Con otros ojos - Semanario Brecha

Con otros ojos

Al otro día de la visita a Orletti y un rato después de recorrer los íconos del Pvp que conserva la municipalidad de Lanús, Buenos Aires, Brecha conversó con Mariana Zaffaroni. La última entrevista había sido en 2009, cuando dio señales públicas de que comenzaba a aceptar su propia historia. Seis años después, puede verla con otros ojos.

Foto: Alejandro Arigón

—Ya habías ido a Orletti, ¿fuiste varias veces?

—Fui pocas veces, no es un lugar al que me guste ir. Es un lugar horrible, pero yo fui con la intención secreta de ver si estando ahí podía acordarme de algo. Pensé que tal vez estando en el lugar… pero no. Yo no tengo ningún recuerdo de mis papás. Y lo único que hay es mala vibración, en ese lugar. Pero una vez que estuvo abierto, quería ver cómo era, tal vez recordar no es la palabra, porque no recordé nada, pero sí incorporar esa imagen del último lugar donde estuvimos juntos, aunque fuera un lugar horrible, el lugar donde nos separaron.

—Cuando desde Brecha te entrevistaron por última vez habías empezado a contarle tu historia a tu hija mayor…

—En el marco del Día de la Memoria, el 24 de marzo, se les cuenta a los chicos en la escuela sobre la dictadura y ella vino con la pregunta puntual de si teníamos algún desaparecido en la familia. Era el puntapié ideal para sacar el tema. Ella lo tomó de forma natural.

—Tu hija del medio está hoy acá, ¿cómo les seguiste hablando del tema a tus hijos?

—En el contexto en que yo me había enterado, me parecía una historia muy turbia, era un tema del que se hablaba en voz baja. Contarles eso era revelarles un detalle oscuro de la familia, de esas cosas que no se hablaban delante de la gente. Pero para ellos fue recontranatural: estaba la familia de acá y la familia de Uruguay, no veían el conflicto. Y en la medida en que yo empecé a ir a algún acto de Abuelas o a algún acontecimiento como éste, ellos lo ven como algo que sucede. Mi hija más grande (hoy con 15 años), tiene interés en la política, participa de actividades sociales, vamos siempre a las marchas del 24 de marzo. De hecho ahora está en una villa dando apoyo escolar a los niños, va con una organización a ayudarlos a hacer la tarea. Si bien ella no tiene una militancia política, va a los actos o a las marchas en defensa de la educación pública. Así que esto le parece completamente normal.

—Ese drama que te hiciste para contarles, ¿creés que tiene que ver con tu crianza?

—Tiene que ver con el drama que tenía yo con esta historia. No sé si era el contexto social, el de la crianza, o las dos cosas, pero era algo que había que ocultar. Contabas que tenías a tus viejos desaparecidos y nunca faltaba el que decía, “algo habrán hecho”, y en la tele se tocaba el tema con cara de circunstancia. Era algo que hasta cierto punto daba vergüenza, o yo lo sentía así. Después, entre mi proceso personal y la apertura social que hay, no me hago ninguna historia en contarlo, he aparecido en campañas de Abuelas en la tele, por ejemplo.

—Cuando empezaste a manifestarte públicamente sobre tus padres, sobre los desaparecidos, sobre la dictadura, ¿qué pasó con los Furci, las personas que te criaron?

—La mayoría no toca el tema. Saben que voy a Uruguay, pero no ahondan para qué voy ni si tiene que ver con los desaparecidos.

—Suena a la estrategia de no hablar del tema para que parezca que no existe. Pero es público, saben…

—Sí, las propagandas de Abuelas que salieron en la tele más vale que las vieron. Con Adriana, que es la más difícil con este tema, yo sé que si quiero profundizar, terminamos peleando.

—¿Pero los seguís viendo habitualmente?

—Más o menos. A Miguel hace unos cuantos meses que no lo voy a ver y con Adriana estamos en un punto de la relación medio tirante. A partir de unos cursos que estuve haciendo, vi un montón de cosas que no me gustaban. Por ahí antes las pasaba por alto pero ahora me doy cuenta de que me afectaron mucho, más de lo que pensaba. Y mi relación hacia ella cambió, está en una situación indefinida. No es que no nos veamos más, pero tampoco es la relación de antes.

—¿De qué se trataban los cursos?

—Eran unos cursos vivenciales, respecto de los objetivos que uno quiere lograr en la vida y cuáles son las razones por las que no se pueden lograr. Muchas de esas razones son creencias que se tienen incorporadas desde chico, de las que te convenciste que eran de una manera, y resulta que no. Ahí vi un montón de cosas, y cuando terminé el primero de los cursos fui y hablé con ella. Le dije que yo estaba en paz con todo lo que había pasado, con ella y con mis padres biológicos, que agradecía todo lo bueno, que perdonaba todo lo malo, pero que perdonar no significaba ni aceptar ni compartir, por lo que la relación a partir de ese momento iba a ser otra. No estaba muy claro cuál, pero iba a ser otra. Y en eso estamos.

—¿Cuáles eran los objetivos que veías que no podías alcanzar?

—No me imaginaba que iba a revolver cosas de tan atrás; entré con temas laborales, no estaba del todo contenta con mi trabajo. También quería resolver qué tipo de relación iba a tener con mis padres de crianza. En los cursos profundizamos mucho sobre cosas en las que yo nunca me había detenido pero que me hizo muy bien empezar a ver.

—¿Qué cosas? Si es que las querés contar.

—Yo soy muy exigente conmigo porque siento que nunca estoy a la altura de lo que se espera de mí. Ser la hija de María Emilia Islas y Jorge Zaffaroni lo viví como una responsabilidad, como una publicidad sobre algo en lo que yo no tenía ningún mérito: no había hecho nada para que tanta gente hubiera hecho tantas cosas por mí, para que se me acercaran y me dijeran que tenían mi foto. Sentía que nada de lo que yo hiciera iba a ser suficiente para estar a la altura del recuerdo que todo el mundo tiene de mis padres. Y sentía que le estaba trasladando eso a mis hijos.

—Vos decías que cuando tuviste a tu primera hija hiciste un clic respecto a tu historia, ¿pasó algo parecido cuando perdiste a tus abuelas?

—Mi abuela Marta falleció poco tiempo después de que tuve a Agustina (su primera hija), pero Esther llegó a conocer a mis tres hijos. Tengo la tranquilidad de haberme despedido en paz de Esther, que era con la que la relación había sido más tirante y conflictiva. Yo estaba cuando ella falleció y siento que la acompañé, que me pude despedir y decirle cosas que tal vez no habíamos podido hablar en otras oportunidades. Ella también se fue en paz conmigo. Mirando hacia atrás, tal vez me hubiese gustado darme cuenta antes para disfrutar más años. Pero me di cuenta cuando me pude dar cuenta. El poco o mucho tiempo que pudimos disfrutar fue válido, verdadero, sincero.
De todas maneras, no siento que haya hecho un clic en ese momento. En realidad son pequeñas cosas que se van sumando: la fecha de un cumpleaños, decirle a mis amigos que no me dijeran más Daniela. Es como imperceptible, pero cuando miro de acá a 20 años atrás veo qué distinta era mi vida, y todo se compone de pequeñas partecitas que son importantes pero chiquitas.

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