DE ADENTRO
LA COQUETA. Con ese nombre inspirado en Lautreámont surge a fines de 2017 un “proyecto editorial colectivo de autor”. Su debut se produce con De divina proporción, una muestra de poetas de menos de 50 años que, al decir del epiloguista Luis Bravo, tiene “la rara cualidad del movimiento”.
De los nacidos en los años setenta se mueven los ecos bíblicos de Omar Tagore y las variaciones orientales de Virginia Lucas. La ruralidad de balneario de Lucía Delbene, con sus rompientes “fustigando el ramo de aguas que disgrega en su majada de hilos”, y la voz potente de Claudia Magliano, que puede descubrir un alma mostrando todas sus partes “como si fuera un cuerpo solamente”. El cuerpo también centra los versos de Ana Strauss, que deja correr el reloj en las “Aguas de martes”. Está el bestiario bicentenario de Sebastián Rivero y esas aves, entre Hitchcock y Levrero, de la poesía en prosa de María Laura Pintos. Hay una selección de las desventuras de Baúl del Aire, de Martín Barea Mattos, coexistiendo con el minimalismo de Martín Cerisola.
El cambio de década comienza con Paola Gallo, quien, con una voz de múltiples modulaciones, puede ver el peligro del amor en el sacrificio de un cerdo o conectar con el mea culpa de Blanca Varela. De Gera Ferreira se incluyen el breve y cromático “arder” y el casi relato “Una canción”; entre ambos, se luce “Vacaciones”. Alicia Preza también le da la espalda al verso aunque no reniega del lirismo que hace irrumpir en el gris de lo cotidiano como pedruscos que a veces brillan y a veces duelen.
Dos puntos altos de esta camada de los ochenta son las selecciones de poemas de María Inés Castro (“japoneses impresionan en el descampado” es casi perfecto) y de Santiago Pereira (“Training secular” es un buen anzuelo para salir a la búsqueda de su libro Ciclotimia Chill-Out). De Diego de Ávila, que al ser fernandino también está en la otra antología de esta misma página, se muestran aquí capas, entre el surrealismo costero y el asombro buscadamente naif, de una voz que se verá en todo su espesor en Ecuador. El inteligente balbuceo de Paula Simonetti es arte poética y poética del desplazamiento: “quién nadará en la noche y dará nada/ o dirá viento o dirá cambiar de forma”. Solo, Diego Fernández Cubelli sostiene la lira de los nacidos en los noventa y, músico al fin, termina con tres versos que parecen invocar una poesía sin tiempo: “piedra y ladrillo/ un pájaro/ no sé”.
DE AFUERA
FERNANDINOS. La Ballena de Papel fue una legendaria revista de poesía de Maldonado impulsada, entre otros, por María Díaz de Guerra. Páginas unidas con grapas que hoy lucen el prestigio del herrumbre. En su homenaje Civiles Iletrados bautizó del mismo modo una antología de poetas fernandinos. Algunos nacieron en ese departamento, otros se afincaron. Es que Maldonado y su vecina Punta del Este forman un “territorio en tránsito” y así, también, es como define a esta antología su prologuista, Luis Pereira Severo.
Aunque reconoce el antecedente de aquella revista, Pereira ensaya una periodización de la poesía fernandina a partir de 1985 que divide en tres momentos clave. La primera década democrática centrada en el Taller Corbellini y en la revista Asterisco. Luego la bisagra del siglo, pautada por la apertura del Centro Regional de Profesores del Este (Cerp), en 1998, con sus profesorados de literatura e idioma español como viveros de escritores, y con la librería Libros del Duende como otro de sus ejes. Finalmente la generación de relevo que Pereira sitúa en el arco de tiempo que se abre en 2003 con la fundación de la revista Iscariote y que coincide con el inicio de los Encuentro de Escritura. El prologuista también nombra otros componentes de ese ecosistema, como las editoriales Trópico Sur y Del Cementerio (sus respectivas caras más visibles, Jorge Montesinos y Juan Ángel Italiano, están aquí antologados). Para ser justo, Pereira debería haber hablado más extensamente de su proyecto Civiles Iletrados y de su propio rol como impulsor de espacios poéticos. Modestia impide.
Son 34 poetas que en su conjunto conforman una muestra de lo que se ha escrito en Maldonado y Punta del Este en los últimos 35 años (aunque hay textos anteriores), aportando algo que va “más allá de la posible destreza en el oficio”. Se destacan voces que forman parte de cualquier antología de poesía uruguaya del período, como son las de Silvia Guerra, Gustavo Lerena y Pereira Severo, por citar sólo tres casos. También está la experimentación de Álvaro Ardao y la impronta beatnik criolla de Gonzalo Fonseca. Quiebres en la lógica temporal permiten disfrutar de María Díaz de Guerra (con su hermoso “Llega el cartero”) y rescatar del olvido a María Mauricia Gutiérrez Ibáñez. En el otro extremo están los jovencísimos Gabriela Miraballes, Fabián Muniz y Augusto Coronel, todos menores de 30. Los caprichos de la cronología le obsequian, a quien esto firma, estar espalda con espalda con Martín Macedo, esperando la ola que él ya supo cabalgar.