Cuando lo que importa es el relato - Semanario Brecha
Con el historiador salvadoreño Héctor Lindo Fuentes

Cuando lo que importa es el relato

Nayib Armando Bukele en la Asamblea General de la ONU, setiembre de 2022. AFP, GETTY IMAGES, STEPHANIE KEITH

El domingo, Nayib Bukele, modelo latinoamericano de mano dura y destreza tuitera, se proclamó reelecto como presidente de El Salvador con un arrasador 85 por ciento de los votos. Al cierre de esta edición, sin embargo, todavía no existían resultados oficiales y el Tribunal Supremo Electoral no lograba dar una explicación pública del atraso y las irregularidades en el conteo que fuera más allá de una vaga referencia a «múltiples acciones que han dificultado el desarrollo de las actividades de transmisión». El periódico El Faro publicó este miércoles que la directora del organismo «sospechaba que había ocurrido un boicot interno en la institución».

Aunque nadie duda de su popularidad entre los votantes salvadoreños, respaldada por infinidad de encuestas, esta no ha sido la única circunstancia peculiar que ha rodeado la victoria de Bukele: al estado de excepción que rige en El Salvador desde el año pasado se suman una serie de cambios al sistema electoral que han reducido las chances de representación opositora, entre ellas la reducción del número de diputados de la Asamblea Legislativa y el cambio de la fórmula de conteo para la adjudicación de bancas de forma que resulte beneficiado en el reparto el partido más votado. También se ha reducido el número de alcaldías del país, de 262 a 44. Durante la campaña electoral, el Estado salvadoreño decidió, además, no entregar a las formaciones opositoras los fondos a los que legalmente tienen derecho por cada voto recibido en las elecciones anteriores, mientras múltiples voces críticas denuncian que el oficialismo hizo un uso amplio de recursos y medios estatales y el presidente manifestó un total desdén por la veda electoral.

Todo ello sin nombrar el detalle de que la Constitución de El Salvador prohíbe a texto expreso, y en varios pasajes, la reelección consecutiva del presidente que Bukele acaba de celebrar. Desde que el oficialismo salvadoreño se encargó previamente de destituir al fiscal general y a los integrantes de la Corte Constitucional y sustituirlos por miembros afines al presidente, este obstáculo, al parecer insalvable, fue rápidamente dejado atrás.

Sea como fuere, Bukele, llegado al gobierno en 2019 y lanzado al estrellato internacional por su manejo de la delincuencia en lo que hasta entonces había sido uno de los países más violentos de una de las regiones más violentas del mundo, consolidó con esta elección su hegemonía absoluta en la política salvadoreña. También cimentó la ruptura total de ese país con el período abierto en 1992 tras el fin de una brutal guerra civil de más de 12 años, marcado por la alternancia en el poder de la anticomunista ARENA y la exguerrilla del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), hoy reducidos en las urnas a expresiones testimoniales.

Para hablar de este proceso, Brecha conversó con el historiador salvadoreño Héctor Lindo Fuentes, doctor en Historia por la Universidad de Chicago, profesor emérito de la Universidad de Fordham de Nueva York y autor de numerosos libros sobre la historia de su país.

—¿Existen antecedentes de la reelección de Bukele –y sus discutidas circunstancias legales– en anteriores procesos políticos autoritarios de la historia de El Salvador?

—El intento democrático de posguerra comenzado en 1992 fue limitado y está llegando a su fin con esta reelección, que a todas luces va en contra de la Constitución. De hecho, el impulso de los gobernantes salvadoreños de perpetuarse en el poder ha sido muy frecuente. No es nada nuevo. Es por eso que las distintas constituciones del país han tenido múltiples prohibiciones en contra de la reelección consecutiva. La constitución hoy vigente tiene seis artículos diferentes que explícitamente prohíben la reelección, precisamente como resultado de esa historia larga de gobernantes que se quieren mantener en el poder. Pero los grupos de poder encontraron otras modalidades para perpetuarse. Hubo una familia que entre 1913 y 1927 intercambiaba el poder de un hermano a otro y del otro hermano al cuñado. Y luego, de 1948 a 1979, todos los gobernantes fueron miembros del Ejército. Y en general siempre se sabía con anticipación quién iba a ser el próximo. Había entonces una alternancia en el poder, pero dentro del mismo grupo social, un grupo autoritario que se sentía con derecho a controlar las riendas y tenía mecanismos para que no se les escapara de las manos.

—En su campaña por la reelección una de las muchas estrategias de Bukele para desprestigiar la constitución actual fue llamarla «la constitución de d’Aubuisson», en referencia al líder paramilitar fundador de ARENA. Desde el exterior uno piensa en Bukele como un político de derecha conservador, que es el espacio ideológico que históricamente había ocupado ARENA. Sin embargo, él se refiere de manera despectiva a su líder histórico, cuya proximidad al proceso constituyente de 1983 desprestigia a la propia Constitución. ¿Cuáles son las principales diferencias entre Bukele y la derecha histórica en El Salvador?

—Hay que recordar que Bukele, que de afuera lo ven como de derecha, empezó su carrera en la izquierda. Él su carrera política la comenzó trabajando en las campañas publicitarias del FMLN, heredero de la antigua guerrilla. Luego fue alcalde por el FMLN de un pueblo que se llamaba Nuevo Cuscatlán y, más tarde, alcalde de San Salvador por ese partido. Ahora se identifica con la derecha porque, más que ideología, lo que lo guía es su ambición personal. Esto de hablar de «la constitución de d’Aubuisson» es parte de una estrategia de descalificar de forma global todo lo que le precede. De hecho, la gente del partido de Bukele, Nuevas Ideas, usa el término arenafrente para referirse como un todo a la clase política que ellos están suplantando. Hablan de que era un «pacto de corruptos» y que ellos representan, justamente, las nuevas ideas, una nueva página en la historia de El Salvador. Todo lo que venía antes del «presidente millennial» es deleznable. De hecho, hay un componente generacional grande en las descalificaciones lanzadas por ellos contra oponentes y críticos.

—En primera instancia, entonces, no hay continuidad ideológica entre el proyecto de Bukele y lo que lo precedió. Él, por el contrario, se presenta como algo totalmente nuevo. ¿Hasta qué punto es cierto eso?

—Él usa esta referencia a d’Aubuisson para descalificar la Constitución y también para descalificar a ARENA. Pero si uno lo ve con atención, los grupos empresariales que fundaron ARENA y que adoraban a d’Aubuisson son muy comprensivos con él y se abstienen de criticarlo. Este fin de semana lo felicitaron por su logro. Bukele y los suyos tienen un arreglo tácito con estos grupos económicos tradicionales, al menos por el momento. Se sienten muy a gusto los unos con los otros y el discurso del presidente está muy identificado con la derecha al estilo Donald Trump. Hace poco fue entrevistado por Tucker Carlson, por ejemplo, un personaje estadounidense muy conocido por su mendacidad y su extremismo político. Tiene el apoyo de lo más extremo de la derecha vinculada a Trump, gente como el senador Marco Rubio, por ejemplo, incluso Roger Stone, el infame estratega comunicacional de Trump.

—¿Cuál es el rol que la comunicación política y publicitaria, la propaganda, cumple en el modelo de Bukele?

—Lo publicitario es lo más importante para este gobierno. Ponen un énfasis tremendo allí y le dedican muchísimos recursos. Mantener una narrativa y dominar la conversación es central para su estrategia. Al ver las estadísticas, se puede ver que la presencia de Bukele en las redes, en comparación con la de la oposición, es increíblemente mayor. La idea es inundar las redes con un discurso que no permita que se escuche nada más. Y no solamente al interior de El Salvador, es una estrategia dirigida a toda América Latina que les ayuda a legitimarse hacia el interior. El hecho de que haya gente en Chile o en Uruguay o en Ecuador diciendo que lo que se necesita para combatir el crimen es usar el «modelo Bukele», sin siquiera saber muy bien qué es lo que están diciendo, es algo que al gobierno le favorece. Puede decir que ahora El Salvador tiene una influencia mundial, que el presidente Bukele tiene fama mundial. Eso les llena la boca y les da resultados a la interna.

—¿Los anteriores regímenes autoritarios de El Salvador tuvieron alguna vez interés en tener una proyección internacional de este tipo?

—Lo que sí era la norma era el uso de la publicidad de manera muy consciente para dominar el discurso nacional. El dictador de los años veinte, por ejemplo, Alfonso Quiñónez Molina, tenía su propio periódico y la radio se introdujo en El Salvador específicamente para reproducir sus discursos. La primera señal de radio del país tenía las iniciales del presidente, AQM. El dictador Maximiliano Hernández Martínez (1931-1934, 1935-1944) también hacía un uso extenso de la radio, era propietario de un periódico y usaba la censura a diestra y siniestra. O sea, el uso de las tecnologías de punta para esparcir el mensaje del gobierno no es nada nuevo en la historia del país. Lo que sí distingue al gobierno actual es la audacia y la ambición de poner como la primera prioridad de la actividad gubernamental la dominación del discurso político. Todas y cada una de sus acciones parecen girar alrededor de la creación de una narrativa muy calculada.

—En ese sentido, parecería haber una especial preocupación del gobierno en torno a la prensa independiente y a los organismos de derechos humanos que no responden a la línea oficial. ¿Cómo es la relación con esos actores?

—El gobierno de Bukele es sumamente hostil con la prensa y hace todo lo posible por descalificarla. Hoy hay un elemento nuevo en la política salvadoreña, algo que no existía en las dictaduras anteriores, que es un periodismo investigativo muy vigoroso, muy valiente, que es producto de la posguerra, de los acuerdos de paz. Allí nació un período con más pluralidad, con más libertad política. Y los periodistas lo aprovecharon muy bien. El periódico digital El Faro fue pionero en todo esto. Los periodistas jóvenes que se formaron en ese medio revelaron muchas de las tramas de corrupción que en su momento llevaron a la pérdida de prestigio de los gobiernos previos, tanto de derecha como de izquierda. De alguna manera, la implosión de los partidos tradicionales (ARENA y FMLN) fue parte del éxito del proyecto de posguerra, en el sentido de que el periodismo al que ese proceso permitió trabajar fue capaz de demostrar toda esa corrupción. El gobierno de Bukele sabe muy bien que eso es peligroso para sus intereses y mantiene contra ese periodismo una lucha sin cuartel. Varios periodistas han tenido que irse del país porque la vida aquí les resulta imposible. El oficialismo es particularmente violento con las periodistas mujeres, que son blanco de una violencia verbal y de una serie de ataques misóginos que no creo que muchos países tolerarían dentro de una empresa privada, por ejemplo.

—Recién mencionaba el fracaso del proyecto de posguerra que, previo a Bukele, intentaron construir los partidos tradicionales tras la guerra civil. ¿Cuál era, a grandes rasgos, ese proyecto y cómo fue su caída?

—Había dos partidos con visiones de futuro diferentes. Estaban el partido de izquierda y el de derechas, ARENA, con un proyecto neoliberal, pero con un cierto respeto por las instituciones. De hecho, hubo alternabilidad en el poder de derecha a izquierda, algo insólito en la política salvadoreña hasta entonces. Hubo una cierta consolidación de las instituciones de la democracia en la que ambos partidos trabajaron. Los del partido de izquierda, la exguerrilla del FMLN, pues tenían ciertamente una visión diferente de lo económico, daban menos prioridad a la empresa privada, tenían más fe en la capacidad del Estado de solucionar problemas de lo que mostraba la derecha, pero en ambos partidos se dieron instancias muy grandes de corrupción que fueron reveladas por la prensa. También demostraron incapacidad de enfrentar el problema de las pandillas. Es un problema cuyo origen no fue enteramente culpa de ellos y que tiene que ver con el desarraigo que produjeron las migraciones y el papel de los migrantes que estuvieron en Estados Unidos y que participaron en pandillas, en las gangs de Los Ángeles, y que luego regresaron a El Salvador. En todo caso, ambos gobiernos fueron incapaces de enfrentar el problema de una forma concertada y exitosa e hicieron pactos con las pandillas para que los apoyaran en las campañas presidenciales, para que redujeran el número de víctimas en época de campaña electoral. Tuvieron una relación muy corrupta con las pandillas. Y eso también lo reveló la prensa y llevó a su desprestigio. Pero no es exclusivo de estos partidos.

—Bukele también pactó con las pandillas, sobre todo al principio de su gobierno [véanse «Nuevo continuismo» y «Autoritarismo trending»]. Hay investigaciones de El Faro muy reveladoras al respecto. Sin embargo, él no parece haber pagado el costo que pagaron los partidos tradicionales.

—Es una de las razones por las que tienen tanto interés en controlar el discurso. El gobierno pretende que esos pactos nunca ocurrieron, a pesar de que ahora uno de los líderes de las pandillas está en Estados Unidos y su juicio puede dar paso a revelaciones muy interesantes. Pero esa es una de las grandes prioridades del gobierno: tapar esto con cortinas de humo. Cada vez que surge el tema, surge una cortina de humo más fuerte que la anterior. Y son muy hábiles en eso, en desviar la atención, en cambiar la conversación. Y eso les permite no pagar el costo. Hay muchas personas con las que tú platicas que pueden haber leído esto de los pactos, pero no lo registran, no lo recuerdan, porque el gobierno ha tenido éxito en cambiar la conversación en el momento.

—Bukele no parece haberse interesado seriamente en construir una figura que lo heredara en esta elección. No esperó los plazos constitucionales para luego postularse a los siguientes comicios, sino que se lanzó de lleno a una reelección inmediata, aunque fuera en contra de la Constitución. ¿Cuál es el peso del personalismo en este proyecto político?

—Si se tratara de un proyecto ideológico o incluso de un proyecto programático apoyado por un partido que es popular entre la población, lo lógico sería que respetaran la Constitución y escogieran a otra persona del mismo partido que estuviera de acuerdo con la parte programática y le diera continuidad al proyecto. Sin embargo, el grupo que rodea al presidente decidió concentrarlo todo alrededor de la figura de Bukele, porque él es muy hábil, muy efectivo mediáticamente. También hay un elemento de ambición personal que se ve muy claramente desde el comienzo de su carrera, con una visión de sí mismo un poco megalómana. Pero prefiero no entrar en consideraciones psicológicas. Obviamente, tiene alrededor asesores muy hábiles, muchos de ellos extranjeros, especialmente venezolanos, que son muy hábiles en materia de propaganda y de planeación política, a la que el gobierno le dedica enormes recursos. Hay una investigación muy detallada de la agencia Reuters sobre toda la organización y los recursos que Bukele tiene para influenciar las redes sociales. Una maquinaria muy bien organizada, científicamente organizada, se podría decir.

—Las políticas de seguridad de Bukele han sido criticadas por la violación de varios derechos humanos, de libertades constitucionales, así como por el uso prolongado del estado de excepción y el uso de las Fuerzas Armadas para la represión interna. ¿Es correcto trazar algún tipo de continuidad con lo ocurrido durante las dictaduras militares salvadoreñas?

—Yo lo llevo hasta más atrás. Hasta los años treinta con el dictador Martínez. Él consolidó su posición como dictador después de los acontecimientos de 1932, cuando hubo un levantamiento en el occidente del país con liderazgo comunista que se reprimió de una manera absolutamente brutal: decenas de miles de personas fueron ejecutadas de manera sumaria. El discurso anticomunista en El Salvador viene de antes de la Guerra Fría y ha sido importantísimo para la justificación de las políticas autoritarias. Ahora ese rol del enemigo interno ya no lo juegan los comunistas, sino las pandillas. El discurso anticomunista se mantuvo mucho más allá en el tiempo que cualquier presunta amenaza comunista real. Ahora parece que va a ocurrir lo mismo, que se va a mantener en el tiempo el discurso securitario para mantener el estado de sitio, para mantener a la población atemorizada y más permeable a un discurso autoritario, a conceder parte de sus libertades personales.

Hay que notar, sin embargo, que el flagelo de las pandillas efectivamente era muy alto. La vida diaria de las personas más humildes se veía constantemente afectada por esa amenaza real, constantes extorsiones y riesgo personal para sus hijos y sus hijas. Un nivel espantoso de violencia sexual. Liberarse de las pandillas es un discurso muy fuerte y muy efectivo precisamente porque el sufrimiento diario de gran parte de la población era muy real.

—¿Hay algún peligro para la democracia en el rol que están teniendo las Fuerzas Armadas en el gobierno de Bukele y en la guerra contra las pandillas?

—Después de los acuerdos de paz tras la guerra civil, uno de los elementos más importantes era retirar a las Fuerzas Armadas del orden público y del trabajo de policía. Todo eso se rompió en el año 2020, cuando Bukele irrumpió en la Asamblea Legislativa acompañado por el Ejército para tratar de imponer una medida legislativa. Él le ha puesto un gran énfasis a darle más recursos al Ejército y habla de duplicar el número de soldados. Por el momento, Bukele es muy popular, pero eso se va a acabar en algún momento. Y cuando eso se acabe, ese protagonismo militar puede ser peligroso. Ese es mi temor. La experiencia pasada del país y de la región con las Fuerzas Armadas como brazos de gobiernos autoritarios ha traído consecuencias trágicas.

—¿Hay en este momento algún movimiento político o social que pueda servir de contrapeso al autoritarismo creciente de Bukele y como defensa de las instituciones democráticas?

—Por el momento no se ve ningún liderazgo político de ese tipo. Hay, sí, algunos intelectuales y sobre todo el periodismo, que se ha mantenido muy activo y da toda seña de querer mantener su profesionalismo. Es un proyecto de largo plazo crear una demanda por democracia que no existe a nivel generalizado, crear una conciencia de que las instituciones democráticas tienen más posibilidades de responder a los problemas reales de la población. Creo que vamos a tener que pasar por un período difícil hasta que haya un desencanto con lo que está ocurriendo, que va a llegar. Y tiene que haber un proyecto de largo plazo de la sociedad civil, de crear conciencia de la importancia de las instituciones democráticas. Es una demanda por democracia que hoy no existe a nivel generalizado.

El imperio y el cliente

—Al comienzo de este proceso de reelección, la encargada de negocios de la embajada de Estados Unidos fue muy crítica con las intenciones de reelección de Bukele, a quien comparó con Chávez y reprendió por su violación de la Constitución. Pero parece que Estados Unidos pronto se olvidó de esas críticas y ahora le ha dado todo su apoyo público al presidente salvadoreño. ¿Cómo ve ese cambio en la posición de Washington?

—La relación de Estados Unidos con respecto a Centroamérica siempre ha sido la del imperio con sus Estados clientes. Lo que tiene prioridad son los intereses del imperio y lo que ocurre con los Estados clientes es positivo o negativo en la medida en que afecte sus intereses. Y en este momento lo que más le preocupa a Estados Unidos es el tema de la migración. Ahora sienten que tienen que hacer negocios con Bukele, que es inevitable su reelección y que no pueden cerrarle las puertas, tienen que mantener abiertos los canales de comunicación. Ahora mismo se está discutiendo con mucha furia el tema de la inmigración en el Congreso estadounidense y el presidente Joe Biden está en campaña electoral. Y no se le puede escapar de las manos este tema. Aquellos países que mandan migrantes a Estados Unidos, entonces, son países que Estados Unidos quiere tener de su lado.

 

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