Decidido a preservar - Semanario Brecha
Rincón de Franquía

Decidido a preservar

Allá en la triple frontera, donde se reúnen los ríos, la acción paciente de una docena de vecinos que descubrieron la riqueza desapercibida de su entorno ha desembocado, más allá de la protección de un área que la necesitaba, en el compromiso de construir un corredor biológico trinacional.

Área protegida de Rincón de Franquía, en Bella Unión, Artigas Héctor Piastri

El recorrido por uno de los senderos marcados con ataduras rojas señala el paso entre la vegetación, hasta alcanzar un llano donde se levanta una plataforma de madera. En el entramado de árboles y plantas predominan los matices verdes y, en el silencio de la tarde, la estridente canción de una solitaria bandurria se acompaña únicamente por el repique de un cencerro. Nos dicen que en estaciones más calurosas la composición de colores y sonidos es más rica, que los florecimientos rojos se entremezclan con los amarillos y violetas y que los cantos de las distintas aves suenan como una sinfonía. El invierno nos priva de ese espectáculo, pero ofrece, a cambio, una imagen más íntima y calma. La plataforma, una estructura de 17 metros de altura, está ubicada en el punto más al norte del país, donde coinciden las desembocaduras de los ríos Miriñay y Cuareim con el Uruguay, que es dividido, a su vez, por la frondosa isla Brasilera y los islotes Biguá y Correntino. El recorrido visual que ofrece la cima permite delimitar, en una única panorámica, los límites de los tres países. Sobre el noreste, a media distancia, se levanta un oscuro bosque que referencia el lado brasileño, en la otra dirección, en un predio más aclarado y extenso, el territorio argentino. A los trazos fronterizos se suma la franja costera nacional por la cual se extiende la reserva Rincón de Franquía, una superficie de 1.150 hectáreas que desde el 2013 integra el Sistema Nacional de Áreas Protegidas (SNAP).

Solo es necesario desplazarse unas pocas cuadras desde el centro de Bella Unión, en el departamento de Artigas, para considerarse dentro de predio protegido. Con un recorrido paralelo a la costa, se extiende una calle irregular de varios quilómetros que conforma el parque lineal, uno de los ecosistemas que tiene el área. Es la parte más transitada y donde cuesta más trabajo mantener la limpieza. En el primer tramo hay algunas casas, gran cantidad de animales que pastorean y residuos de todo tipo; luego el paisaje cambia y las casas dejan lugar a las plantaciones de caña de azúcar. El camino atraviesa un amplio balneario, resguardado por añejos pinos, y se desvía al llegar a un portón de madera, donde se espesa la flora y solo se puede continuar a pie. Desde allí comienza el área de protección ambiental, una zona más virgen que, contra el río, dibuja una curva y se prolonga hasta el puente que conecta con Brasil.

«Lo fuerte de acá es la observación de aves, el senderismo y la riqueza paisajística. Además, desde el punto de vista histórico y cultural», cuentan Antolín Peralta y Gustavo Centomo mientras se mueven de memoria por el terreno. Ambos son de Bella Unión y pertenecen al Grupo para la Protección Ambiental Activa (Grupama), colectividad integrada por 12 vecinos encargados de impulsar la preservación del área y cogestionar su mantenimiento. Comentan que el grupo nació en 2004, luego de participar en un curso de avistamiento de aves y quedar impactados por la cantidad de especies que en Rincón de Franquía podían verse en un solo día. Hasta entonces, a nivel local nadie se había dado cuenta del valor que tenía la zona. Decidieron organizarse para buscar conservar la biodiversidad y fomentar, a su vez, la educación ambiental en la comunidad; luego, se sumó la idea de impulsar el desarrollo de un turismo sostenible que dinamizara la economía local. Para lograrlo, presentaron un proyecto formal de preservación a la localidad, consiguieron fondos en organismos especializados, coordinaron capacitaciones de guías y formularon un plan de manejo para la zona. El proceso no fue sencillo ni rápido, recién en 2013 consiguieron que el área ingresara al SNAP y dos años más tarde acordaron su cogestión con autoridades locales y nacionales.

En el camino trabajaron con las ONG Vida Silvestre Uruguay y Aves del Uruguay para generar un cúmulo de información sobre las especies que habitaban. Entre 2008 y 2009 se hicieron mediciones de cantidades y tipos de anfibios, un relevamiento completo de la flora y aves, y un monitoreo de especies de murciélagos. El presidente de Aves del Uruguay, Sebastián Álvarez, contó a Brecha que, por aquel entonces, se registraron unas 170 especies de aves y hoy ya son más de 200. A su vez, se encontraron especies consideradas amenazadas, como el capuchino y el cardenal amarillo, y se descubrieron especies raras de murciélagos. Conjuntamente, la Universidad de la República llevó adelante diagnósticos propios que ratificaron que el bosque ribereño contaba con una gran diversidad de especies leñosas y era un área de exclusiva ocurrencia de algunas de ellas en nuestro territorio. El rótulo con el que Rincón de Franquía ingresó al SNAP es de «Área de manejo de hábitats y/o especies», en una zona destacada para la conservación, ubicado en un cónclave trinacional, donde se distribuye más de la mitad de las aves a nivel país y se encuentra fauna con alta riqueza de especies.

AVANCES PENDIENTES

Junto al camino se despliega un sistema de lagunas que años antes era utilizado como depósito de agua para el riego de caña de azúcar. Ya en desuso para ese fin, ahora tiene una importancia crucial en la reproducción de especies de río cuando sube la corriente y es el lugar donde se concentra la mayor cantidad de aves y mamíferos. Antolín y Gustavo aseguran que entre los juncos que flotan es posible ver yacarés y carpinchos, pero el día no acompaña. Mientras enumeran algunos de los tipos de aves que se han avistado –como el surucuá, el boyero ala amarilla, el boyerín, el pirincho negro grande y la mosqueta ojo dorado– y hacen lo propio respecto a las variedades arbóreas –ibirapitá, inga, pitanga, Francisco Alvárez y Randia armata (especie exclusiva de la zona)–, comentan que ningún integrante del grupo tiene formación específica en biología; tienen otras profesiones, pero les gusta la naturaleza y aprendieron mucho a partir de los visitantes, de los investigadores que llegan a Rincón de Franquía y en los cursos que han tomado. Con la pandemia, las excursiones organizadas se detuvieron, aunque los visitantes espontáneos siguieron llegando. Lo que los vecinos tratan de mostrar es su experiencia: «No vamos a enseñar biología, pero sí sabemos por qué se mimetiza una mariposa con determinada flor y les mostramos eso a los gurises de las escuelas, que ahí desencadenan una investigación. Son cosas que los impactan y los hacen razonar, los hacen ubicarse en el entorno en que viven y esa es la recompensa que tenemos».

Pese a que hoy el valor del área está mucho más presente en la comunidad, el proceso de apreciación no ha sido sencillo y aún quedan escollos materiales y simbólicos por superar. Años antes de que el grupo comenzara a funcionar se plantaba arroz en la zona, con aplicación de herbicidas que afectaron buena parte del monte. También era cotidiana la forestación indiscriminada –cuya madera era transportada en camiones que se internaban en lo profundo del monte–, se acampaba sin ningún control y quedaba basura olvidada de la que nadie se hacía cargo. Si bien el paso del tiempo y las insistentes campañas de concientización hechas por el grupo han posibilitado la regeneración de parte del monte afectado, aún quedan avances pendientes: la erosión de la costa no ha parado de ganar terreno luego de que se construyera la rambla del parque lineal sin un estudio de impacto ambiental, y al Grupama le preocupa, además, que se mantenga la pesca indiscriminada y la cantidad de ganado que pulula libremente por el monte. Como la entrada al área es libre, el espacio es utilizado por los vecinos para pastorear, por lo que se hace necesario reglamentar su uso, ya que actualmente «la carga [animal] no es la correcta», el ganado «come los renovales del monte y eso enlentece la regeneración», explica Antolín, y agrega que el plan de manejo del área, que entre otros ítems prevé la regularización de la carga ganadera, todavía no está en funcionamiento. En ese plan de desarrollo integral, elaborado por varios actores, se establecen los pasos a seguir para fortalecer y asegurar la preservación de la zona. Pese a los significativos avances, el desgaste en la cartelería, los residuos esparcidos en algunas zonas y las dificultades para avanzar en los problemas vigentes son algunas de las señales que, para los integrantes de Grupama, demuestran que todavía falta por desarrollar un mayor sentido de pertenencia y apoyo por parte de la comunidad y las instituciones municipales y departamentales.

TRASCENDER FRONTERAS

Los hechos históricos, la cultura y los intereses de preservación se entremezclan y comparten en la triple frontera del norte. Desde hace tiempo, los límites son establecidos, en gran medida, únicamente por los mapas. Grupama, además de cogestionar el área en Bella Unión, es miembro activo desde 2005 del Movimiento Transfronterizo de ONG Ambientalistas de la Triple Frontera, en el que se nuclean organizaciones de los tres países y en cuyo ámbito se impulsa la creación de un corredor biológico trinacional, un proyecto que busca integrar áreas de los tres países –Parque do Espinilho en Brasil, la desembocadura del río Miriñay en Argentina, las islas en el río Uruguay y Rincón de Franquía– para lograr una mayor y más eficiente protección de la biodiversidad y el desarrollo del turismo de naturaleza sostenible, y profundizar la integración de los tres países.

En una oficina de la municipalidad de la ciudad de Barra do Quaraí, Argemiro Rocha, integrante de la ONG Atelier Saladero, perteneciente al movimiento transfronterizo, explicó a Brecha que el primer trabajo entre las organizaciones fue levantar una bandera común en defensa de la armonización de las leyes de pesca en el río Uruguay. «Los tres países tenían normativas distintas y era una contradicción muy grande que se daba dentro de un mismo río, lo que no permitía una correcta fiscalización de la pesca», aseguró. Desde allí se hizo muy recurrente el intercambio de información entre las ONG. El siguiente paso fue la defensa, por parte del movimiento nacional transfronterizo, del Parque Estadual Do Espinilho –abandonado hasta 2006–, que se ubica en el margen del río Cuareim y cuya conformación vegetal avanza hacia los lados uruguayo y argentino. La relación se afianzó de forma rápida y se materializó en la idea de constituir un corredor biológico que abarque los tres países.

El proyecto, que luego de 15 años fue respaldado mediante declaraciones oficiales de los gobiernos municipales de Bella Unión, Barra do Quaraí (Brasil) y Monte Caseros (Argentina), apunta a coordinar esfuerzos nacionales y regionales para asegurar la conservación de la naturaleza mediante la construcción de áreas protegidas contiguas en los tres países, que posibiliten dar continuidad a los ecosistemas y aumentar el área conservada para el desarrollo y la reproducción de especies, principalmente aquellas en peligro de extinción y que necesitan de un espacio vital mayor. Además, propone un trabajo cooperativo para mejorar el control de las amenazas (caza furtiva, pesca ilegal, tala de árboles) y la coordinación en actividades de investigación. Finalmente, busca desarrollar un turismo de naturaleza sostenible, a través de la creación de circuitos turísticos integrados, con facilidad de movilidad e intercambio de visitantes, y profundizar la integración de los tres países desde lo local, fomentando la cooperación y el entendimiento entre los pueblos.

Uno de los ejes planteados sobre la integración regional refiere al apoyo a iniciativas que busquen recuperar la memoria histórica de la triple frontera. La historia compartida inicia en el pasado prehistórico y se robustece durante la etapa de los procesos independentistas, contó al semanario Néstor Bohdan, uno de los impulsores de la iniciativa. Si bien la propuesta está en construcción, se busca que, a partir de los procesos similares de la región, se articule el desarrollo cultural, económico y turístico de los tres países. Una de las ideas, ejemplificó Bohdan, tiene que ver con el desarrollo turístico a partir de la reconstrucción de la ruta de los saladeros, que también «es la historia del ferrocarril y de las ciudades creadas en sus alrededores». «La propuesta tiene una dimensión geográfica, una histórica y una de conservación», detalló.

PARADIGMA DE PRESERVACIÓN

Rincón de Franquía es una de las 17 áreas que forman parte del SNAP y, conjuntamente, ocupan unas 300 mil hectáreas en el país, incluyendo las superficies terrestre y marina. Según explicó al semanario la directora en funciones del SNAP, Mariana Ríos, en las áreas consideradas protegidas, actualmente se integran todas las ecorregiones y unidades de paisaje presentes en el país. En ellas están representados la mitad de los ecosistemas amenazados y el 45 por ciento de las especies prioritarias para la conservación. El instrumento para la aplicación de las políticas y planes nacionales de protección ambiental fue establecido en 2000 y reglamentado cinco años después, con el objetivo de proteger la diversidad biológica y de ecosistemas, y los hábitats naturales —especialmente aquellos imprescindibles para la supervivencia de las especies amenazadas—, así como las formaciones geológicas y geomorfológicas relevantes. Entre otros objetivos, también se propuso mantener ejemplos singulares de paisajes naturales y culturales, evitar el deterioro de las cuencas hidrográficas, proveer oportunidades para la educación ambiental, el monitoreo y la investigación, y desarrollar formas de uso sustentable de la diversidad biológica y los hábitats naturales, asegurando su potencial para beneficio de las generaciones futuras.

Para el ingreso al sistema se analiza la factibilidad ambiental y administrativa de las iniciativas. Cuando un área es aceptada como preservable, se establece la delimitación de la superficie, la categoría de manejo y las restricciones de uso; posteriormente se define quién la administra, o coadministra, y se propone un plazo para elaborar el plan de manejo. Si bien Ríos aseguró que en la última reunión de la Comisión Nacional Asesora de Áreas Protegidas «se pusieron sobre la mesa las propuestas que estaban pasando la etapa de proyecto e iban a ingresar [en el SNAP] en el quinquenio» (destacándose las relativas a las islas del Río Negro y del Queguay, al cerro Arequita y a la Laguna Negra), los procesos dependen en gran medida de las condiciones habilitantes, administrativas e institucionales de cada zona, lo que puede generar dificultades para cumplir con los planes de preservación de las áreas ante la limitación de recursos.

Sobre este punto hizo hincapié el antropólogo y ambientalista Carlos Santos, quien, consultado por Brecha, sostuvo que las áreas son necesarias y tendrían que ser más, pero no son una solución, sino «una suerte de parche al despojo que deja el avance de los sistemas productivos extractivos sobre el territorio», ya que los tiempos en los que se procesa la implementación de un área protegida al sistema no se acompasan a los tiempos en los que avanza la dinámica mercantil sobre la tierra y la naturaleza: «La ley de áreas protegidas es de 2000, ocho años después ingresan las primeras dos áreas. En el mismo período de tiempo, se procesó una de las mayores transformaciones de la estructura de la propiedad de la tierra en el país, de la mano de la forestación y la soja, con consecuencias ambientales, sociales y económicas». Para Santos, es urgente ir a diseños que impliquen los cambios sociales necesarios para la preservación y que, a la vez que desarrollen estrategias de educación ambiental y concientización pública, incluyan la introducción de sistemas de producción como los agroecológicos. En otras palabras, que no se proteja únicamente determinada fracción del espacio, sino la calidad del vínculo que las personas que viven en el territorio tienen con la naturaleza.

Mientras conduce por una de las calles laterales al área, Antolín menciona que todavía tienen pendiente hacer nuevos estudios de flora y fauna, porque han aparecido nuevas especies en el último tiempo, y que están a la espera de que finalice el convenio vigente para hacer un llamado a director del área, lo que destrancará la llegada de recursos que necesitan para funcionar. Reflexiona también sobre el cansancio del grupo después de tantos años, el recambio generacional, las dificultades para que se integre la localidad y lo costoso que es hacer entender la importancia del correcto manejo de los recursos, que hay gente que se adapta y otra que no. Decide, sin embargo, que nos llevemos una imagen de la que sí y señala el campo de un vecino productor al que han guiado en la preservación de especies. Entre el suelo trabajado, a cierta distancia unos de los otros, crecen intactos pequeños montes de espinillo.

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