Con frecuencia se tiende a ubicar el centro del problema palestino en los territorios ocupados por Israel en 1967, tras la guerra de los Seis Días. Suele olvidarse lo que pasó 19 años antes, en 1948. Por eso este 75º aniversario de la destrucción de Palestina y de la implantación del Estado de Israel sobre sus ruinas es una oportunidad para recordar que cualquier solución posible a este supuesto «conflicto» requiere conocer, comprender y abordar sus causas profundas.
Gabriel Sivinian es nieto de cuatro sobrevivientes del genocidio armenio. Creció al calor de las luchas contra la impunidad del terrorismo de Estado en Argentina, y afirma que se vinculó a la causa palestina porque «los armenios del pasado son los palestinos de hoy». Está convencido de que hay que romper el silencio que rodea a esta causa, también en el ámbito académico. Sociólogo, coordina la Cátedra Libre de Estudios Palestinos Edward Said de la Universidad de Buenos Aires (UBA), que lleva el nombre del célebre intelectual palestino-estadounidense, figura emblemática del campo de los estudios poscoloniales.
—¿Qué significación tiene este 75º aniversario de la Nakba palestina? ¿Cómo resumirías en un párrafo lo que fue ese acontecimiento?
—Nakba es un término en árabe que significa ‘catástrofe’; refiere a un proceso histórico-social que tuvo como objetivo la destrucción de Palestina como entidad histórica, geográfica y social, y por lo tanto también de su pueblo, sus habitantes nativos, para implantar en el territorio un Estado judío exclusivo y excluyente.
El proyecto sionista corresponde a lo que se define como colonialismo de asentamiento o de sustitución de población: el que se propone expulsar a la población nativa y suplantarla por población foránea. Para ello, y hasta hoy, las organizaciones sionistas en todo el mundo trabajan para persuadir a personas judías de que emigren a Palestina.
Si bien la genealogía de la Nakba se remonta a fines del siglo XIX (en el período de la Palestina otomana), cuando comienza el proceso de colonización sionista, este proyecto tiene una etapa fundamental: en el período de entreguerras, durante el mandato británico de Palestina, se produce el montaje del proto-Estado sionista –que va a devenir en el Estado de Israel–, concebido y mantenido hasta hoy como enclave colonial del imperialismo occidental (primero británico y después estadounidense). Historiadores como Nur Masalha e Ilan Pappé han probado que la Nakba fue bien planificada mediante el Plan Dalet y otros diez planes más que comienzan en la década del 30.
Un hito fundamental fue el 15 de mayo de 1948, cuando se produjo la implantación del Estado de Israel en la tierra de Palestina. El desarrollo de la Nakba significó la apropiación de casi el 80 por ciento del territorio de la Palestina histórica, la destrucción de 500 localidades palestinas y la expulsión de más de 700 mil personas, lo que da origen al drama humanitario de la población refugiada y su sustitución por población judía foránea. Todo esto con pretendidos visos de legalidad en la resolución 181 de la Asamblea General de la ONU, que en 1947 recomendó (sin carácter vinculante) la partición de Palestina, sin consultar al pueblo nativo árabe, que nunca la aceptó. Las fuerzas sionistas tampoco la respetaron, porque se apropiaron de mucho más territorio del que la resolución 181 les otorgaba y –violando cláusulas de la misma resolución– expulsaron a la población palestina, a la que hasta hoy no le permite regresar, ni a sus descendientes.
Otro hito trascendente fue, a partir de 1967, la conquista total y la ocupación del 22 por ciento restante del territorio palestino. Desde entonces hay una cantidad innumerable de resoluciones del Consejo de Seguridad y de la Asamblea General de la ONU, del Consejo de Derechos Humanos, de la Corte Internacional de Justicia, de organizaciones internacionales, como Amnistía Internacional, Human Rights Watch, la israelí B’Tselem, que dan cuenta de la persistente violación del derecho internacional por Israel y de las continuas violaciones de todos los derechos humanos que ha cometido a lo largo de estas décadas de ocupación y colonización de Palestina. En los últimos años esas instituciones han llegado al consenso de que Israel impone un régimen de apartheid y de supremacía judía sobre el pueblo palestino en todo el territorio bajo su control, desde el Mediterráneo hasta el Jordán.
—¿Cuál ha sido el conocimiento y el reconocimiento de la sociedad en general, y de la academia en particular, respecto al hecho histórico de la Nakba? ¿Creés que se ha avanzado algo en la última década, por ejemplo?
—Se trata de una situación internacional que, como lo definió Edward Said, conforma el más espinoso problema internacional de la posguerra, uno que ha consumido la energía de más gente que cualquier otro caso en un período de tiempo tan prolongado.
En Argentina la comunidad araboislámica es muy importante en términos cuantitativos y la comunidad judía, si bien es relativamente menor, es muy importante en relación con las comunidades judías que viven fuera del Estado de Israel: después de Estados Unidos, Canadá y Francia, Argentina es la cuarta en el mundo occidental. Todo esto hace que la cuestión de Palestina, y lo que sucede allí, tenga repercusiones en nuestra sociedad.
El tema es cómo se transmite y de qué medios dispone cada uno de los portavoces. Claramente, así como hay una asimetría de fuerzas materiales, hay también una asimetría en términos del capital simbólico, del capital económico y del capital cultural. Entonces, muchas veces son las narrativas sionistas las que buscan la hegemonía; pese a eso, en los últimos años, en función de los nuevos dispositivos tecnológicos y de la solidaridad que recoge la causa palestina, se viene difundiendo lo que sucede en el territorio, y eso ha hecho que el relato sionista pierda eficacia simbólica. Esa visión de que se trata de un conflicto entre partes equivalentes o el relato en el que los victimarios pasan a ser víctimas están siendo cada vez más cuestionados.
—¿Cuál es el estado de los estudios palestinos en nuestra región? En particular, ¿cuál es la relación entre los estudios decoloniales o poscoloniales y los estudios sobre la cuestión palestina? Hay grandes dificultades –paradójicamente en un continente atravesado por el colonialismo– para comprender la cuestión palestina como un caso de colonialismo; se tiende a verla desde otros paradigmas, partiendo de la inadecuada definición de conflicto.
—En el ámbito de la academia, como bien sostiene Edward Said en su libro Representaciones del intelectual, la cuestión palestina habita los márgenes, y desde los márgenes se trabaja –y nosotros en particular– en intersección con otros campos de estudio: el de los genocidios, el de los derechos humanos y el de los estudios poscoloniales.
En general, la cuestión de Palestina en nuestra región se aborda en el marco de los estudios árabes, de los estudios islámicos, de los estudios de Asia y África o de la historia mundial contemporánea. No así en el marco de los estudios coloniales o poscoloniales. Esto en parte se explica por lo que la relatora especial de la ONU para los derechos humanos en los territorios palestinos ocupados, Francesca Albanese, sostiene en su informe de 2022: que el pueblo palestino padece una trágica ironía, porque fue víctima de un proyecto colonial en curso cuando el resto del mundo avanzaba lentamente hacia la descolonización. En efecto, la implantación del Estado de Israel en Palestina se produce en momentos en que se abren los procesos de descolonización de Asia y África al calor de las luchas populares en esas regiones, que van a ser legitimadas luego por la normativa internacional, incluso de la ONU.
Pese a esto, los estudios poscoloniales y decoloniales deberían tomar la cuestión de Palestina con carácter central, porque ese campo de estudio se inspira en gran parte en el trabajo de Edward Said, en sus estudios sobre el discurso colonial, las formas de representación que éste desarrolla, la construcción de imaginarios, los vínculos entre la cultura y el imperialismo. La mundanidad sobre la que reflexiona y luego teoriza Said tiene a Palestina en su centro. Entonces es una operación epistémica un tanto peculiar tomar a Said y no tomar la cuestión de Palestina. Ha habido, sí, algunas excepciones de intelectuales decoloniales que han escrito sobre ello, pero en términos generales no es la regla.
En nuestra región se ha desarrollado en los últimos años, en el seno del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO), un grupo especial que aborda la relación entre Palestina y América Latina. En Argentina, además, CLACSO lleva adelante cada dos años el Congreso de Estudios Poscoloniales; allí la Cátedra Edward Said coordina las mesas sobre modernidad, imperialismo y colonialidad, y también participa con trabajos sobre Palestina en las Jornadas de Feminismo Poscolonial, que son simultáneas. En ese sentido, abrigamos esperanzas de que en poco tiempo –como ya viene sucediendo– se desarrolle en la región una corriente de pensamiento que aborde la especificidad de la cuestión de Palestina con mayor entidad.
—Hablame sobre el origen, la trayectoria y las líneas de trabajo de la Cátedra Libre Edward Said. ¿Qué contribuciones creés que ha hecho a lo largo de estos años?
—Nuestra cátedra se funda en 2008, en el seno de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Es una continuidad de la tarea que venía desarrollando el profesor Saad Chedid, su creador, respecto a la cuestión de Palestina en el ámbito universitario. En su origen se llamó Cátedra Libre de Estudios Cananeos, de la Antigüedad al Presente; cuando, a fines de 2010, el Estado argentino reconoce al Estado de Palestina, pasa a llamarse Cátedra Libre de Estudios Palestinos Edward Said.
Las cátedras libres dependen de la Secretaría de Extensión de la facultad, y tenemos tres líneas fundamentales: investigación y docencia en el ámbito académico, y extensión hacia la comunidad: la divulgación de nuestra tarea. En los años que llevamos hemos logrado impulsar y apoyar cátedras hermanas en la Universidad Nacional del Comahue (Neuquén), en la Universidad Nacional San Juan Bosco de la Patagonia y en la Universidad Nacional de Mar del Plata. También damos cursos en otras facultades de la propia UBA y en otros centros de estudio, como la Universidad Nacional del Centro, la Universidad Nacional de Jujuy, la Universidad Nacional de Lanús, entre otras.
Además de la participación en CLACSO, trabajamos con instituciones de formación docente y terciaria, y fundamentalmente desarrollamos un trabajo de divulgación y de articulación con la comunidad a partir del movimiento de solidaridad con Palestina que existe en nuestro país. El Comité Argentino de Solidaridad con Palestina es un referente muy importante, y a partir de él nos vinculamos con movimientos sociales, políticos, sindicales, territoriales, y aportamos nuestra tarea específica, que es la académica y docente en todos esos ámbitos.
—¿Hay experiencias similares en América Latina? ¿Qué falta hacer y qué obstáculos existen para que la cuestión palestina sea estudiada en los programas de Historia y Ciencias Sociales?
—En América Latina existen intelectuales o espacios colectivos que promueven los estudios de Palestina y también los estudios araboislámicos o de Oriente Medio, tanto en el ámbito académico como entre las comunidades procedentes de esa región. Esto existe en Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Venezuela y en algunos países centroamericanos, como El Salvador, Nicaragua.
Ahora bien, para que la cuestión de Palestina pueda entrar en los programas de estudio de Historia o de Ciencias Sociales, para que tenga el lugar que le corresponde en los niveles secundario o terciario formales, se requiere de un giro epistémico, de una ruptura en términos de las perspectivas eurocéntricas que en general son dominantes en los planes de estudio en nuestra América. Si bien hay un proceso en marcha de descolonización de los saberes, siempre está ligado al proceso de descolonización del poder. Las elites que gobiernan con proyectos neocoloniales son aliadas de las fuerzas reaccionarias en el ámbito internacional, entre las cuales está el sionismo, y son permeables a las presiones que pueda ejercer en los distintos ámbitos de la vida social. Y, cuando esas elites no gobiernan directamente, también presionan sobre los gobiernos populares o progresistas, con resultados muchas veces similares.
La Shoá sí está presente fundamentalmente en el estudio de los crímenes de lesa humanidad, como el genocidio, lo cual por supuesto es valorable; pero muchas veces esos planes y programas van acompañados de viajes a Israel o de relatos en los que se esconde el proceso de conquista y colonización y la violación sistemática de derechos humanos que sufre el pueblo palestino. En definitiva, termina siendo funcional a una narrativa y a una práctica de colonialismo en curso, como es lo que viene sucediendo en estos 75 años de Nakba.
—¿Y en relación con Uruguay en particular, cómo lo ves?
—Conocemos el valiosísimo trabajo que, tanto en el campo de los derechos humanos como del periodismo, han desarrollado colegas, compañeras y compañeros, como Anahit y Aram Aharonian, Luis Sabini Fernández y tú misma, que ha trascendido las fronteras. También sabemos del compromiso histórico que ha tenido el Estado uruguayo con el movimiento sionista y de la solidaridad que recoge en una parte considerable de la sociedad política y aun de la sociedad civil. Uruguay tuvo un rol protagónico en el UNSCOP [Comité Especial de Naciones Unidas para Palestina, por sus siglas en inglés] de 1947, colaboró en la redacción e impulsó el cuestionado plan de partición plasmado en la Resolución 181. Más aún, ya había estado implicado en otra de las «declaraciones de guerra» contra el pueblo palestino, como les llama el historiador palestino-estadounidense Rashid Khalidi, que fue la declaración Balfour, de 1917 (cuando el canciller del imperio británico prometió al movimiento sionista su apoyo para fundar «un hogar nacional judío» en Palestina); Uruguay fue uno de los pocos Estados que la apoyó. Conocemos, entonces, lo que cuesta arraigar la cuestión de Palestina en el seno de la sociedad civil y política uruguaya; por eso no hemos logrado construir vínculos ni en el ámbito docente ni en el académico, que es lo que más nos compete desde la Cátedra de Estudios Palestinos. Pero no perdemos esperanzas de lograrlo.
—Contame sobre la editorial Canaán, donde también Saad Chedid fue una figura clave.
—Yo diría que la editorial Canaán es la hermana mayor de nuestra cátedra. Nace hacia fines de 2003, creada por el profesor Chedid. Su primera publicación se titula El legado de Edward Said y en el prólogo de ese primer libro él sostiene que el objetivo fundamental, tanto del libro como de la editorial, es difundir el pensamiento de este magnífico intelectual palestino en el mundo hispanohablante. Creo que allí abrevaba la idea de la creación de la cátedra. Si bien ya había un trabajo editorial previo del propio Chedid, que en los setenta había publicado Los argentinos y Palestina, y de ahí en adelante una serie de libros, con la editorial Canaán –a partir de ese año y hasta el día de su fallecimiento– trabajó sobre 40 títulos. El denominador común es la crítica y el posicionamiento ético a las prácticas y las políticas del Estado de Israel contra el pueblo palestino, y también al sionismo en tanto proyecto supremacista, segregacionista, que tiene como objetivo la expulsión de la población palestina.
Saad estuvo en contacto con distintos autores palestinos –y difundió sus obras–: Rashid Khalidi, Elías Sanbar, Nur Masalha, Mazin Qumsiyeh, Lila Abu-Lughod, y con judíos israelíes, como Ilan Pappé, Shlomo Sand, Nurit y Miko Peled, Gilad Atzmon, y otros autores internacionales. De todo ese bagaje se nutre nuestra cátedra; fue el acervo cultural y bibliográfico sobre el cual se fundó. La cátedra creció al calor de la editorial, y yo creo que también la hizo crecer. Claro que la editorial tuvo un golpe con la partida de ese hombre fundamental que fue Chedid. Luego de su fallecimiento, quienes continuamos con esa tarea logramos publicar solamente el libro de nuestra propia cátedra, al cumplirse los diez años de trabajo. Estamos buscando financiamiento, y esperamos que en el transcurso de este 75º aniversario de la Nakba podamos publicar finalmente una serie de obras muy valiosas que tenemos en carpeta, y que serían también un merecido homenaje al profesor que creó la editorial.
Para terminar, me gustaría subrayar que la cuestión de Palestina constituye un proyecto colonial en curso, en pleno siglo XXI. La Nakba es continua, aún se encuentra en devenir. Pese a esto, el pueblo palestino resiste; y lo hace a través de distintas formas. Hay un término popular árabe que expresa esa firmeza, ese arraigo a la tierra simbolizado en el árbol de olivo milenario: sumud. Con frecuencia, desde una perspectiva orientalista solo se destaca la lucha violenta, armada, pero hay muchas otras formas en que el pueblo palestino ejerce su derecho de resistencia a la opresión colonial, desde la propia permanencia en el territorio, las huelgas, las manifestaciones en el ámbito público, la desobediencia civil, las expresiones artísticas, las campañas de boicot, desinversión y sanciones, la presentación de denuncias ante los organismos internacionales… También, reafirmando la enseñanza de su historia, su geografía y su cultura, reproduciendo sus relatos y relaciones comunitarias para vencer el memoricidio.
Alejandro Hamed Franco (1934-2023)
Carlos Altezor y Analaura Vallcorba
Nació en Paraguay y echó raíces en Uruguay; con ancestros en la hoy ocupada Palestina, hasta ayer nomás, Alejandro nos invitaba a movilizarnos con él por la lucha de su querido pueblo palestino.
Con su salud quebrantada, expresaba aún su condición de militante de todas las horas por los derechos humanos, la solidaridad frente a la violencia política, el racismo y el colonialismo xenofóbico.
Puso su capacidad inteligente –lector y productor de conocimientos infatigable, profesor en la Universidad Nacional y la Universidad Católica del Paraguay, y también graduado en nuestra Universidad de la República– al servicio del bienestar de los pueblos latinoamericanos y, particularmente, de los pueblos árabes sometidos a la rapacidad de los nuevos colonialismos.
Su postura democrática y su actitud crítica ante los regímenes políticos que se sucedían en Paraguay motivaron su exilio, y eligió nuestro país como residencia. Más tarde, con el proceso de democratización, el presidente Lugo lo nombró ministro de Relaciones Exteriores y fue embajador en varios países árabes.
No cejó jamás en la solidaridad con el pueblo palestino. Fundó en Montevideo y por su iniciativa, junto con otras personalidades, la primera Comisión de Apoyo al Pueblo Palestino. Entre otras actividades, realizó una labor editorial encomiable en la difusión de la causa palestina. Su último libro, El calvario palestino: consecuencias de la expansión europea, es ejemplo de ello, en este tiempo que se recuerda la Nakba, la expulsión de los pobladores originarios mediante la violencia criminal.
No hay epílogo para la vida de Alejandro, esta continúa en el ejemplo de militancia por una causa justa.