Andrés Olveira es bibliotecólogo de profesión y nunca se había planteado hacer una investigación sobre el humor uruguayo. El tema no era el de su tesis en un doctorado de comunicación, tampoco era una afición secreta de coleccionista de revistas satíricas. No es nieto ni de Julio Emilio Suárez ni de Elina Berro, no fatiga los mecanismos del humor escribiendo textos para alguna murga ni tampoco estaba buscando recuperar el último número perdido de la revista El Dedo, secuestrado en alguna dependencia militar en 1983. No. Andrés Olveira solamente estaba conversando con sus amigos y, como dicen los chistes, una cosa llevó a la otra.
Como buen bibliotecólogo, su libro empieza con un problema de conservación. A ello remite la primera parte del título de su trabajo: Cuatro páginas arrancadas: la historia del humor escrito en Uruguay. Esas cuatro páginas son un enigma, porque son nada menos que las que contenían el tercer poema más celebre de Francisco Acuña de Figueroa. El primero y el segundo poema más famosos de Acuña lo son por imposición, el tercero, por fruición. Nos referimos, claro, a los himnos de Paraguay y de Uruguay, conocidos a prepo por millones de personas de dichas nacionalidades y, en un dignísimo tercer lugar, a aquel poema clandestino llamado la «Apología y nomenclatura del carajo», en el que Acuña se las ingenia para enumerar, exaltar y hacer rimar 73 maneras de llamar al pene. ¿Cuándo supimos de ese poema insólito los uruguayos? Mi generación, al menos, accedió atónita a la revelación a mediados de los ochenta, aunque el poema ya circulaba, clandestinamente impreso, desde 1922. El misterio de las cuatro páginas arrancadas lo señaló por primera vez el periodista y librero uruguayo radicado en Argentina Eduardo Orenstein, en las páginas de este mismo semanario. En su nota del 23 de mayo de 2019, jocosamente titulada «Al carajo el patrimonio», Orenstein narra su intento por verificar la autoría de aquellos versos celebratorios y se encuentra con el daño al manuscrito, aunque el vándalo no haya podido borrar totalmente la huella del juguetón escándalo fálico. Es por allí que arranca Olveira, que, buscando pilares, los encontró de sobra, hasta en la filigrana que decoraba la primera edición del libro.
Hay que decir que el tercer poema más celebre de Acuña de Figueroa, a pesar de dar pie al nombre del libro, no distrae al autor de esta historia de un análisis más profundo de la calidad humorística de nuestro primer vate. Digamos que Olveira lo usa para avanzar en la tesis de que el humor, en Uruguay, ha sido desplazado a un lugar lateral en la obra de muchos grandes de nuestra literatura, siendo el caso de Acuña ejemplar por lo extremo: las páginas arrancadas son, literalmente, una manera de cuidar su prestigio y salvaguardar la parte «seria» de su trabajo, es decir, «lo que de verdad vale». El otro pilar que elige Olveira para comenzar es igual de grande que Acuña: nada menos que don Bartolomé Hidalgo, el de los cielitos patrióticos que, no por nada, nombra a uno de los principales galardones de nuestras letras. Así, paso a paso Olveira va trazando una dicotomía de esas que tanto nos gustan a los que tenemos la fantasía de que ordenar es posible: apocalípticos e integrados, lúcidos y entrañavivistas, egoístas o serios, etcétera. Y es que, para Olveira, el humor uruguayo puede dividir sus cultores en dos grandes grupos: los hedonistas (dionisíacos) y los comprometidos (apolíneos) con Acuña e Hidalgo como portaestandartes de estos bandos.
La historia del humor escrito, pues, sigue recorriéndose en esa guisa: Olveira rastrea los periódicos satíricos del XIX y sigue con los de los albores del XX; se detiene, claro, en la caricatura, que no por salirse del corsé autoimpuesto (el de historiar el humor escrito) deja de venir a cuento, por ser muchas veces indisociable de aquel. Y es que resulta prácticamente imposible, en una tarea como la que se impuso Olveira, no prestar atención, aunque sea de paso, al componente visual del humor.
El relevamiento que realiza de las publicaciones satíricas del XIX es muy importante y puede decirse incluso que, aun antes de entrar al siglo XX, el autor ya tenía una especie de conclusión: los hedonistas perderían por goleada. Y para describir la prevalencia de esa tendencia utilitaria y político-social de nuestro humor, Olveira cita a Bergson: «El humorista es un moralista que se encubre bajo el disfraz del sabio, algo así como un anatomista que solo hiciera disecciones para despertar nuestra repugnancia hacia algo».
Olveira reconoce los trabajos que lo precedieron, tanto el de Danubio Torres Fierro como el de Alicia Torres, por su trabajo «Humoristas y cronistas de costumbres» para la Historia de la literatura uruguaya contemporánea, publicado por Raviolo en Banda Oriental, y también en su libro Humor a la uruguaya, publicado por Colihue en 1999, que, a pesar de centrarse «en la época contemporánea», como dice Olveira, cuenta con la ventaja del conocimiento acumulado por Torres de la prensa uruguaya prácticamente desde los albores de la patria, al haber llevado a cabo, en otra de sus líneas de investigación, un trabajo académico sobre la prensa colonial de Montevideo.
La historia del humor escrito en Uruguay se detiene en Peloduro y Marcha, a los que dedica generosas páginas, aborda el rol resistente del humor en la era de Pacheco y la dictadura, y, naturalmente, empieza a acelerar a medida que se acerca a la época actual. Olveira, cuyo trabajo, sospechamos, amenazaba no terminar nunca, se empeña, sin embargo, en no dejar piedra sin levantar, ni publicación o autor por referir, aunque sea brevemente. Así, va transformando su libro en una referencia ineludible; probablemente lo será por muchos años, ya que es virtualmente imposible que algún editor dedique nunca mayor cantidad de páginas y un escritor, mayor esfuerzo y amor para dar cuenta del tema en toda su amplitud.
El libro no solamente se erige así en una obra de referencia –que habría ganado si se hubiera podido confeccionar un índice de nombres, aunque dicha tarea fuera titánica–, sino que se permite un recorrido por momentos original, una manera de narrar la historia que abandona la linealidad e incorpora pequeñas discusiones aledañas, datos, hipótesis y elucubraciones que vuelven la lectura más amena, a veces incluso polémica en su deriva. Es el afán de Olveira de dar cuenta, de ir desarrollando todo lo que encontró y todo lo que pensó lo que propicia esa deriva entusiasta que contagia al lector. Tal vez por ello es que Cuatro páginas arrancadas no termina con la última ficha del último humorista que ha escrito algo en la prensa antes de que Olveira tirara la toalla y decidiera finalizar su libro de una vez, sino mezclando a Benedetti y los seudónimos –que en Montevideo no esconden– y a los superhéroes y sus identidades secretas, incluyendo el convincente argumento del personaje de Carradine en Kill Bill, la película de Quentin Tarantino. Pero no, Bill miente: Superman no nació siendo Superman. Tiene superpoderes porque es extraterrestre y se disfraza de Clark Kent no como crítica, sino por necesidad. Una discusión como para seguir con amigos en el boliche.