«Caminar en silencio. Por el asfalto frío. Acá nadie te olvida. Acá no hay soledad», versan las estrofas de «Como un río», canción de Cuatro Pesos de Propina que el realizador Pablo Sobrino vistió con imágenes en la antesala de la celebración por los 50 años del último golpe de Estado. Y Pablo es el protagonista de este unipersonal dirigido por Mariella Chiossoni y escrito e interpretado por Marcel Sawchik Monegal, que se inspira en la historia real de Sobrino y cuenta sobre un niño cuyo padre desapareció en Argentina el día en que él cumplía 6 años.
Sawchik, que egresó de la Tecnicatura Universitaria en Dramaturgia con este texto, trabajó en este proyecto por su vínculo cercano con Pablo, quien le transmitió detalles de su vivencia como hijo de desaparecido y las secuelas emotivas que esa condición supuso para las diferentes etapas de su vida. El montaje se centra en la mirada de quienes quedan marcados, atravesados por la ausencia y el vacío, con una herida muy difícil de cerrar. El programa de mano y el inicio de la obra citan las palabras de Ana María Matute: «Nunca hubiera podido imaginar que una ausencia ocupara tanto espacio…».
La directora Chiossoni dirigió recientemente el unipersonal Armen, protagonizado por Susana Souto, que contaba la historia de Armen Siria, la actriz de la Comedia Nacional que se suicidó en el Solís. Su mirada sensible es ideal para abordar a estos personajes, porque delinea puestas en escena que no caen en lugares comunes, sino que acompañan el trabajo actoral para revelar, desde las personas, aprendizajes novedosos y extremos. Vemos varios elementos simbólicos que rodean al actor y que, visualmente, recuerdan a puestas previas que han abordado la temática de la dictadura: mojones de tierra, ropa manchada. Las prendas conforman telones móviles que generan un impacto visual fuerte, en un destacado trabajo de escenografía realizado por Gastón Haro. Hay zapatos viejos, hay baldes con agua. Cada elemento cuenta para acompañar la narración de Marcel, que comienza con la mirada ingenua del Pablo niño cuando intenta desesperadamente recomponer los escasos recuerdos que conserva de su padre. Es que en su memoria habitan dos padres, uno presente y otro que está atado a imágenes borrosas, fragmentadas y poco comprensibles. Como en la pieza Pátina, de Verónica Mato, el ojo está puesto en la segunda generación, en la mirada del hijo que intenta comprender la ausencia y el vacío desde un trauma casi imposible de desarmar a lo largo de años de periplo vital.
Hoy Pablo puede sacar fotos en las Marchas del Silencio, pero por años no pudo comprender el significado que tenía ese silencio para tantas personas. La obra expone la complejidad emocional del personaje a través de flashes vitales que relata escena tras escena hasta convertirse en adulto. Sawchik, un artista del teatro que, además de actor, es director y un dramaturgo con amplia trayectoria, va tejiendo los recuerdos con diálogos y palabras paternas que resuenan en la memoria y demuestran su necesidad urgente de aferrarse a algo concreto: «¿Cuándo no cumplí yo con mi palabra?» suena casi como un leitmotiv que se vuelve eco, o la repetición de «vas a tener que aprender a esperar» impone la reflexión sobre el significado de la palabra espera. En la medida en que el personaje crece, el camino hacia la comprensión de lo sucedido va modificando su subjetividad; este ciclo culmina y da un giro sanador cuando el protagonista pasa de ser hijo a ser padre, aunque siempre continúe siendo hijo.
Sawchik va retratando este proceso de maduración tejiendo leves variaciones en el tono de voz y la postura de su personaje, mientras recrea crudas escenas de tortura y dolor con un relato que tiene un fuerte componente emotivo, que conmueve de lleno a la platea. El tiempo y la espera son dos elementos fundamentales: está la escena de la llegada de Pablo al puerto de Buenos Aires junto a sus abuelos, en la que esperan a un padre que nunca llega. Está el tiempo latente en el que Pablo, desde niño, tiene en sus manos una carta escrita por su padre pero la mantiene cerrada, esperando el día en que pueda encontrar las herramientas emocionales necesarias para escucharla y compartirla. Está el escenario que, finalmente, da espacio a aquellas palabras, proyectadas del puño original y leídas en voz alta: un espacio que, aunque efímero, permanece en la memoria de todos aquellos que forman parte del convivio teatral. Todo el equipo técnico acompaña el trabajo del actor para sostener estos momentos poéticos, pero merecen un especial destaque la iluminación de Manuela Badano, en el tránsito entre luces y sombras, y la música original de Lucía Severino, que sostiene las palabras cuando ya no las hay. Diciembre es un mes, pero no uno cualquiera: es el mes en que una familia quedó marcada para siempre por una ausencia y los responsables de esa ausencia permanecen impunes. Es el mes en que un niño, el mismo día en que cumplió los 6 años, se enfrentó al mayor dolor que puede sufrir un hijo. Diciembre es también una pieza que se vuelve una lección de teatro unipersonal y una de las propuestas teatrales más interesantes del año.