No es la única noticia sobre Dalton que ha atravesado el tiempo y llegado hasta nuestros días. Sin ir más lejos, una de las primeras medidas tomadas por el presidente salvadoreño, Nayib Bukele, al asumir en 2019, fue despedir a Jorge Alberto Meléndez, exguerrillero del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), señalado por su participación en el asesinato de Roque Dalton. Meléndez, que había sido director de Protección Civil durante diez años, fue despedido por Bukele mediante un tuit: «Se le ordena al ministro de Gobernación @marioduran1, que remueva al director de @PROCIVILSV, acusado del magnicidio de nuestro poeta Roque Dalton. En su lugar, nombre a alguien con credenciales para ejercer ese puesto de la mejor manera». La última frase del tuit parece satírica y bien podría haber salido del especial sentido del humor que cultivaba Dalton.
Castellanos Moya tiene más puntos de contacto con Dalton de los que solemos pensar, sobre todo en su relación problemática, por llamarla de alguna manera, con su país de origen. Y es que pensar El Salvador es difícil, empezando porque de tan pulgarcito uno se sale de fronteras sin haber podido siquiera comenzar a desembrozar su historia sangrienta y convulsa.
La historia se alarga. Castellanos Moya viaja de Iowa a San Salvador: quiere revisar los papeles de Dalton que guarda su familia. Allí esperaba encontrar rastros genéticos de la escritura de la última novela de Dalton, Pobrecito poeta que era yo: cuadernos de notas y, sobre todo, la primera versión del último capítulo de la novela. En este último capítulo, titulado «José. La luz del túnel», Dalton relata sus 51 días de cautiverio en manos del ejército salvadoreño, el que, instigado por la CIA, lo secuestró en 1964 con el objetivo de neutralizar las redes de espionaje cubano y, si era posible, reclutarlo como doble agente. La idea era comparar versiones y, sobre todo, contrastarlo con documentos de la CIA de dicho período desclasificados en Estados Unidos. Entre los papeles de Dalton, Castellanos encontró una primera versión de la novela, titulada «Los poetas» y firmada por Juan de la Lluvia, el seudónimo con el que Dalton la mandó a un concurso literario de El Salvador. Sin embargo, esa versión carecía del último capítulo.
Lo que sí encontró Moya fue una carpeta con 16 cartas.
Y LA VIDA CONTINÚA
Las cartas pertenecen al período en el que Dalton había viajado clandestinamente a El Salvador para integrarse a la guerrilla (1973-1975). La importancia que revisten es, sobre todo, la de comprobar en qué medida el poeta mantuvo contactos con su familia; además, ayudan a echar luz sobre su relación de entonces con la escritura y con la obra que dejaba atrás. A su vez, aportan información para comprender hasta qué punto pueden haberse mezclado las razones políticas y las personales al momento de decidir su suerte. También revelan que los únicos que estaban al tanto de su presencia en El Salvador eran su madre, María, que vivía allí; Aída, su exesposa, y Manuel Terrero, la nueva pareja de Aída, que vivían en Cuba junto a los hijos del poeta. Todos los demás creían que Dalton estaba en Vietnam.
Hasta el hallazgo de las cartas, se creía que Dalton se había trasladado a El Salvador el 24 de diciembre de 1973; sin embargo, la correspondencia muestra que estaba allí al menos desde comienzos de ese mes. Había entrado por el aeropuerto de Ilopango con un pasaporte falso a nombre de Julio Delfos Marín, aunque también se ha dicho que el apellido que usó fue Dreyfus, lo cual, de ser cierto, resonaría fuertemente con su destino ulterior, ya que sus secuestradores le advirtieron ominosamente que no moriría como un héroe, sino como un traidor. Sea cual haya sido su apellido falso, lo cierto es que no sólo era eso lo que había cambiado: Dalton se había sometido a una cirugía facial llevada a cabo por el mismo doctor que cambió la fisonomía del Che Guevara antes de viajar a Bolivia. Puede resultar insignificante, pero, según el testimonio de su hijo, la cirugía fue realmente estética: le enderezaron la nariz («nada que ver con la nariz de bruja que tenía»), le perfilaron la quijada, le arreglaron los dientes y le modificaron las orejas: «Se veía mucho más joven». Dalton se incorporó como asesor al Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) y participó en pocas acciones armadas (al parecer, solamente en una: la toma de una emisora de radio en marzo de 1974). Cabe preguntarse si fue esa acción la que describe en «Encuentro con un viejo poeta»:
Ayer vine a toparme cara a cara
con el hombre que antes que nadie aplaudió mi poesía,
Él fue el responsable de que mis versos
encontraran el cauce de los periódicos y las editoriales
y de que se comenzara a hablar de ellos
en forma que parecía necesitar una iniciación.
Ayer vine a toparme cara a cara con él
muy cerca de los mercados pestíferos
(supongo que él dejaba su oficina e iba a casa).
Yo venía sonriendo para mí mismo
porque unos minutos antes todo había salido bien
y no hubo necesidad para nosotros
de usar las armas.
Él palideció bajo la luz roja de neón (una proeza)
y buscó la otra acera como quien repentinamente tiene sed.
En las cartas que descubrió Castellanos, Roque es Miguel. El contenido es más bien práctico: comunicarse con Aída (a quien llama Ana), enviar noticias a Miriam, su pareja, organizar un viaje de su madre y su suegra. También se ocupa de temas editoriales, sobre todo por las preocupaciones económicas de la familia. Las cartas, que llevaban a Cuba otros compañeros, estaban escritas en clave, pero con ocultamientos más bien mínimos, como el citado de los nombres o el enmascaramiento de las actividades guerrilleras transpuestas en empresariales. «Puedo darte la seguridad de que se trata de un negocio serio, de gente responsable. Me he dado cuenta de que la empresa, aunque no es millonaria, tiene solvencia moral y económica y vale la pena invertir en ella esfuerzo, dinero y confianza, ya que los trabajadores y ejecutivos que en ella trabajan no son irresponsables y engañadores, no le andan ofreciendo empleo a cualquiera.»
El análisis de Castellanos Moya no evade la vida afectiva del escritor. Y es que la relación del poeta con las mujeres merecería todo un libro: con su madre, María, y con su mujer Aída, que además de compañera y madre de sus hijos se fue transformando, paulatinamente, en agente literaria, secretaria, amiga y confidente; también con la novia que abandona en La Habana –la directora teatral y actriz Miriam Lezcano– y con Lil Milagros Ramírez, una nueva relación amorosa que había entablado dentro del ERP. El posible libro debería incluir también su traición a Lil cuando, de viaje en México, con todo y pasaporte falso, la engañó con una examante difícil de olvidar, Breny Hazel Cuenca.
Pero las mujeres tendrán, además, otro capítulo en el ensayo de Castellanos Moya: el de las intrigas que empiezan a sembrarse en Cuba entre las parejas de Rivas Mira, uno de los fundadores del ERP, y la de Joaquín Villalobos y Aída, la exmujer de Roque Dalton. Esta situación viene a complicar las relaciones de esta última con los cubanos, que son quienes cobijan a su familia y también a los padres de Rivas Mira, que habían tenido que huir de El Salvador a raíz del papel que había tenido su hijo en el secuestro y asesinato de Enrique Regalado Dueñas, joven perteneciente a una de las familias más poderosas de El Salvador. Estas rencillas podrían resultar anecdóticas si no fuera porque, en el relato sobre el asesinato y la desaparición de Roque Dalton, la versión más verosímil ha sido siempre que Rivas Mira dio la orden de matarlo y Villalobos apretó el gatillo. Si se considera que entre las acusaciones de traición que el ERP vertió sobre Dalton estuvo la de ser agente de los cubanos –llegando a escribir en un comunicado: «A los cubanos se les murió su payaso»–, estas rencillas internas cobran relevancia.
El libro de Castellanos Moya no se agota en este, su ensayo más extenso. Se completa con textos de diversos orígenes que, a pesar de no tener una clara unidad temática, de alguna manera ilustran la compleja relación del autor con El Salvador.