—¿Sendic, como te dijo Xenia, su compañera, está olvidado en Uruguay?
—Las reflexiones de Raúl tienen una visión a largo plazo. Se fundamentan en el análisis del capital, su funcionamiento, sus relaciones con el trabajo y sus consecuencias sociales. Ese pensar a largo plazo es pensar en la lucha por el socialismo. Y en esta época en que el capitalismo ha fracasado, cuando hay una gran crisis que no se sabe bien cuándo terminará, el pensamiento de Raúl se hace más necesario. Muchos podemos estar desesperanzados, pero la palabra de Raúl es reconfortante y marca el norte. Por eso mantiene su vigencia. Creo que él está olvidado porque hay demasiado desencanto.
—¿En el caso de Sendic incidirá el estigma de la lucha armada?
—Yo no sé si hay un estigma con la lucha armada. En realidad el pueblo uruguayo ha aceptado que la guerrilla de los setenta luchaba por una causa justa, por los de abajo, y por eso hoy tenemos al presidente que tenemos. No se llega a la Presidencia sólo porque se es un buen chacarero o se vive en un barrio periférico, sino porque hay toda una historia, abonada además por muchísima sangre. En cierta manera, la gente puede no compartir los métodos de los setenta, pero sí la causa.
—Uno de los proyectos emblemáticos de Sendic fue el del Frente Grande, que no prosperó. ¿Esa idea no se superponía al Frente Amplio?
—La postura del MLN planteada en 1987 en el Franzini reflejaba tres estrategias. Primero, el Frente Grande como un movimiento más social que partidario. Segundo, el FA como síntesis a la que había llegado la izquierda en Uruguay, para el cual estábamos pidiendo ingreso, algo que era rechazado tanto por (Liber) Seregni como por el PDC. Y en tercer lugar estaba la propuesta de una suerte de “estaca” clavada en el FA, un polo ideológico que sería luego el Movimiento de Participación Popular.
—Este último implicaba además una expresión electoral destinada a avanzar en la interna frenteamplista.
—Sí, claro, desde el principio. Los primeros diputados del MPP en 1989 fueron Helios Sarthou y Hugo Cores.
—Ese frentismo, ¿no lo desarrolla Sendic más intensamente cuando recupera la libertad?
—Nosotros participamos en las conversaciones previas a la conformación del FA. Incluso en diciembre de 1970 e MLN planteó un alto al fuego para dar oportunidad al desarrollo del FA.
—Sin embargo, hasta hoy se escucha que el MLN nunca fue muy pro Frente Amplio…
—No, nosotros hicimos un apoyo crítico. Entendíamos también que la creación del FA podía tener un desarrollo puramente electoral y se terminara entendiendo que el ejercicio de la ciudadanía no era la lucha concreta por un programa, sino votar cada cinco años.
—¿Y por qué no cuajó la propuesta del Frente Grande?
—Creo que a Raúl le faltó tiempo. En 1987, cuando se plantea, en Brasil estaba naciendo el Movimiento Sin Tierra, hoy en día el movimiento social más importante de América Latina. En ese mismo año nacía Vía Campesina en Paraguay y se hacen las primeras tomas de carreteras de la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador. Había una efervescencia de los movimientos sociales. No sé si con Raúl el Frente Grande no hubiera tenido andamiento.
—¿El MPP en sus inicios no se movió con ese espíritu de reclutamiento variopinto?
—El MPP tuvo una época en que no pasó de un senador, pero fue muy importante su participación en los movimientos sociales: la lucha con los trabajadores de El Espinillar, los cañeros de Bella Unión, el movimiento de colonos. También fue importante la colonización del MPP en la periferia de Montevideo. Entre 1995 y 2000 se da el crecimiento explosivo del MPP y luego viene el desarrollo actual, donde es un partido más. (Julio) Marenales dice que es un “gigante estúpido”.
—En el libro decís que en determinado momento te alejaste de Sendic y que nunca tendrías que haberlo hecho.
—Como en toda organización, el MLN tenía sus pujas de poder. Estuvimos 11 años en los mismos calabozos, aunque incomunicados, con Raúl. Salvo en los momentos en que peleábamos contra nuestros verdugos, tuvimos la presión psicológica, la neurosis, y eso hizo que nos peleáramos entre nosotros. Y luego, en esa puja de poder, yo me alineé en las filas de quienes confrontaban fuerzas con Raúl, algo que nunca había hecho. Hoy considero que me equivoqué, y no tengo ningún problema en decirlo. Pero esa es una historia personal, que no puede de ninguna manera desmerecer el planteo del libro.
—¿Pero cuáles fueron los motivos que te llevaron a alinearte con otro grupo?
—Creo que tuvo que ver con que yo salí de la adolescencia política y dejé de ser un soldado, para pensar. Además, con 11 años de aislamiento a fuerza de reja y de mango, termina pensando hasta un ladrillo… ¿Por qué diablos estoy acá? ¿Qué es lo que me pasó? Y a partir de ahí uno empieza a cotejar. Tuvimos la suerte de que los rehenes que sobrevivimos salimos todos con una personalidad definida.
—¿No hubo ningún punto concreto de discusión?
—Sí, nosotros sosteníamos la reorganización del MLN, cosa que para Raúl no era tan importante. Para él era más importante el desarrollo del movimiento social, con un programa muy de avanzada. Y en eso sí hubo serias diferencias. Luego se logró acordar para el acto del Franzini todo lo del Frente Grande. Es un planteo que también está olvidado, porque de a ratos yo escucho que la concreción del Frente Grande es ir a hablar con (Jorge) Larrañaga. Me parece algo muy macarrónico y hasta ridículo.
—Sendic tampoco rehuyó la crítica a la URSS y al “socialismo real”…
—Sí, era un poco en la línea histórica del guevarismo. Hoy no somos tan ingenuos –decía Raúl– como para creer que el hombre cambia porque tenemos el poder. Por eso él se plantea primero el aspecto moral, el socialismo como la liberación del hombre y la mujer de los valores capitalistas, del egoísmo, el afán de lucro, la competencia desenfrenada.
—Hay quienes pueden catalogar esa visión como voluntarista o producto de una vanguardia de iluminados.
—¿Y quién define los valores del capitalismo? ¿Quién define ese carácter egoísta, patriarcal, que el hombre sólo tenga que moverse por el afán de la ganancia y para eso le pise la cabeza al de al lado? Esos valores no son repudiados siquiera por monseñor Cotugno. Los individuos andan corriendo como desenfrenados, basta con pararse en avenida Brasil y Benito Blanco. Los valores burgueses están tan integrados a nuestra forma de vida que ni siquiera somos capaces de analizarlos. Es más importante el constructor del socialismo que la propia estructura, porque si no va a estar teñida de los mismos valores que uno combate. ¿Cómo fue que de un día para el otro sobrevino el capitalismo en la URSS o en China?
—En el libro hacés referencia a la falta de un proyecto en el MLN.
—Sí, en “Las treinta preguntas a un tupamaro” le preguntan qué es el socialismo y él responde: Cuba. Pero nos quedábamos en eso y no había un desarrollo. Posiblemente fuera una de las cuestiones que el MLN eludió discutir para mantener su unidad de acción. Y también es cierto que en medio de la clandestinidad no era muy fácil sentarse a discutir.
—¿Las izquierdas en el mundo se han quedado sin modelo?
—Eso creo que hace a la desesperanza de luchar por el socialismo. Antes había un modelo vago y general que satisfacía a todo el mundo, pero se aplicó, fracasó y mantuvo las armas melladas del capitalismo. Ahora se impone la reflexión, primero porque la revolución social sigue siendo una necesidad. Hay mil millones de individuos que se debaten en la miseria, y es una miseria infantil. La discusión del modelo puede ser más fácil porque hubo derrotas y hay sobre qué hablar. Uno no es Fu Manchú, pero la única verdad que existe es que los pueblos se levantan. ¿Quién iba a pensar que pudieran ocurrir las movilizaciones actuales en Francia y Grecia? Más socialdemocracia y engorde que en Europa no había en ningún lado, y sin embargo hay momentos en que la gente no soporta más. Esa confianza en el pueblo hay que seguirla teniendo, y surge del análisis de la historia. Ahora, saber cómo hacer para que el pueblo se levante puede llegar a ser también un delirio de grandeza.
—¿Qué pensaría Sendic del modelo del actual gobierno?
—No, no, yo no quiero hacer especulación. Sendic tenía las cosas muy claras y están ahí los planteos. Si un gobierno peleaba por la reforma agraria, él acordaría. ¿El MPP hoy? Yo he leído las resoluciones del congreso y hay una ausencia total del tema de la impunidad y el papel de las Fuerzas Armadas. Parece que es un tema tabú, y en una fuerza política que se pretende revolucionaria eso significa que hay algo que no anda muy bien. Y después, que no se va a profundizar la distribución de la riqueza no soy sólo yo que lo dice. El crecimiento de la riqueza que ha habido en Uruguay se traduce en una mayor desigualdad, lo cual no quiere decir que no haya un pesito más en el bolsillo de los pobres. Se planteó una contradicción en la interna del FA: Astori representaba todo lo malo del gobierno de Tabaré y Mujica significaba un aire nuevo. Pero –ya está la prueba después de un año– la política económica sigue siendo la misma. Mientras la locomotora china siga empujando la economía mundial, Uruguay va a tener esta misma bonanza, pero en el reparto de la torta la parte del león se la van a seguir llevando los dueños del país.
Zabalza y su libro sobre Sendic
Espíritu insurrecto
Jorge Zabalza elige el final como comienzo. Arranca su libro relatando el instante en que le llegó la noticia de la muerte de Sendic, el 28 de abril de 1989. Aunque esperada, la despedida sumió a sus compañeros en un sentimiento de orfandad. Zabalza y Julio Marenales, como rehenes, compartieron los mismos calabozos con Sendic, donde –aislados entre sí– sufrieron una prolongada reclusión en condiciones infrahumanas. “La historia posterior demostraría que ninguno de nosotros tuvo uñas para tocar la guitarra que nos dejó Sendic”, escribe Zabalza con un primer dejo autocrítico. Aunque sin ahondar demasiado en el asunto, el escritor deja sentado que a partir de la liberación en 1985 se produjeron “encarnizadas pujas de poder” y se alejó “de quien no debió haberse apartado nunca”. Pero pronto lo vivencial –que ineludiblemente recorta toda la obra– deja paso al ideario del hombre que una vez abandonaría su carrera liberal en la ciudad para encolumnarse detrás de los cañeros y perderse entre los montes. Y es que el autor se propone deconstruir el pensamiento del guerrillero y proyectarlo hacia las nuevas generaciones. Recurre a múltiples textos, pero para hacerle honor a quien renegaba de la mera teoría, se detiene también en algunos mojones vitales que justamente amalgamaron pensamiento y acción.
La capacidad de percepción de las complejidades socioeconómicas del país que desplegaba el guerrillero –con una sensibilidad siempre indignada por el sufrimiento de los más pobres y excluidos–, y una mirada abierta y desprejuiciada que le permitió reformular sus estrategias en cada etapa, son dos de los elementos más reveladores que surgen del libro. Ese enfoque libre de ataduras le permitió distanciarse considerablemente del modelo soviético y otros hitos del socialismo real. Sendic entendía a la liberación como la búsqueda de un camino propio, centrado en el hombre y no en un régimen. Quizás había una mirada más antropológica, marcada por la obsesión de construir un individuo con otros valores más solidarios y austeros. El cambio no podía perseguirse sin una “revolución mental”. Para el tupamaro nacido en los campos de Chamangá (Flores), las estructuras centralizadas y disciplinadas podían ser la génesis del fracaso, por lo cual cobraban otra relevancia la autogestión, la autoeducación y la participación horizontal. El movimiento revolucionario organizado debía integrarse así con el “autoconvocado”. En este punto, Zabalza ve en Sendic a un verdadero adelantado, puesto que su amplitud de miras abría las puertas a los “sin tierra”, a los pueblos originarios y a los tipos más diversos de militancia social.
Buena parte de su enfoque –que fue afianzando especialmente en los artículos posteriores a su liberación– se apoyaba en análisis que no suenan polvorientos. El guerrillero daba cuenta del creciente incremento de la desocupación –aun en los países más desarrollados– como consecuencia de los avances tecnológicos, pero sobre todo del engrosamiento de los diversos bolsones de excluidos del sistema. Lucen turbadoras sus descripciones de los efectos del “salvajismo de las megalópolis”: “Mientras el sector privilegiado se atrinchera en sus residencias, donde vive prisionero de una delincuencia que contribuyó a crear, los otros sectores que no tienen la culpa, sufren igualmente sus consecuencias, como una plaga más que trajo el capitalismo decadente”, narraba en una de sus columnas de Mate Amargo (recopiladas en La deuda externa, la tierra y otros temas). Parecía captar precozmente fenómenos que posteriormente se consolidarían. Así, veía cómo el proletariado industrial –aquel capaz de organizarse en torno a sindicatos– venía reduciéndose en todo el mundo, y en su lugar aparecían nuevas masas de marginados de muy difícil organización. Esa multitud de rostro múltiple, en la que también incluía a los cuentapropistas, constituye el sustrato de su concepción del Frente Grande, como un movimiento popular y amplio, que luchara por “soluciones drásticas”. Es que, sin renegar de la lucha armada, Sendic palpó en la década del 80 la necesidad de acumular fuerzas por otra vía (“El movimiento revolucionario va a seguir siempre lo característico que el pueblo admita en cada hora de la historia”).
Su diagnóstico sobre la creciente concentración de la propiedad de la tierra o la migración del capital productivo hacia el financiero tampoco resultan extemporáneos. El primer fenómeno intenta ser abordado hoy por José Mujica, y sus abundantes textos sobre las “quiebras cíclicas”, propias del capitalismo tardío, podrían oficiar de background de unos cuantos ensayos sobre la “burbuja” que sigue haciendo temblar al mundo.
Por último, su plan de reforma agraria no sólo era una bandera sino también una estrategia para evitar un mal sociodemográfico crónico: el macrocefalismo montevideano versus el despoblado campo (“parece un hermoso planeta verde tan lejano que aún no hubiera sido alcanzado por el hombre”, reflexionaba sobre los latifundios). La política de tierras –y el estímulo de la colonización– se tornaba así en un mecanismo para cortar con la expulsión de las familias hacia la ciudad, en la que estarían condenadas a engrosar el cinturón de asentamientos.
Atento a las perversiones burocráticas del socialismo real y seguidor de la vertiente guevarista, para Sendic las cuestiones de la “subjetividad” no estaban prohibidas. Su perspectiva no anulaba la creatividad ni la iniciativa individual, aunque no para beneficio propio sino del colectivo. La revolución implicaba precisamente una “transformación de la subjetividad”, una emancipación, un cambio en el estado de ánimo y no un mero cambio de las estructuras. Sobre el final, hay frases que quedan resonando, pues no reniegan de la crítica y siguen acompañadas de puntos suspensivos. “Hoy sabemos lo que no hay que hacer… ¿pero tenemos una sabiduría parecida sobre lo que hay que hacer?”, es una de ellas. Zabalza agrega que los tupamaros no lograron redondear el dibujo de la sociedad que deseaban construir. Y es que la cuestión de la hoja de ruta es un dilema que no sólo persigue al MLN sino a todas las izquierdas del mundo. Las opciones tomadas por Sendic seguirán siendo objeto de discusión, pero su desvelo por un ser humano emancipado y solidario todavía es una brasa encendida.