Corría la tarde del miércoles 3 de enero. Yo transpiraba en mi casa, derritiéndome con el aire caliente que se colaba por las ventanas abiertas, mientras esperaba que llegara el momento a partir del cual el consejo médico habilita a los ciudadanos a tomar sol en verano. Pero ni siquiera el calor podía disipar una pregunta que me venía inquietando desde hacía tiempo: ¿qué lee la gente en la playa?
Esa mañana una nota de El País se había adelantado a la idea que yo tenía, pero de un modo un poco distinto, quizá un atajo para eludir la cuestión de fondo. El diario se había hecho presente en varias librerías maldonadenses (el que conoce entiende que no todo es “fernandino”) para entrevistar a los libreros, y éstos terminaron reafirmando lo que todos sabemos: que los más vendidos son tales y cu...
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