De robinjudes a neotupamaros - Semanario Brecha

De robinjudes a neotupamaros

Vendrán otros desparpajos a medida que los neotupamaros completen su transformación en robinjudes, mediante una explotación desvergonzada de viejas historias y viejas leyendas.

Martín Aquino, ¿el último matrero?

Afines de los setenta periodistas europeos –replicados por periodistas locales– compararon a los tupamaros con la leyenda de Robin Hood, lo que venía bien para la política de captar la simpatía popular para la guerrilla; después los tupas abruptamente dejaron de ser robinjudes y, más tarde aun, quisieran no haberlo sido nunca: Robin Hood, de hecho, después de asaltar a los cobradores de impuestos en los caminos, terminó ostentando un título nobiliario y se casó con una dulcinea británica.

El historiador Eric Hobsbawm recopiló los casos históricos de personajes, en su mayoría campesinos, que se alzaron contra los déspotas locales –señores feudales o funcionarios de la corona– y se convirtieron en bandidos fuera de la ley; sus reivindicaciones eran compartidas por los habitantes de la zona, que aportaban protección y apoyo. Como a nuestro vernáculo Martín Aquino, el último de los matreros, la suerte de los bandidos, según Hobsbawm, era la muerte, o la vuelta al redil. Pocas veces los bandidos tenían la capacidad militar para enfrentar la represión, por más que sus reivindicaciones eran, a veces, revolucionarias.

En el siglo XX Pancho Villa y Emiliano Zapata fueron bandidos, también lo fue Sandino, y los invasores del Granma fueron bandidos ocultos en la Sierra Maestra, hasta que cumplieron lo que el general Líber Seregni calificó como la excepción que confirma la regla: una fuerza irregular nunca puede derrotar a un ejército profesional, decía; en todo caso triunfará cuando parte de este ejército se incorpore a aquella fuerza. Es difícil aceptar la ecuación cuando los antecedentes históricos en nuestro continente oponen a hombres generosos, valientes y consustanciados con la causa, con mercenarios que dan golpes de Estado, torturan y desaparecen prisioneros. Pero la evidencia es que, en su gran mayoría, las experiencias revolucionarias de gruidos insurgentes fueron ahogadas por los ejércitos profesionales.

¿Dónde está la explicación? Una puede ser que la convicción política, la fortaleza ideológica y el compromiso personal no pueden contra el entrenamiento permanente, el apoyo material, en insumos, armas, logística, y el sistema vertical de la orden que se impone por el miedo y la sanción.

Los tupamaros estuvieron a punto de dejar de ser bandidos, pero fueron derrotados militarmente, aunque en el exilio y en las cárceles, para desespero de represores y carceleros, se empeñaron en buscar la vuelta de tuerca para los viejos objetivos revolucionarios. Aquí aparece una peculiaridad que hubiera interesado a Hobsbawm: la derrota se convirtió en triunfo cuando, a caballo de las particularidades de la coyuntura a la salida democrática, se buscaron formas de organización y de funcionamiento para intentar, desde la legalidad (mientras durara), avanzar en los objetivos de la liberación nacional. Si no hubiera habido un cisma interno, y se hubiera puesto toda la carne en el asador, el pragmático Raúl Sendic hubiera concretado el sueño de la reforma agraria sin necesidad de expropiaciones, por la vía de colonizar las tierras en manos del Banco República, que eran la garantía de préstamos nunca pagados; una deuda vencida, incobrable, cuya dimensión, en hectáreas, era inmensa. La propuesta, impecable desde el punto de vista legal (el Estado era dueño de las tierras) no sedujo, claro, al presidente Julio María Sanguinetti, pero tampoco a los legisladores blancos que reivindicaban la política agraria de Wilson Ferreira Aldunate; Sendic quedó solo agitando el proyecto desde las páginas de Mate Amargo.

El ascenso del Mpp como fuerza electoral dejó atrás las iniciales dudas sobre las consecuencias de la incorporación al Parlamento y las advertencias sobre la capacidad de aspiradora del sistema. Pero en algún momento hubo un punto de quiebre, el Parlamento dejó de ser una tribuna de agitación y uno de los escenarios para dirimir las contradicciones en una izquierda que iba siendo cada vez menos izquierda (en ese proceso de captación de las mayorías nacionales) para convertirse en la usina de cargos públicos, un control de una parcela de poder que justifica el apoyo a políticas económicas para reproducir ese control. Así como el Frente Amplio en su conjunto fue desdibujando sus perfiles históricos, el Mpp fue transformándose en el opuesto de aquel Mln revolucionario. Aquel argumento de que se debía avanzar de a poco quedó desmentido por 12 años de gobierno con mayorías parlamentarias, en los que el Mpp ha sido la principal garantía de esa involución.

Los revolucionarios se convirtieron en políticos, y después los políticos se convirtieron en funcionarios. Habría que ser un sofista (experto en trampas dialécticas) para encontrar en las propuestas tupamaras algún indicio de que la “tarea de la etapa” es administrar el capitalismo y aportarle un rostro humano. O, como acaba de decir el flamante subsecretario de Defensa Nacional, Daniel Montiel, que las fuerzas armadas uruguayas cumplen hoy roles de liberación nacional, nada menos. La liberación nacional, estimados funcionarios, estaba asociada en el esquema tupamaro a transformaciones radicales que expresaran las necesidades de las grandes mayorías por la vía de la desarticulación de los privilegios de las minorías oligárquicas; ahora, la liberación nacional se expresa en el despliegue del batallón Escorpión para disuadir a aquellos estados que ponen el ojo en nuestra agua dulce y nuestros alimentos. (Para quienes piensen que exageramos, ver la entrevista de El Espectador a Daniel Montiel, miércoles 17)

Vendrán otros desparpajos, a medida que los neotupamaros completen su transformación en robinjudes, mediante una explotación desvergonzada de viejas historias y viejas leyendas. Pero, aquí, en el símil de Robin Hood, y en esa “transustanciación” vale la pena citar al escritor y erudito Robert Graves, para quien, buscando fuentes históricas del legendario bandido, hood era una especie de piojo que habitaba el leño, tallado en una encina sagrada, “que se quemaba durante las fiestas de la primavera; el piojo tenía la cualidad de saltar junto con las chispas del fuego, quedando así alegremente siempre libre del peligro”.

Exacto.

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