Decrecer y transformar - Semanario Brecha
Movimientos sociales españoles exigen límites a la industria del turismo

Decrecer y transformar

Desde hace meses, organizaciones vecinales, sindicales y ecologistas toman las calles en el Estado español y exigen poner un freno a un modelo turístico que es motor económico de sus ciudades, pero que a la vez los expulsa de sus territorios y deteriora los entornos naturales.

Protestas en contra del turismo excesivo y los altos precios de la vivienda en Mallorca, el 21 de julio Afp, Jaime Reina

El 20 de abril, dos meses antes del inicio de la temporada de verano, en las siete islas de Canarias miles de personas salieron a protestar bajo el lema: «Canarias tiene un límite». Se prevé que este año el archipiélago alcance un nuevo récord de turistas: 18 millones. Nueve veces su población. La llama que encendió Canarias contagió rápidamente a otras ciudades, como Málaga, Cádiz, Barcelona, Islas Baleares. El Estado español es uno de los países europeos que más visitantes extranjeros recibe al año. En sus proclamas, los manifestantes reclamaban limitar la turistificación en sus zonas de residencia. En las pancartas se leía: «Menos turismo, más vida«, «Los extranjeros compran una de cada tres viviendas. ¿Dónde vamos a vivir?», «No queremos emigrar, queremos vivir en casa».

Durante mucho tiempo, el desarrollo turístico como modelo de crecimiento económico gozó de un amplio consenso entre los españoles. Resultaba absurdo cuestionar a uno de los sectores que más aporta al PBI. Hoy es casi el 13 por ciento de ese indicador. Sin embargo, la deriva descontrolada de los grandes capitales, que luego de la crisis de 2008 han ampliado con el turismo sus procesos de acumulación, provoca que la población empiece a verle las costuras al sector. Los barrios de las ciudades están perdiendo sus comercios locales, se han convertido en grandes mercados de especulación con alquileres desorbitados y sistemas de transporte y espacios públicos saturados.

Según explica a Brecha Ernest Cañada, integrante de Alba Sud, centro de investigación con sede en Barcelona especializado en turismo desde perspectivas críticas, «esto tiene que ver con los cambios en los modelos de producción y consumo que pasaron del modelo fordista al modelo posfordista. Hoy todo es atractivo turístico y susceptible de ser aprovechado como negocio».

Antes el turismo estaba acotado a espacios muy concretos, con los turistas recluidos dentro de los muros de los grandes hoteles, resorts, all inclusive… Para Cañada, en términos culturales primaba la idea de «yo también he ido». Un tipo de consumo del tiempo libre muy aspiracional para una clase trabajadora y una clase media que intentaban equipararse con sectores más pudientes. «En España tuvimos la campaña de Halcón Viajes, que era la agencia vinculada al Corte Inglés, que se llamaba “Curro se va al Caribe”. Curro es la forma popular de decir Francisco, y apelaba a un tipo de clase trabajadora que, en lugar de estar haciendo el dominguero, de estar haciendo un consumo que no genera beneficios, tiene la oportunidad de irse al Caribe. Esa campaña tuvo mucho impacto, es decir, que estos gustos y necesidades son construidos», señala el investigador catalán. Sin embargo, a partir de la década del 90, la oferta turística empezó a diversificarse y con ella los territorios visitables. «Ahora la distinción está en la capacidad de diferenciación. Y el efecto que tiene es que el turismo sale de los muros tradicionales de los hoteles y se populariza, está en cualquier parte.»

DEL VACÍO AL TURISMO SIN LÍMITES

La última oleada de protestas en contra de la turistificación ocurrió entre 2014 y 2017. En 2015, el debate sobre el turismo estuvo en el centro de la campaña para las elecciones municipales. En ese momento, confluencias electorales conformadas por partidos y organizaciones sociales que pasaron a gobernar los conocidos Ayuntamientos del Cambio (Ahora Madrid, Barcelona en Comú, Valencia en Comú, Por Cádiz Sí Se Puede) impulsaron tímidamente y con un reducido impacto algunas medidas de contención y de cierta regulación. Luego vino la pandemia y una caída histórica del turismo. Con 2 millones de personas dependiendo de esta actividad con incertidumbre y miedo a perder su empleo, la primera medida del gobierno socialista de Pedro Sánchez fue abrir rápidamente las puertas a extranjeros luego de finalizada la cuarentena. Pero no solo, también puso todos los esfuerzos y recursos públicos para responder a las demandas del sector empresarial, que quería recuperar sin ningún tipo de reparo todo lo que había perdido, lo que originó un nuevo impulso a la turistificación.

El efecto champagne después de la pandemia, con miles de personas viajando luego de meses de confinamiento y restricciones de movimiento, contrastó con el sentimiento de la población de los territorios dependientes del turismo, que durante el cierre de fronteras pudo vivir e imaginar una vida mucho más agradable sin él. Una de las postales más emblemáticas de esos tiempos era ver a los residentes caminar y disfrutar espacios que en temporada de verano están repletos de visitantes extranjeros: las Ramblas de Barcelona, las playas de Baleares, Canarias… Ahora uno de los mayores desafíos de las movilizaciones actuales es comunicar que el movimiento contra la turistificación no apunta al turista, en términos de turismofobia, sino a los sectores económicos que con sus prácticas de un turismo sin límites afectan a la población y a los territorios. «Lo que sentimos como población que vive en lugares turísticos es que se nos contrapone esta idea de “¿por qué protestan si están viviendo del turismo?”. Y en realidad no vivimos del turismo. Es el capital turístico el que vive de lo que hacemos, en términos de lo que producimos socialmente, como nuestro trabajo», argumenta Cañada.

La encuesta 2023 de Percepción de Turismo del Ayuntamiento de Barcelona señala que la población local empieza a situar el turismo como uno de los principales problemas de la ciudad, principalmente por el impacto que tiene en los precios de la vivienda. La presencia de pisos turísticos (viviendas que se destinan mayormente a alojar visitantes y que se alquilan apenas por días o semanas) alimenta un proceso de gentrificación que expulsa a los residentes de los barrios. Cataluña, Canarias, Islas Baleares son los municipios que concentran mayor proporción de este tipo de alojamientos. «Antes no había tanto piso turístico, ahora prácticamente todo lo que hay es piso turístico. No tienes opción para alquilar porque te piden como mínimo mil y pico de euros. Pero es que estamos hablando también de habitaciones por 600 euros. Por ejemplo, la gente en Ibiza que viene a trabajar está durmiendo en tiendas de campaña. Esto no se puede permitir, tú no puedes venir a trabajar y no tener los servicios mínimos garantizados de higiene», señala a Brecha Sara del Mar, presidenta de la asociación Las Kellys Unión Baleares, organización que representa a las camareras que se encargan de la limpieza y la adecuación de las estancias en los hoteles, con presencia en todo el Estado español.

La lucha contra la turistificación es transversal y agrupa a movimientos muy variados, como los grupos ecologistas, vecinales, sindicatos de vivienda, de trabajadores. «La vivienda ha sido un aglutinador de sensibilidades porque aquí tenemos desde trabajadores del sector turístico que no encuentran dónde vivir durante los meses que trabajan hasta funcionarios que vienen a estas islas y tampoco encuentran viviendas, ya sean docentes, médicos, funcionarios de justicia. Es interesante dar esta perspectiva de clase a esta cuestión que aquí se difumina porque, por mucho dinero que tengas, nada te garantiza encontrar una vivienda a un precio que puedas pagar», dice a Brecha Margalida Ramis, portavoz del Grupo Balear de Ornitología y Defensa de la Naturaleza (GOB), movimiento en contra de la turistificación en Mallorca.

¿CUÁLES SON LOS LÍMITES?

De momento, las movilizaciones tienen un tinte reactivo y de visibilización en respuesta a lo que consideran una agresión. A principios de julio, una imagen que acaparó los focos de la prensa internacional fue una protesta en Barcelona en la que se veía a manifestantes mojando con pistolas de agua a turistas sentados en terrazas de la ciudad.
En el largo plazo, piensan los organizadores, el desafío es pensar propuestas que permitan pasar de las manifestaciones a la consolidación de vías transformadoras. «Yo creo que la extensión territorial de esta movilización ahora es una oportunidad. Es decir, en el caso de Islas Baleares, es la primera vez que la plataforma que está trabajando en esto tiene asambleas locales en diferentes municipios, además hay una coordinación interislas. Esto no había sucedido nunca aquí. Mallorca, Menorca, Ibiza, Formentera trabajando juntas con este tema y bajo la misma campaña», indica Ramis.

En estas instancias, aparecen ideas que buscan ponerle un freno al sector bajo dos demandas: decrecer y transformar. El metabolismo de la actividad turística requiere grandes cantidades de materiales y energía, al mismo tiempo que genera ingentes residuos y contaminantes que los territorios son incapaces de asimilar. Una de las exigencias es que se cumplan las moratorias turísticas que ponen límites a las plazas turísticas otorgadas a hoteles y residencias. Según la portavoz de GOB, el siguiente paso sería empezar a quitar licencias teniendo en cuenta que los territorios ya están saturados. «Vamos a ir poniendo pequeñas metas en cuanto a límites inmediatos con las competencias de que disponemos ahora en cada territorio para poner de momento un stop. Y luego tendremos que ver, desde estos movimientos sociales, cómo incidimos en políticas que son más a largo plazo y que son de transición y de cambio de modelo económico», dice Ramis.

Transformar el modelo turístico pensando en economías alternativas será necesario también en aquellos territorios asociados al sol y la playa que se volverán insoportables debido a las temperaturas extremas que derivan del cambio climático. Incluso algunas ciudades del norte de España están comenzando a sentir la presión del turismo con los visitantes que ahora buscan territorios más amigables en relación con el clima. Para Ramis, un camino posible para zonas como Baleares sería retornar el sector primario. «Este debería ser un sector estratégico. Volver a trabajar el suelo con una mirada agroecológica en condiciones de dignidad y profesionalidad. Que no sea la agricultura intensiva para exportación, que es la que conocemos de lo poco que queda aquí. Lo que pasa es que ahora mismo al suelo agrario lo estamos dinamitando, dedicándolo a usos industriales y de energías renovables que le dan un valor especulativo que hace que la gente del sector primario no pueda acceder a estas tierras, porque están a unos precios que no son compatibles con su actividad.»

A su vez, el cambio del modelo económico motiva incertidumbre y miedos materiales para quienes trabajan en el turismo. En este sentido, Ramis explica que están generando alianzas con asociaciones como Las Kellys y los sindicatos mayoritarios. «Es estratégico trabajar con los sectores sindicales para que entiendan que nosotros no estamos en contra de su trabajo, sino que lo que reivindicamos también es un trabajo digno dentro de estos sectores, que pasa por bajar las cargas de trabajo. Esto por una parte, pero siempre intentamos poner sobre la mesa que el decrecimiento tiene que tener pasarelas de transición para que estos trabajos que ahora están especializados en un sector puedan diversificarse.»

Sin embargo, para la presidenta de Las Kellys Unión Baleares, Sara del Mar, si bien desde la asociación acompañan la necesidad de establecer límites al sector, de momento no ven posible una transformación para otro tipo de actividad. «Creo que el problema principal es el poco tiempo que están abiertos los hoteles, porque todos los turistas vienen en la misma época. Así que algo se tiene que hacer porque estamos terminando todos los recursos naturales. Pero si no vienen turistas, nos quedamos sin trabajo. Y nosotras no podemos decir “ay, me reciclo y me voy a otro trabajo”, porque ¿a dónde te vas? No tienes estudios, ya tienes una edad y es muy complicado. La mayoría de nosotras somos migrantes y monomarentales. Entonces no te puedes permitir el lujo de dejar tu puesto de trabajo y tirarte a la aventura a ver qué puede pasar. Eso lo puede hacer mi hija, que tiene 20 años y tiene a la madre detrás que la está ayudando.»

Para el investigador Cañada, a las organizaciones sociales locales les cuesta mucho incorporar en su discurso y en sus propuestas de cambio la idea de transformar e intervenir en la propia actividad turística. «Les cuesta asumir que el turismo puede ser organizado de otra manera. Para ellos, el turismo es solamente una expresión de la violencia del capital, entonces en este contexto cuando hablas de otro turismo ya cierran los oídos. Nosotros pensamos que el turismo, como cualquier práctica social, puede ser organizada bajo las lógicas de la reproducción del capital y comportar violencia estructural o puede ser organizado bajo otras lógicas. Y pensar nuevas propuestas también tiene que ver con eso.»

Cañada señala que otro riesgo que se corre al cuestionar el turismo solo en términos de cantidades, bajo la idea de decrecer, es que la oferta turística termine relegando a las clases populares y apuntando solo a los turistas de mayor poder adquisitivo, provocando una elitización que profundice la desigualdad. En los últimos meses, en Barcelona se ha visto parte de este proceso con la celebración de distintos eventos que atraen a este público, como el desfile de la marca de lujo Louis Vuitton, que en mayo cerró el Park Güell para su uso exclusivo, la Fórmula 1, que en junio circuló por el Paseo de Gracia, o la Copa América de Vela, que hasta octubre tiene 300 yates copando los amarres del puerto de la capital catalana.

«Tenemos que dejar de gastar dinero para atraer turistas ricos. Es verdad que el turismo no puede ser concebido como un derecho en sí mismo, porque si no, estaríamos reconociendo cualquier tipo de turismo como derecho por encima de otros derechos. Lo que sí podemos pensar es que puede servir como un mecanismo para garantizar derechos, derecho a la salud, derecho a la cultura, derecho al tiempo libre. Por eso, habría que fortalecer también programas públicos de turismo social que permitieran mantener la actividad económica relocalizada, de propiedad pública o colectiva, con menor impacto ambiental. Es decir, garantizar un proceso de transformación menos traumático», indica Cañada.

En este camino también considera necesario pensar qué papel tiene el turismo para los trabajadores, teniendo en cuenta que un 30 por ciento de los españoles no tiene la posibilidad de disfrutar de esa actividad. «La gente tiene derecho a descansar y a pensar que las vacaciones o el tiempo libre no son solamente para recuperarse para seguir produciendo, sino como un minuto vital importante en el cual desarrollar sus potencialidades, sus capacidades, sus inquietudes. Entonces la idea sería convertir las propuestas en algo mucho más deseoso. Que no solamente sea interpretado como algo que debemos perder, sino que hay algo para ganar. El problema no es el turismo, es el capital turístico».

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