Scorsese decolonial: Claves de un cine político - Semanario Brecha
Scorsese decolonial

Claves de un cine político

Fotograma de Los asesinos de la luna

La última película de Martin Scorsese, llamada Los asesinos de la luna (en inglés, Killers of the Flower Moon), es una adaptación de un libro de no ficción de David Grann publicado en 2017, en el cual se relata la investigación que el escritor realizó acerca de los asesinatos que mermaron a la comunidad indígena osage, llevados a cabo en Oklahoma durante la década del 20. La primera secuencia, tan poética como provocativa, muestra los cuerpos indígenas bailando bajo el petróleo: al encontrar yacimientos dentro del territorio que les había sido asignado, se volvieron dueños de un bien que interesaba particularmente a la comunidad blanca, y eso los puso bajo la mira de especuladores que buscaban apropiarse de esa riqueza. El enfoque de la historia que hizo Scorsese, calificado por Grann como «un trabajo magistral»,1 incluyó consultorías con la comunidad osage, en un intercambio que, a pesar de las controversias posteriores al estreno, tuvo como resultado un destacado acontecimiento en la historia del cine estadounidense: se trata de una película cuya puesta en escena, hecha por un director canónico en el Hollywood del siglo XXI, respira una verdadera autenticidad crítica en su abordaje de la historia reciente.

Porque Los asesinos de la luna es una especie de wéstern al revés: los protagonistas son los blancos, pero también son, lisa y llanamente, los malvados, y no encuentran ninguna redención. La película puede leerse como un estudio estético e histórico que dialoga de forma activa con el pensamiento decolonial latinoamericano, esa escuela que denuncia que «la idea de raza fue un modo de otorgar legitimidad a las relaciones de dominación impuestas por la conquista. La posterior constitución de Europa como nueva identidad después de América y la expansión del colonialismo europeo sobre el resto del mundo llevaron a […] la elaboración teórica de la idea de raza como naturalización de esas relaciones coloniales de dominación entre europeos y no-europeos».2 Scorsese asume su lugar y narra desde la blanquitud, pero, aun así, retrata de forma minuciosa la crueldad con la que sus antepasados impusieron la ideología racista y cuáles fueron sus consecuencias sobre las vidas de las personas; la trama se desarrolla en torno a los procesos culturales y económicos mediante los cuales se llevó a cabo la naturalización de esa supuesta superioridad racial que, unida a la de género, fue el fundamento principal para el robo concreto y material de la riqueza.

El plan económico del patriarca William Hale (Robert De Niro), supuesto amigo y protector de la comunidad osage, consiste en promover el casamiento de las mujeres indígenas con hombres blancos de su familia; así, su sobrino Ernest Burkhart (Leonardo DiCaprio) se casa con Mollie (Lily Gladstone), una de las osage, para quedarse, una vez muerta ella, su madre y sus tres hermanas, con los derechos legales sobre sus tierras. La película enfatiza en el papel del matrimonio como mecanismo neto de expropiación y lo despliega, junto con el femicidio, como prácticas fundamentales para lo que, entre otras intelectuales, la feminista Silvia Federici, siguiendo a Marx, llama «acumulación originaria».3 La intersección entre género y raza como fundamento para la dominación se vuelve la principal sustancia dramática de la historia, y Scorsese dedica largas secuencias a mostrar las diversas formas en las que la instalación de las prácticas occidentales en torno al amor resulta letal para las mujeres indígenas. Es que la tutela blanca sobre la comunidad osage derivó en un proceso de aculturación en el cual las relaciones de pareja sirvieron para institucionalizar el ejercicio de diversas violencias; la película es muy efectiva mostrando cómo las mujeres fueron obligadas a participar en instituciones cruciales para la conformación del patriarcado capitalista, ese sistema de jerarquías constitutivo de la modernidad.

En un momento en el que volvemos a ver, en vivo y en directo, un Estado cometer atrocidades en nombre de la jerarquización racial, cuando acciones tan obscenas, tan por fuera del lenguaje –como la muerte gratuita de miles de mujeres, niños y niñas–, pone en evidencia, ¡una vez más!, la forma en la que el patriarcado atenta contra la vida para solidificarse y enriquecerse mediante la reproducción de las estructuras elementales de la violencia, el visionado de una película como esta debería dar lugar a nuevas reflexiones en torno a la colonialidad y sus consecuencias. La película de Scorsese da en el clavo porque su análisis histórico establece un diálogo crucial con el presente, incluyendo un cuestionamiento brillante acerca de los modos de representación que la industria del entretenimiento ha utilizado de forma sistemática para dar cuenta de los hechos de la historia: ¿quién ha mirado?, ¿quién ha contado?, ¿quién ha podido hablar?, ¿cuál es la verdadera historicidad de las relaciones de poder que rigen nuestras subjetividades? Los asesinos de la luna es una película mainstream que denuncia de manera contundente la articulación continua entre lo personal y lo político, y se asume como un material responsable en la democratización del acceso masivo a un cuerpo teórico necesario para entender nuestro tiempo. El arte, absurdo consuelo: en el mundo, una película. No hay mucho más.

1. Véase «David Grann: «Martin Scorsese hizo un trabajo magistral«», Página 12, 9-XI-23.

2. Aníbal Quijano, Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina.

3. Silvia Federici, Calibán y la bruja: mujeres, cuerpo y acumulación originaria. Traficantes de Sueños, 2010.

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