Con aliados como estos… - Semanario Brecha
Europa patalea contra el amigo americano

Con aliados como estos…

Existe un creciente «ambiente tóxico» entre los aliados occidentales, según la prensa estadounidense y europea. La guerra en Ucrania y la política económica de Biden, con su amenaza a la industria europea, aparecen como los principales motivos.

Emmanuel Macron y Joe Biden caminan por la Casa Blanca, 1 de diciembre. AFP, POOL, ANDREW HARNIK

La semana pasada, en Washington, Emmanuel Macron y Joe Biden escenificaron la «solidez» de la alianza entre Francia y Estados Unidos. Nos une lo básico, lo «esencial», y nos separan solo cosas menores, dijeron ambos.

Aunque lo primero sea verdad (la sumisión de París –y de Europa en general– a Washington pocas veces ha quedado tan plasmada como ahora, en el contexto de la guerra en Ucrania), las cosas que los dividen no son precisamente menores. Macron viajó a Estados Unidos, justamente, para plantearlas. Luego de escuchar a Biden elogiar la alianza bilateral («Estados Unidos no podría pedir un mejor socio con el que trabajar que Francia», su «más viejo aliado»; «nuestro destino común es responder juntos a los desafíos» del mundo; hemos sido aliados en tantas guerras, abundó). Macron recurrió también a una imagen bélica para pedir un deseo, es decir, para mencionar una no-realidad: «Tenemos que volver a ser hermanos de armas». Lo somos en el terreno militar contra los malísimos rusos, dijo, pero Estados Unidos está sacando una ventaja indebida de esta guerra de la que es, en los hechos, el principal protagonista. Una guerra que se está peleando –como siempre– fuera de su marco geográfico y cuyas consecuencias las están pagando –como siempre– otros, en este caso los europeos. Y destacó también el peligro de que «Estados Unidos mire primero a Estados Unidos y después mire su rivalidad con China, y que en cierto modo Europa y Francia se conviertan en una variable de ajuste». Hay en ciernes una guerra comercial que puede llegar a «fragmentar a Occidente», afirmó Macron. «Solo podemos funcionar unidos si nos volvemos a sincronizar.»

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A Francia –a Macron, en particular− le había dolido que pocos meses después de su llegada a la Casa Blanca, el demócrata y globalista Biden, que tanto había cacareado sobre la necesidad de recomponer la relación con los aliados europeos, le birlara una gigantesca operación de venta de submarinos a Australia. Biden reconoció la torpeza del acto, pero siguió con su plan, enmarcado en la constitución de una alianza militar con Canberra y Reino Unido, la AUKUS, que tampoco le cayó muy en gracia a París. Desde entonces multiplicó los gestos zalameros hacia Macron, el último de los cuales fue la invitación a la Casa Blanca de este diciembre.

El «caso AUKUS» fue en setiembre de 2021, cinco meses antes de la invasión rusa a Ucrania. La guerra en el este de Europa −buscada por Estados Unidos, concretada por Rusia, padecida, pero al mismo tiempo aceptada y fomentada por la Unión Europea (UE) y Reino Unido− habría debido, en principio, conducir a restañar heridas entre los aliados occidentales. Sin embargo, sacó a relucir otro tipo de enfrentamientos.

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Una de las piedras de la discordia fue la decisión del gobierno de Biden de implementar una serie de subsidios dentro de la llamada «Ley de reducción de la inflación», un plan de inversión de 369.000 millones de dólares adoptado en agosto, destinado, en principio, a favorecer a las llamadas «industrias limpias» en el contexto del combate al cambio climático (véase «A medio camino», Brecha, 19-VIII-22). Sin embargo, los europeos la perciben, sobre todo, como una fabulosa aspiradora de empresas de punta de todo el mundo, fundamentalmente de la UE, y que ahora son invitadas a radicarse en Estados Unidos. «Son medidas superagresivas para las compañías europeas», le dijo Macron a Biden en Washington. Y en una reunión con congresistas republicanos y demócratas comentó: «Puede que con esto ustedes resuelvan sus problemas, pero empeorarán el mío» y el de los europeos (AFP, 1-XII-22).

Tal vez con menos estridencia que Macron, «cada vez más voces, tanto oficial como oficiosamente, se están elevando en las capitales europeas» contra la actitud de Washington, señala un informe publicado en el portal francés Mediapart (28-XI-22). «Mientras el conjunto de Europa está pagando carísimo por la guerra en Ucrania, recuerdan estas voces, Washington está amasando fortunas a costa de los europeos.» La guerra en Ucrania le ha venido de perillas a Estados Unidos, tanto en el plano político como en el económico. En lo económico, «las capitales europeas ya han constatado que el reemplazo del gas ruso por el gas de esquisto estadounidense ha beneficiado masivamente a los norteamericanos. Por primera vez en décadas, Washington puede exhibir un excedente comercial gracias a sus ventas de gas y de petróleo a Europa» a precios hasta cuatro veces superiores a los que antes de la guerra los europeos pagaban a Rusia, apunta Mediapart. Ni que decir de las empresas estadounidenses dedicadas a la producción de armas, que ya se han hecho la América en esta guerra y van por más en este y otros escenarios. La ley de reducción de la inflación ha sido una suerte de broche de oro.

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Cuando ese plan de inversión se lanzó, los europeos no vieron lo que se les venía, dice Mediapart. Algunos incluso lo saludaron, entre ellos –cuándo no– la presidenta de la Comisión Europea, la alemana Ursula von der Leyen, que lo percibió como una señal de que «Estados Unidos está sentando al fin las bases de una economía verde», según tuiteó. Pero al poco tiempo las voces críticas comenzaron a alzarse en la UE, y funcionarios franceses, nórdicos, checos, incluso alemanes, fueron saliendo del silencio para observar que, si la UE no reacciona, Estados Unidos –y no Rusia, y no China– acabará por comérsela en dos panes y andá a que te cure Lola.

«Con la excusa de un “enverdecimiento” de la industria Estados Unidos está acometiendo un verdadero dumping para repatriar industrias y savoir-faire a territorio nacional. No se trata solamente de sectores o tecnologías estratégicas como los semiconductores. La energía solar, el hidrógeno, el automóvil, el acero, el zinc, las baterías: a todos los sectores Washington les está ofreciendo subvenciones masivas si se instalan o se reinstalan en Estados Unidos», dijo a Mediapart un anónimo alto funcionario europeo. La tentación es enorme para estas transnacionales a las que les mueve únicamente el beneficio inmediato y poco les importa ir de un lado a otro en búsqueda de menores costos y más beneficios, dejando el tendal a su paso. Máxime cuando los precios de la energía son al menos diez veces más caros en Europa que en Estados Unidos.

La alemana BASF fue la primera gran empresa europea en anunciar que estudia trasladar parte de su producción al otro lado del Atlántico. Le siguieron compañías del sector automovilístico, como la francesa PSA, o de energía, como la española Iberdrola, y la siderúrgica Arcelor-Mittal y la aeronáutica Safran. Tesla, la fabricante de autos eléctricos propiedad del magnate Elon Musk, abandonó su plan de instalar una megafábrica en Berlín. La hará en Texas. Lo mismo hizo el fabricante de baterías sueco Northvolt que, en vez de levantar una planta en Europa en cooperación con Volkswagen, la hará en Estados Unidos.

«Cerca del 60 por ciento de las instalaciones metalúrgicas en Europa ya han suspendido su actividad en los últimos meses en razón del aumento sideral de los precios del gas y la electricidad. La mitad de la producción de fertilizantes también fue suspendida, al igual que la de vidrio y papel», asegura el portal francés. Y apunta: «Europa se ve amenazada por una desindustrialización masiva, que puede comprometer el conjunto de su transición ecológica y su futuro económico y social. Detrás de los grandes grupos, corren peligro todos los ecosistemas industriales […], incluidas las cadenas de investigación, de valor agregado, que trabajan en simbiosis con los grandes grupos y que están llamadas a constituir la nueva matriz de la reindustrialización».

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No solo desde Europa se constata este estado de situación. En Estados Unidos, la revista Politico hace un balance similar. «Hay una ira ascendente en la UE por los subsidios estadounidenses que amenazan con arruinar a la industria europea» y con desencadenar «una guerra comercial transatlántica», señala la publicación en su edición del 24 de noviembre. Y esa ira se agrega a una bronca previa, por las ganancias que Washington está sacando de la guerra, tanto por las mayores y más caras ventas de gasolina como por la venta de armas.

«Las economías europeas van camino a la recesión, con una inflación disparada y una devastadora reducción del suministro de energía que amenaza con apagones y racionamientos este invierno», dice la revista. Y cita a jerarcas europeos de los más dóciles a Estados Unidos, como el canciller de la UE Josep Borrell, que han llamado la atención a Washington sobre esta grave «coyuntura histórica». «Los estadounidenses, nuestros amigos, están tomando decisiones que tienen un impacto económico en nosotros», declaró el obsecuente jerarca español a Politico, mientras otro alto funcionario de la UE, el italiano Tonino Picula, encargado de las relaciones con Washington, sostuvo que «Estados Unidos está siguiendo una agenda propia, que lamentablemente es proteccionista y discrimina a sus aliados».

A eso hay que sumar la opacidad y el ninguneo. «Los europeos están claramente frustrados por la falta de información y consulta previas» de sus interlocutores norteamericanos, dijo a su vez David Kleiman, integrante de Bruegel, un grupo de expertos en cuestiones económicas con base en Bruselas. Cuando gobernantes europeos se reunieron con Biden en la cumbre del G20 de Bali, a mediados de noviembre, el presidente estadounidense parecía no estar al tanto de la existencia de ningún conflicto en las relaciones con la UE, dice Politico. Más allá de que esa puede ser una característica de Biden –Trump lo llamaba «Joe el dormilón»–, es representativa del ambiente reinante entre ambos aliados: uno que hace lo que quiere, el otro que acumula resentimiento y comienza tímidamente a levantar la voz. La atmósfera en la alianza occidental es «cada vez más tóxica», apunta Politico.

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«Detrás de escena también hay una creciente irritación por el dinero que fluye hacia el sector de defensa estadounidense», insiste la publicación, habitualmente muy bien informada. «El Pentágono ya está desarrollando una hoja de ruta para llevar a cabo las ventas de armas» en todo el mundo, en detrimento de una industria de defensa europea que aparece en vías de agotamiento, agrega. A fines de noviembre, The New York Times informó, con base en fuentes de la alianza atlántica, que 20 de los 30 estados miembros de la OTAN ya no tienen potencial para continuar con la asistencia militar a Ucrania. Los diez restantes (entre ellos Francia, Alemania, Italia y Países Bajos) «pueden aportar más», pero el Fondo Europeo para la Paz (la institución de la UE de paradójico nombre que compensa a los países miembros por sus suministros de armamento a Ucrania) ya ha gastado más del 90 por ciento de los fondos de los que disponía.

Estados Unidos «tiene que darse cuenta» de que hay un contexto global que está llevando a que en muchos países de Europa «la opinión pública está cambiando» respecto al involucramiento en la guerra, dijo el alto funcionario de la UE citado por Politico. Quizá sea en parte por eso, por el «cansancio» de la ciudadanía ante una guerra que está arruinando a Europa, que Macron anunció un próximo contacto con Vladimir Putin para acelerar el fin del conflicto y que de parte y otra se mencionan crecientes contactos entre bambalinas en esa misma dirección.

Los pataleos ante el aliado imperial no han llevado, sin embargo, a ninguna capital europea a cuestionarse si no le habrán errado de una punta a la otra al lanzarse de lleno en una guerra que las está devastando y que, además, solidifica una dependencia hacia Washington a muy largo plazo.

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