Cincuenta y tres años después - Semanario Brecha
Reedición de El libro de mis primos, de Cristina Peri Rossi

Cincuenta y tres años después

Para contrarrestar un invierno largo y sombrío, Martín Fernández, responsable de Casa Editorial HUM y Estuario Editora, ha dado la bienvenida a la primavera con una buena nueva: la reedición de esta gran novela, que, después de mucho tiempo, vuelve a circular por las librerías del país.

PATRICIO SALINAS

Mil novecientos sesenta y nueve fue un año importante para la joven Cristina Peri Rossi, que vio publicados dos libros suyos de narrativa, ambos galardonados en prestigiosos concursos locales. El libro de cuentos Los museos abandonados se hizo del Premio de los Jóvenes de la editorial Arca (1968) y El libro de mis primos resultó Primer Premio Novela del Concurso Treinta Años de Marcha (1969).

El libro de mis primos marca tres inicios: es la primera novela de Peri Rossi, es el número inaugural de la colección Los Premios de la Biblioteca de Marcha –para lo que contó con el aval del jurado del concurso, integrado nada menos que por Ángel Rama, Alberto Paganini y Jorge Ruffinelli– y, por último, es el texto que motivó el comienzo de la amistad entre la autora y Julio Cortázar. En Julio Cortázar y Cris, Peri Rossi cuenta el origen de un vínculo del que –casi como una reescritura del episodio de Paolo y Francesca– la literatura fue la intermediaria. Resulta que Cortázar visitó, como tantas veces, la librería L’Amérique Latine y Paco, el librero, le había reservado el único ejemplar que recibió del libro premiado. En ese tiempo, Cortázar estaba escribiendo El libro de Manuel e inmediatamente percibió una conexión más profunda que la semejanza de los títulos. Así, escribe: «… me di cuenta de que mi libro era uno de tus primos, fijate vos, Manuel estaba de alguna manera entre tus primos o era uno de ellos, de manera que si yo quería seguir escribiendo esa novela, iba a tener que reescribirla, cambiar muchas cosas, lo cual me daba un poco de rabia, todo sea dicho, pero más que rabia me parecía fascinante que vos en Montevideo y yo en París tuviéramos la misma idea, mezclar los géneros, prosa y poesía en una novela, pero no solo la idea, porque no es cuestión de ideas, y esa combinación casi la inventaron los románticos, sino de juegos y de fantasías, de colores y de emociones, así que antes de tirar a la chimenea el libro que estaba escribiendo decidí escribirte esta carta, porque ya Manuel y tus primos son como de la familia».

La prosa cordial de Cortázar y el hecho de que es de las primeras y mejores presentaciones de la novela justifican la extensión de la cita. El libro de mis primos vehiculiza una crítica de la sociedad de finales de los sesenta, a través de la metáfora de una familia patricia cuyo esplendor se deteriora día a día e incluso se siente traicionada por algunos de sus miembros: el primo Javier la abandona y Federico se va a la guerrilla. De esta manera, las urgencias del afuera irrumpen en la familia que, en principio, se autopercibe como un mundo autónomo y endogámico. No en vano el texto se inicia con el epígrafe de Juan José Arreola: «En casa me esperaba la familia: un pasado remoto».

En este sentido, merece un comentario la elección de Lucía Boiani para la nueva portada, que mantiene el color verde de la primera y agrega la imagen del jardín con su estatua de mármol, columnas y arcos invadidos por la vegetación, en alusión al deterioro de un modelo perimido. Así, también la portada resulta delicadamente emblemática.

El libro de mis primos, de Cristina Peri Rossi. Casa Editorial HUM, Montevideo, 2022. 176 págs.

Quienes se acerquen por primera vez al libro van a encontrar que dialoga con su contexto político, turbulento y conflictivo. Sin embargo, no se trata de una obra panfletaria ni agota su sentido en ese único plano. Como decía Cortázar, es una escritura que se permite la experimentación y el juego: combina prosa y verso, prueba en algunos pasajes otra disposición gráfica de las palabras, cambia de un tono acaso realista a otro absurdo, incluye voces y miradas tanto de los personajes como de su propia literatura. Con maestría, Peri Rossi entreteje los elementos a través de citas y alusiones. La novela transmite la felicidad de quien trabajó dándose la libertad de transgredir, pero que, a la vez, elige inscribirse en cierta literatura. Algunos de los participantes de este juego de intertextualidades son William Saroyan, Guido Cavalcanti, Guido Guinizelli, Rafael Alberti, João Guimarães Rosa, Ernesto Cardenal, Salvador Puig, Vicente Huidobro, Juan Gelman, Sarandy Cabrera, César Vallejo y Pablo Neruda, entre otros. Además, hay alusiones a la Biblia, a García Márquez y a aquella literatura decimonónica que utilizó a la familia como metáfora de la patria. Y, aunque todo esto parezca mucho, el dominio de Peri Rossi es tal que el lector no se siente abrumado, sino seducido.

Se ingresa al mundo de los primos de la mano de Oliverio, un niño sensible y bastante solitario que asiste y describe el derrumbamiento familiar desde una posición de inocencia, al tiempo que hace ver a los lectores lo siniestro de ciertos mecanismos que operan en el mundo adulto, como la asignación de etiquetas. En el capítulo IV, «La muerte de mi padre», escuchamos al padre decir del niño: «Ema, creo que su hijo es algo tonto. Fíjese en su árbol genealógico: debe reproducir alguna tara de sus mayores. O son sus manías, que lo han vuelto idiota. Debería darle menos cuidados: dentro de poco su hijo se esconderá bajo los muebles, temeroso del aire de la casa. No me extrañaría que hiciera de él un inservible, un tonto». Otra voz que se hace presente es la de Federico, que se ha marchado a la guerrilla y deja un diario personal que Oliverio lee. A través de la escritura de Federico y de la prima Alejandra se tratan otros asuntos, como el del compromiso político, el incesto y el deseo erótico, que corre como una fuerza subyacente que amenaza la estabilidad del hogar y contrasta con el clima rígido y asfixiante impuesto por la familia.

El despertar sexual también está presente en los primos más chicos, entre ellos Gastón, un pequeño matón que superpone el ejercicio de la violencia al deseo. Este aspecto aparece en el capítulo X, «El velorio de la muñeca de mi prima Alicia», verdadero tour de force que conjuga violencia y ternura. Los primos engañan a la prima Alicia, le quitan su muñeca y juegan a los doctores. Gastón comanda una operación que consiste en acallar a la muñeca quitándole el parlante, agrandarle los senos porque «son demasiado duros, y las puntas, demasiado pequeñas» y fabricarle una vagina en un acto que se convierte en una violación. El episodio finaliza con el velorio de la muñeca. El capítulo pasa de descripciones sensuales a otras terriblemente crueles. El niño que lidera la operación es movido tanto por la curiosidad que provoca el despertar sexual y el cuerpo femenino como por el placer de dominar a través del miedo a esos otros que lo obedecen. Este pasaje, que en 1969 ya se leía en términos de tortura, hoy continúa alertando sobre ciertos mecanismos de conducta que se repiten. Así, nos sigue interpelando y conmoviendo en el más literal de los sentidos.

En esta novela –lo podemos decir desde una mirada retrospectiva– ya estaban los temas y las formas que Peri Rossi seguiría trabajando durante toda su carrera, y una actitud de compromiso político y estético que no abandonó. Más sorprendente aún es la conciencia que tempranamente manifestaba de ello. El 12 de setiembre de 1969 el semanario Marcha anunciaba el libro premiado y el 19 de setiembre la entrevistaron. Ya en ese momento, declaró:1 «He querido escribir una novela poco tradicional y audaz, otorgándome la más amplia libertad de imaginación, pero controlando esta última, sujetándola a una idea central, que el lector encontrará a medida que avance. Su estructura es bastante sencilla; la complejidad no es intelectual, sino de alusiones, está en el amplio entorno que rodea la frase. Creo que se encontrarán en ella algunos de los temas y de las obsesiones que me son caras: el pavoroso mundo de la infancia y su decorado poético y monstruoso; la alienación de las viejas familias, aferradas a su organización muerta y descalabrada, últimos baluartes para protegerse de la declinación, de la destrucción; la enajenación a través del arte (en el personaje de Alejandra, por ejemplo), y, por último, el difícil camino de la integración del artista a la acción. Todo esto en el nivel de la proposición poética, de la fabulación, nunca en el discurso, por supuesto. Soy narradora, no pensadora, mi mundo es el de la imagen y el símbolo, no el de las ideas».

1. Marcha, n.º 1463, segunda sección, 19-IX-69, pág. 1, disponible aquí.

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