Ya a fines de los ochenta, en Los héroes de las siete y media,1 Luciano Álvarez desmenuzaba con prosa incisiva la narrativa de los informativos, una sintaxis que un cuarto de siglo después no parece haber sufrido variaciones radicales, ni siquiera considerables. Esa cualidad de (la mayoría de) los reporteros o movileros de resignarse a transportar el micrófono por múltiples ruedas de prensa, o a recopilar una “administrativa” cadena de declaraciones de dirigentes políticos, sin que la repregunta o algún atisbo de incorrección interrumpieran el discurso prefabricado y previsible del entrevistado de turno.
En alguno de los pasajes el analista, con buen tino, reparaba en el desfile de “bustos” que nos propinaban los noticieros de la época, en un verdadero “reino del plano medio”. Nada parece alterar esa cadencia de los bustos parlantes en los informativos actuales, y sobre todo en el cada vez más deslucido relato de la cobertura política o electoral. Los políticos continúan moviendo sus bocas, con marmóreas columnas de fondo. El análisis se reserva, en las cercanías de los ritos del voto, a los especialistas en opinión pública, y el género del informe o del más ambicioso reportaje, aquel que hace un esfuerzo por asociar ideas, por contrastar o por despejar la hojarasca, sigue brillando por su ausencia.
Pero en las últimas elecciones ha comenzado a divisarse en los noticieros otra modalidad que no parece generar ninguna suerte de rubor en las cocinas de la información. El lunes pasado en el informativo de La Tele (ahora de las ocho), apareció una curiosa declaración del candidato Edgardo Novick. El calvo empresario ensayaba un discurso de esos que se autopretenden furibundos, y la emprendía sobre la calidad de gestor de Daniel Martínez al frente de Ancap. Los productores de la pieza en cuestión, tan originales ellos, pararon al candidato junto a la sede de la petrolera de la Avenida del Libertador. Como si no supiéramos de qué nos hablaba, Novick gesticulaba y dirigía su mano hacia al edificio cada vez que se refería al ente. La imagen tenía una definición diferente al resto de las piezas “informativas”, algo más cinematográfica y proveniente de una cámara distinta. Y la perla mayor: las declaraciones eran registradas por un micrófono negro, impersonal, y sin ningún logotipo. Obviamente, no aparecía otra voz que no fuese la del candidato. No había nadie que hiciese una pregunta y el reportero (o cualquier ser humano que no fuese Novick) había desaparecido de la escena.
No se necesita ser un versado en comunicación para que caiga la ficha: el archivo audiovisual (ya no puede hablarse de tape) fue generado por el comando de campaña o la agencia de publicidad del candidato “independiente”. Y el enlatado, así como vino, fue ponchado por los responsables del informativo, sin ninguna mediación de un periodista, para ser ensamblado en esa suerte de cadena fabril tayloriana de actos políticos y declaraciones de ocasión. Hay una novedad para incorporar en una eventual reedición del libro de Álvarez: los noticieros ya no sólo no envían a un periodista a repreguntar, sino que ahora ni siquiera se toman el trabajo de enviar a un movilero para que porte el micrófono. Y sus guionistas son capaces de emitir un publicity pero presentado con los recursos de la narrativa de un noticiero, con el correspondiente copete del presentador en piso. El archivo fue algo más que un relleno de la noche, porque al día siguiente volvió a lucirse en la edición mañanera de Telemundo.
Seguramente el comando de Novick sabe cómo vender y realzar sus piezas. Lograr aquel mismo formato que tan bien imponía Óscar Magurno con sus buenas noticias de La Española, cuando lo asesoraba Walter Nessi. Y esta modalidad tampoco está ajena a comandos del Partido Nacional, o incluso del Frente Amplio. Los asesores hacen lo que tienen que hacer, conocedores de la retórica informativa, buscan facilitarle la tarea a los canales para que ni siquiera pierdan el tiempo en enviar a un movilero. No son ellos los que tienen la culpa. Es sabido que las empresas de comunicación uruguayas, desembozadamente jugadas al entretenimiento, no se caracterizan por la alta inversión en productos periodísticos nacionales y menos en formatos del alicaído periodismo político. De hecho, ahora ni siquiera optan por contratar corresponsales fijos en el Interior, sino que les pagan algo así como mil pesos por “informe”. Todo un signo para los tiempos del periodismo actual. Ese que también da como bueno, sin mucho prurito, un twit, una primicia de un blog o una foto de ignota trazabilidad. Podría una detenerse en las intencionalidades de las empresas –más celosas en repreguntar o en ser más incisivas con candidatos pertenecientes a un partido que a otros– si no fuera por esa sensación de que la mediocridad cómoda y barata le gana a todo lo demás.
1. Serie Claeh: Argumentos. 1988. Editado por Banda Oriental y el Claeh.