su característico estilo autocuestionador, casi pidiendo disculpas por existir, glorificando merecidamente a sus músicos y como disculpándose por abordar géneros no orientales como la zamba y el triunfo. Dice: “Hilario y Ciro Pérez hicieron menos de lo que podían hacer por expreso deseo del intérprete, que más de una vez pedía un poco menos de música”, y luego: “quiero señalar que soy consciente de haber pagado tributo a la zamba, que me gustó siempre y me sigue gustando aunque hoy se estile decir extranjera en la Banda Oriental”, y más adelante: “Las milongas son un género nuestro y vivo por excelencia”.
El disco abre con “Milonga de ojos dorados”, e incluye clásicos como “Milonga para una niña” –con aquel “puedo enseñarte a volar, pero no seguirte el vuelo” que tanto prendió entre nosotros–, “Coplas al compadre Juan Miguel”, de Palacios y Del Monte, el momento de más explícita crítica social de todo el disco, y cuatro zambas al hilo, con frases iniciales que también han quedado grabadas a fuego en el corazón de nuestra gente: “Oigo tu voz llamándome/ recuerdos que devuelve el tiempo” (“Recordándote”), “Si te vas/ te irás sólo una vez/ para mí habrás muerto” (“Si te vas”), “Niña, lo hubieras dicho/ si estabas enamorada” (“No me esperes”) y “Yo no canto por vos/ te canta la zamba” (“Zamba por vos”). Tras este disco ya no habría camino de regreso; la leyenda había nacido y se había instalado para siempre.
El éxito fue tan instantáneo como masivo, y el disco siguiente, Del amor herido, sería grabado en 1967 en los estudios Odeón de Buenos Aires, con la mejor tecnología entonces disponible. Más allá de algunas pocas canciones de otros autores (entre ellas “Por Prudencio Correa”, del maestro Ruben Lena), Canta Zitarrosa demuestra que, junto a esa tremenda voz, había llegado para quedarse un inmenso autor y letrista, y un nuevo modo de entender la canción uruguaya.