Cuestión de tiempo y espacio - Semanario Brecha

Cuestión de tiempo y espacio

El viernes 22 de setiembre en La Trastienda Alfonsina presenta “Pactos”, su segundo álbum de estudio, donde consolida ciertos rasgos de identidad de su debut a la vez que expande los límites de su propia obra. Brecha conversó con la artista sobre el nuevo disco, las particularidades de la composición y el significado de hacer música en la era digital.

Foto: Difusión

Ante la eterna discusión sobre “los desafíos del segundo álbum” parecen abrirse dos caminos posibles: el de la continuidad o el de la alteración. Uno remite a ciertas fórmulas probadas, al fortalecimiento de un esquema más o menos exitoso, mientras que el otro parece optar por el riesgo y el cambio de dirección. Esta cuestión de senderos que se bifurcan no supuso mayores contratiempos para Alfonsina. Podría decirse que su segundo álbum de estudio, Pactos, recientemente editado por el sello Bizarro, representa un evidente cambio de dirección con respecto a su debut, El bien traerá el bien y el mal traerá canciones (2014), pero este cambio es a la vez una decisión y una necesidad artística. “El cambio es parte del tiempo que pasó, pero también de las ganas que tenía de desarrollar lo que comencé con el primer disco, que es encontrar una mejor manera de comunicar un mundo interior, y también las interacciones que hay todo el tiempo con el mundo exterior al cual estoy totalmente permeable. Todos lo estamos. Estamos en Internet, metidos en diez ventanas a la vez, hablamos con muchas personas al mismo tiempo, estamos en muchos tiempos y lugares a la vez. Estás en Youtube escuchando música de 1930 y de repente estás en 2017. Ese trascender tiempo y espacio, y también trascender identidad, está implicado en el disco, es parte del contexto en el que vivo”, explica Alfonsina en conversación con Brecha. A este cambio, pongamos, interno, sigue otro externo, muy relacionado con el anterior, que es el surgimiento y ampliación de una masa de público propio. Este segundo disco parte de una base –de popularidad, de antecedentes– que el anterior no tenía. “Yo no soy de esos artistas que dicen ‘la música la hago para mí, y punto’. Tengo músicas que hago para mí y ahí quedan, en mi cuarto, en mi computadora. La música la hago porque siento que puedo, a través de mis herramientas, ponerles palabras y ‘fisicalidad’, de alguna manera, a las cosas que están en el aire y que siento que representan a muchos. Yo no siento que el hecho de tener un público –que agradezco– implique necesariamente expectativa, sino más bien confianza. Si la persona tiene confianza va a volver a abrirse a tu trabajo a pesar de que sea muy diferente, como en este caso. Que por algo es muy diferente.”

La insistencia, acaso la sorpresa, en torno al quiebre entre El bien traerá el bien y el mal traerá canciones y Pactos tiene que ver ante todo con un rasgo que saltaba a la vista en el primero: la consolidación de un estilo muy definido a pesar de tratarse de un álbum debut. Había una influencia evidente que se movía entre el jazz y el blues estándar, con nombres posibles como Ella Fitzgerald, Billie Holliday o Amy Winehouse, pero siempre con la irrupción de elementos atípicos para el género que desembocaban en una sonoridad particular. Esa extrañeza, que apenas asomaba en el primer disco para desordenar sin salirse de los límites, para aportar algo propio más allá del simple ejercicio correcto del género, crece notablemente en este segundo disco. Si El bien traerá el bien… era un primer trabajo en extremo pulido y digerible, Pactos se revela como una secuela más compleja y de bordes filosos, donde las referencias cambian y se oscurecen un poco y el conjunto se desmarca, eludiendo una primera clasificación rápida. Si el anterior atrapaba en la primera escucha, éste opera a la inversa, desdibuja a propósito la entrada, pero una vez en su interior consigue mantener la escucha por un buen tiempo. “Este disco es más complejo que el anterior en la producción, los arreglos, la cantidad de instrumentos, incluso el trabajo que hay en las estructuras –dice Alfonsina–. Hay temas que suenan muy naturales a la escucha pero en realidad son canciones que están en compases de cinco, o algunos que tienen tiempos muy irregulares. En ese sentido los temas tienen una gran complejidad y costó que se sintieran naturales. Se trató también de salir del cuatro, que significa muchas cosas. Salir del cuatro es salir de una estructura que es como una caja. ¿Qué cantidad de pensamiento puede llegar a habilitar hacer canciones en cinco compases? En la cabeza somos muy peculiares y es hora de ponerlo en el arte. No podría hacer siempre lo mismo, tendría que mentir de una manera que no sabría ni cómo hacerlo.” El desafío de este álbum es ir de la complejidad a la simpleza, superar esa paradoja inicial. En palabras de Alfonsina: “Es tomar algo muy complejo, por ejemplo ‘Existir’, y volverlo algo simple y que no sea totalmente oscuro e inentendible. El trabajo de todo el disco está en cómo lograr ese equilibrio”.

Hay cosas que no cambian de un disco a otro y que a fin de cuentas son lo que va conformando un recorrido. La primera es el trabajo con la palabra y una atención constante a los detalles, con letras que siguen manteniendo un pie en la interioridad y a las que en este caso se suman recurrentes frases en loop. “La letra tiene la misma importancia que la línea de bajo o que la composición de la batería. La palabra lo que tiene es que te comunica muy rápidamente con el otro y eso a mí me interesa mucho”, dice Alfonsina. El proceso compositivo, la manera de alcanzar esos tópicos que van y vienen a lo largo de la obra, es también lo que le da nombre al disco. Pactos termina siendo el nombre del disco porque justamente cuando yo me siento a tratar de hacer una canción empiezo siempre con un sentimiento, pienso que voy a decir algo, comienzo a componer y cuando miro para atrás no tiene nada que ver con lo que pensé que iba a decir. Ahí justamente hay un pacto: yo me pongo en disposición de controlar el aire y los sentimientos, meterlos por un embudo y sacar un tema, pero una parte de eso está totalmente fuera de mi control. Compongo a través de la improvisación y me autodescubro en las cosas que no creí que quería decir. Lo que me interesa son esas grietas en las cuales uno no sabe que está y de repente aparece.”

Otra de las apuestas que en este disco se multiplican es el trabajo con la voz. Desde la interpretación misma hay una intención particular y desde la producción una búsqueda constante en la superposición de pistas, generando varias capas que interactúan, llegando a tocarse registros muy bajos y muy altos. Largos trayectos de “Star”, por ejemplo, son cantados en falsete. De nuevo Alfonsina insiste en que las peculiaridades vocales de Pactos responden a las vicisitudes de la composición. “Los temas van apareciendo más de lo que yo me propongo. El nacimiento de la canción, el inicio, lo sustancial, en mi manera de trabajar, es a través de la inspiración. Digo inspiración como algo que no comprendo y que aparece. Luego puedo trabajar mucho en los arreglos, en disponerme a tocar, pero primero la canción aparece porque está en el aire. Las voces surgieron así. Cuando una canción nace con ese registro, luego de que termino, miro para atrás, la veo y digo: ‘ahí hay otra persona’. Hay una multiplicidad en los temas: en ‘La noche exige’ hay una voz muy grave y otra muy aguda. Eso va desde lo masculino y lo femenino que conviven en mí hasta lo más terrenal y lo más sutil, lo más claro y lo que se esconde. Las elecciones de voces tienen que ver con una decisión honesta.” La instrumentación, en tanto, atiende a las sutilezas posibles de cada instrumento y responde a un sonido orgánico que podrá reproducirse sin obstáculos en el escenario: “En el disco se buscó capturar las texturas naturales de la Telecaster, las que trae el MicroKorg, el bajo con púa, ciertos sonidos de batería. Son muy amigos el disco y el vivo, por suerte”.

En Alfonsina se cruzan dos caminos a primera vista muy diversos. Se trata de una artista que explora diversas latitudes y épocas musicales, algo propio de la era digital, al tiempo que apuesta por el disco como objeto, por la escucha del álbum de principio a fin en tiempos de fraccionamiento. “El álbum es para mí lo suficientemente largo para ser un álbum y para tener una entereza propia, y lo suficientemente breve para que lo escuches entero. A mí por lo menos me engancha del uno al diez. Sé que es vieja escuela, dicen eso, yo no sé si no es un bolazo total; también dicen que no hagas discos. Yo quiero traer de ese mundo virtual y abstracto algo tangible hacia la materialidad. Es la misma idea que tengo con la música: de algo incognoscible e inentendible como es la vida, que no tiene mucha estructura, traerla y bajarla hacia lo concreto. Porque si no se pierden, se vuelven demasiado invisibles. Me pasa que escucho discos espectaculares en Internet y a los dos meses la gente los comió y los tiró. No es lo mismo si vos no tenés un objeto. Pero bueno, esas son las pequeñas luchas que de nada valen.”

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