Las religiones no dejan de incidir en el espacio político nacional. En particular, la Iglesia católica uruguaya, que bajo el liderazgo de Daniel Sturla viene adquiriendo cada vez mayor grosor mediático (aunque esta exposición no se manifieste en un aumento en el número de sus fieles), cuestionando y tensionando mediante diferentes performances algunas de las tradiciones laicas vernáculas y, en particular, sus ámbitos, continuidades y separaciones espaciales e institucionales definidas.
En confrontación directa con las narrativas y mitos laicos fundacionales,1 2 Sturla trae otras mitologías –las católicas– en buena parte opacadas por la gesta laica de construcción de un discurso patrio. Este febrero, el barrio La Aguada fue el escenario de una misa peculiar, que aunaba el pedido a la divinidad a favor del buen funcionamiento del nuevo Parlamento con el de la conmemoración de la utilización durante 1829 de esas y otras instalaciones católicas aledañas, por parte de la entonces Asamblea Constituyente y Legislativa. Resulta evidente que la Iglesia de Sturla –quien presidió la mencionada misa en una parroquia cercana al Parlamento– posee una enorme ventaja simbólica sobre el resto de las denominaciones religiosas presentes en el país: es uno de los actores fundacionales de la nación y, por tanto, puede reclamar legítimamente su parte simbólica y mítica en la narrativa histórica. La misa rememorando que en el año 1829 la citada Asamblea Constituyente y Legislativa desarrolló su labor en un ámbito católico resulta una performance simbólica adecuada para reinstalar públicamente una historia y una mitología propiamente católica en el espacio de las narrativas fundacionales de la nación, a la vez que indicar la contemporaneidad de este catolicismo, atento a los destinos de la patria en sus rezos y oraciones y en la ejecución de un ritual sagrado (la misa) a favor de un propicio desempeño para el muy novel y actual Legislativo Nacional.
La compulsa simbólica y la interpelación a las configuraciones laicas nacionales no terminan aquí. En la catedral metropolitana de Montevideo, Sturla convocó para el 2 de marzo a una “oración interreligiosa por la patria”. La interreligiosidad católica (o al menos la presente en la esfera de sus autoridades) no supo incluir a representantes de las religiones afros, ni tampoco lograr la asistencia plena de las Iglesias evangélicas a tan sagrado evento. La imagen de la ausencia expresa de la Iglesia metodista y su negativa a participar de esta oración, por considerarla (entre otros aspectos) una violación a la laicidad, se contrapone a esa otra imagen de un presidente de la República que apenas entrado en funciones aparece sentado y orando fervientemente en esa catedral, siendo parte (más allá de creencias y convicciones) de una acción performática-política en la que también estuvieron religiosamente presentes integrantes de la Conferencia Episcopal, de varias Iglesias evangélicas y de colectivos religiosos judíos.
La Iglesia católica trata así de retomar (o de reinventar) de manera vehemente su lugar de protagonista en la fundación de la nación y espacio (divinamente) protector del quehacer político, revirtiendo topológicamente los ámbitos, y permitiendo que en el seno privado de la Iglesia (materializado en la catedral metropolitana) ingrese el cuerpo de la polis, el cuerpo político, el cuerpo que materializa (o materializaba) la división entre política y religión, y que ahora es bendecido por congregaciones de interreligiosidad limitada. A su vez, en la medida en que fueron varias corrientes de fe las convocadas por Sturla para orar a favor de los mejores destinos para la patria, se genera, evidentemente, una perspectiva mucho más atenuada de la aproximación entre la Iglesia católica y el cuerpo político (y gobernante), tratando así de desterrar algunos de los argumentos en contra de estas cercanías provenientes del clásico laicismo anticlerical uruguayo.
En el nuevo y regresivo reencantamiento de lo político y su captura por lo religioso, la misa (o tal vez el acto) del 2 de marzo de 2020 en la catedral metropolitana de Montevideo muestra otras modalidades de aunar (y anudar) lo político y lo religioso, ya no desde el fervor populista y popular del neopentecostalismo, sino mediante la poderosa escenificación de las afectividades político-religiosas de las diferentes elites (reales o aspiracionales) y sus allegados.
* Profesor titular del Departamento de Ciencias Humanas y Sociales (Fic, Udelar).
1. Guigou, L Nicolás (2000). La nación laica: religión civil y mito-praxis en el Uruguay. Montevideo: La Gotera. Disponible en: ‹www.antropologiasocial.org.uy›.
2. Guigou, L Nicolás (2000). De la religión civil: identidad, representaciones y mito-praxis en el Uruguay. Algunos aspectos teóricos. Ciudad de México: Cátedra de Libertades Laica-Unam. Disponible en: ‹http://catedra-laicidad.unam.mx/detalle-articulos-de-interes/526/De-la-religi%C3%B3n-civil%3A-Identidad%2C-representaciones-y-mito-praxis-en-el-Uruguay.-Algunos-aspectos-te%C3%B3ricos›.