La pandemia no cabe en una probeta de laboratorio, los científicos no dan respuesta unánime y los gobernantes no saben qué camino tomar y dan marchas y contramarchas. Ciencia, medicina y política caminan de la mano desconcertadas.
La Ciencia y su inseparable Tecnología superaron en el pasado grandes dificultades y nos prometieron, en líneas generales, un futuro sin mayores preocupaciones, pero hoy ante la pandemia se desnudó su soberbia y nos dicen: “No tengo nada por ahora para ofrecer, y no sé lo que va a pasar”, lo que en última instancia nos enfrenta dramáticamente a nuestra finitud.
Nos aflora, entonces, de las profundidades de nuestras conciencias, algo que habíamos dejado de lado: somos inevitablemente mortales. Nos surgen pensamientos tales como pequeños sacrificios para que el mal no caiga sobre nosotros al igual que le ocurría al hombre de las antiguas tribus, que ofrecía a los dioses sus alimentos e incluso sus mejores hombres; como los aztecas, que les extirpaban el corazón latiendo y lo elevaban al cielo para intentar cambiar el ánimo de los dioses. El pensamiento mágico se nos impone –al decir de Freud– como al paciente obsesivo: “Si hago tal cosa, probablemente no sobrevendrá lo malo”. Las obsesiones están muy cerca de la magia y, como veremos, de la poesía. Son formas innatas de buscar abrigo ante una calamidad imposible de detener.
La naturaleza, con sus fuerzas tan imponentes como un tsunami, un terremoto o un huracán, así como con algo tan insignificante e invisible como un virus, nos muestra que estamos sometidos a su poder. Inconscientemente le atribuimos una voluntad de castigarnos, pero es una fuerza sorda, ciega, muda, sin sentimientos y sin intenciones. No tiene alma para poder cambiar su curso por nuestras ofrendas. Sólo nos queda nuestra imaginación y nuestra inteligencia para superar la amenaza.
Para los creyentes de distintas religiones, estas elucubraciones marchan por otros caminos, porque encuentran explicación en una voluntad sobrenatural y esperan que se escuchen sus rezos; no es mi caso.
Sea en el caso de los creyentes o de los que dudan o de los que no creen, esta situación particular de aislamiento y temor, en la que estamos prácticamente todos los habitantes del planeta, nos impulsa a pensar y sentir de manera distinta a la que estábamos acostumbrados, y es así como reaparecen las artes y la filosofía, la poesía, las religiones y la magia. El mayor consumo de productos culturales masivos que vienen enlatados y que habitualmente conspiran socavando las artes no impide que esto suceda; por el contrario, se han vuelto superfluos.
La rueda de prensa diaria de la Comisión Europea culminó en una ocasión con esperanzadores versos de Antonio Machado. Por las redes circulan canciones y poemas anónimos. La poesía, la literatura en general, la música, que son como un oasis en el desierto, nos reavivan la capacidad de análisis de una nueva realidad que nos ofrece una manera distinta de reencuentro con otros seres.
Surgieron iniciativas como #PoesíaEnTuSofá para llevar la poesía a través de los celulares, “de sofá en sofá y combatir esta cuarentena a ritmo de verso” y para que “lo único viral en tu casa sea la poesía”.
Un poema que publicó en su blog la maestra jubilada estadounidense Kitty O’Meara con el título “Y la gente se quedó en casa” recorrió el mundo: “Y la gente se quedó en casa. Y leía libros y escuchaba. Y descansaba y hacía ejercicio. Y creaba arte y jugaba. Y aprendía nuevas formas de ser, de estar quieto. Y se detenía. Y escuchaba más profundamente. Algunos meditaban. Algunos rezaban. Algunos bailaban. Algunos hallaron sus sombras. Y la gente empezó a pensar de forma diferente. Y la gente sanó. Y, en ausencia de personas que viven en la ignorancia y el peligro, sin sentido y sin corazón, la Tierra comenzó a sanar. Y cuando pasó el peligro, y la gente se unió de nuevo, lamentaron sus pérdidas, tomaron nuevas decisiones, soñaron nuevas imágenes, crearon nuevas formas de vivir y curaron la Tierra por completo, tal y como ellos habían sido curados”.
El teléfono descompuesto de las redes divulgó erróneamente el poema como escrito en 1800 durante una epidemia de peste, pero no por ello perdió su encanto, que se apreció en las traducciones a varios idiomas que recorrieron el mundo.
Hagamos una rápida recorrida por escritores de lengua hispana para conocer lo que significa la poesía en tiempos de crisis. La sabiduría de Cervantes le hace decir a Sancho hace más de 400 años: “El año que es abundante de poesía suele serlo de hambre, mi señor”. En tiempos de sufrimientos y de hambre, como dice Celaya, “poesía necesaria como el pan de cada día”.
Pablo García Baena, poeta muy galardonado en España, su país natal, dijo hace ya unos años: “La poesía es el antídoto contra la soledad y la pasividad frente a las dificultades que aparecen en estos tiempos de crisis”. Por su parte, el poeta Antonio Gamoneda, resistente antifranquista y premio Cervantes 2006, escribió algo similar: “La poesía no es una salvación pero lo parece, en el sentido de que aunque no pueda modificar las circunstancias objetivas de ese sufrimiento, de esa situación, la subjetividad del poeta y del lector puede crear una liberación o un consuelo al colocarlo en el orden de la experiencia poética”.
Dice la uruguaya Ida Vitale, premio Cervantes 2018, al fin de un poema llamado “Residua”, en donde resume nuestras cavilaciones sobre la vida que nos toca vivir: “De la memoria sólo sube/ un vago polvo y un perfume./ ¿Acaso sea la poesía?”. Es que la poesía es eso, un misterioso extracto del sufrimiento y del goce, de las experiencias más importantes por las que atravesamos, sintetizado en palabras, y nos las coloca delante para que revivamos lo que otros han sentido. Otro poeta, Blas de Otero, dice que aunque se pierda todo, “me queda la palabra”. En la palabra y sus resonancias poéticas nos encontrarnos con los demás para abandonar la soledad.
Dijo alguna vez Juan Gelman: “Para mí la poesía puede ser un árbol sin hojas que da sombra. Es el lenguaje calcinado, último. Es un modo de interrogar la realidad, interrogándose. Creo que no podría vivir sin ella”. Y en otra ocasión: “La verdad periodística saca lo oculto al público, los secretos del poder. La verdad de la poesía revela otros secretos: los de la palabra y los de la existencia”. De eso se trata el renacer provocado por esta pandemia que nos toca vivir, en que se descubre el sano periodismo que abandona lo obvio para mostrar nuevas caras entre una abrumadora cantidad de mensajes que no dicen nada, mientras de los seres brota la poesía como expresión de una nueva realidad existencial.
El sentimiento que surge ante la desgracia es también de compasión y de solidaridad, como escribe el magnífico poeta peruano César Vallejo, que culmina su poema “El pan nuestro” con los versos siguientes:
“Y en esta hora fría, en que la tierra
trasciende a polvo humano
y es tan triste,
quisiera yo tocar todas las puertas,
y suplicar a no sé quién, perdón,
y hacerle pedacitos de pan fresco
aquí, en el horno de mi corazón…!”
Amanda Berenguer por su lado le escribe al sol del poniente con fuerza esperanzadora:
“soporto la sombra el engaño
las pesadillas los murciélagos
el soplo negro que llega del mar
porque sé que renace usted
sin escrúpulo
mañana al amanecer”.
Para terminar, pido que se dejen llevar por los versos que siguen, del poema “Sucederá”, de Juan Gelman:
“Cuando alma y espíritu/ y cuerpo sepan,/ y la luna sea bella porque la amé/ y el mundo esté parado al filo/ de la memoria y/ sangre la luz detrás/ del baño de su gracia,/ obligaremos al futuro/ a volver otra vez./ Allí todos los ojos serán uno/ y la palabra volverá a palabrear contra sus criaturas./ Se acabará la eternidad y el poema/ buscará todavía su tripulación y lo/ que no pudo nombrar, tan lejos”.