Desde el planeta Hambre - Semanario Brecha
Elza Soares (1930-2022)

Desde el planeta Hambre

El 20 de enero murió la veteranísima cantante brasileña Elza Soares. Intérprete sensacional que supo reinventar su persona pública diversas veces, fue la primera estrella femenina negra de la cultura brasileña y es un poderoso símbolo de emancipación y empoderamiento.

En octubre de 2021 Redes Sociales, Elza Soares

La carrera artística de Elza Soares empezó en el programa radiofónico de calouros conducido por el gran compositor Ary Barroso. Los programas de calouros (‘aficionados’) fueron todo un éxito en la radio y la televisión brasileñas hasta los años setenta inclusive, cuando empezó a pegar mal –tal vez hasta ahora, años en que el formato se ha reeditado en forma de variados reality shows– el aspecto sádico y casi siempre clasista de ese entretenimiento en el que la gracia principal era ver gente poco preparada y confiada de su talento hacer el ridículo en público y sufrir la humillación de los comentarios mordaces del presentador. El más temible de esos presentadores, el que quizá mejor definió el costado cruel de esa especie de circo romano moral, fue Barroso.

Los datos biográficos de la infancia y la juventud de Elza Soares son muy inconsistentes y todavía requieren mejor estudio. Tenía entre 16 y 22 años cuando se presentó al programa y no tenía vestimenta digna. Se puso la ropa de su madre, que tenía 20 quilos más que ella. En el camerino, tuvo que ajustar apresuradamente su vestuario con alfileres. La platea la recibió con risas, todo un plato para la maldad del presentador. Le encajó: «¿De qué planeta viniste, m’hija?». Y Elza, guerrera desde entonces, contestó con firmeza: «Del mismo planeta que usted, don Ary. Del planeta Hambre». Y cantó un samba-canção. Cuando terminó, Barroso lloraba de emoción y corrió a abrazarla, proclamando: «¡Señores, en este momento acaba de nacer una estrella!».

Lo del hambre era literal. Dos de los hijos de Elza murieron de desnutrición y la principal motivación para inscribirse en el programa fue la esperanza de juntar unos mangos para salvar a uno de ellos. Es que las biografías de las cantantes negras que alcanzaron fama y prestigio permiten constatar las condiciones de vida de una masa de mujeres como ellas, maltratadas por el sexismo, el racismo y la pobreza, esas otras, tantas, que nunca llegaron a tener biografías.

UNA JUVENTUD SUFRIDA

Su nombre de nacimiento fue Elza Gomes da Conceição. Nació en 1930 en una favela de Rio de Janeiro. Fue abusada sexualmente cuando tenía 12 o 13 años y su padre, para «limpiar su honor», forzó al abusador y a ella a casarse. Soares fue su apellido de casada; a los 13 o 14 tuvo a su primer hijo. Su marido, cuando no se encontraba postrado por la tuberculosis, le pegaba, la celaba y la violaba, y llegó a dispararle dos tiros. Murió cuando Elza tenía 20; ese mismo año, la bebé recién nacida que tenían fue robada (sería ubicada por la Policía recién en 1980, ya con 30 años). Al enviudar, Elza sobrevivió haciendo servicios domésticos, como empaquetadora en una fábrica de jabón y como limpiadora en un manicomio en el que hacían la vista gorda a que ella se afanara comida para llevar a casa.

Como suele ocurrir, si bien la fama y el dinero pudieron atenuar esos sufrimientos, algunos rasgos de esas estructuras sociales persistieron. Ya consagrada, Elza se enamoró, en 1962, del genial futbolista Mané Garrincha. Fue un vínculo escandaloso, porque Garrincha estaba casado y ella cargó con el estigma de haber destruido el matrimonio del ídolo, nueva ocasión para el bullying mediático. El vínculo fue apasionado y duró 16 años, pero Garrincha era alcohólico, celoso y violento. Elza le pidió el divorcio en 1982, un año antes de que el jugador muriera de cirrosis hepática.

Y además estuvo la dictadura. Archifamosa, Elza había tenido amistad con el presidente Juscelino Kubitschek y luego apoyó a João Goulart, que fue depuesto por el golpe militar de 1964. No eran buenas credenciales para el régimen. El escándalo moral de su unión con Garrincha era una afrenta para la ideología de la «tradición, la familia y la propiedad», pero lo era más aun la actitud desafiante de la cantante, que en 1963 grabó el samba-canção «Eu sou a outra». En esa canción, Elza empezaba diciendo: «Él es casado y yo soy la otra», y terminaba con: «Tengo mucha más clase que quien no supo atrapar al marido». El tema, compuesto para ella por Ricardo Galeno, terminó siendo censurado. Por cuenta de esos motivos el hogar Garrincha-Soares fue hostigado por grupos fascistas y por la inteligencia policial-militar: apedreos, disparos de ametralladora a la fachada de su casa, una invasión de domicilio –con el detalle cruel de que mataron al sagrado pajarito miná, el favorito de Garrincha– y un intento de secuestro. En 1969, durante el momento más duro de la represión, Elza y Garrincha se vieron forzados al exilio en Roma. Elza tenía, a esa altura, una buena carrera internacional y no le costó mantener a su familia como cantante en Europa, donde ya había estado diversas veces. Regresó a Brasil en 1971.

MÚSICA Y CARRERA

Pese a la consagración en el programa de Barroso, la fama tardó unos años. Mientras tanto, Elza ganó cancha trabajando como crooner en una orquesta de música bailable, con la que tocó en clubes y fiestas, salvo en los lugares en los que no se admitían protagonistas negros en el escenario. Un primer contrato discográfico con la RCA Victor fue cancelado cuando los empresarios se percataron de que ella era negra. Finalmente, en 1960, apadrinada por el gran productor Aloysio de Oliveira, firmó un contrato con la discográfica Odeon. Así, empezó a aparecer asiduamente en la televisión y llegaron las primeras giras internacionales. Se hizo famosa y pudo, aún con altibajos, vivir de la música.

Al inicio, su perfil fue como cantante de fossa (‘bajón’), una veta del samba-canção abolerada, dramática, en la que predominaban las cantantes mujeres vividas –es decir, no virginales– lamentando sus percances amorosos. Era una veta que permitía dar rienda suelta a la expresión vocal, el vibrato, el sentimiento, el sollozo, la retórica, la llegada al clímax, un canto fuerte. Ella tenía el caudal vocal, la técnica, el alma y la personalidad para funcionar en esa modalidad. Pero cuando grabó su primer disco, en 1960, ya la bossa nova tendía a dejar como cursi ese tipo de emotividad recargada. Elza se lanzó esencialmente como cantante de samba, con un sentido rítmico espectacular, una división precisa y creativa, y un swing extraterrestre. Bien puede haber sido la primera exponente de la modalidad hot de la bossa nova, por oposición a la modalidad cool de João Gilberto. Su versión del clásico «Se acaso você chegasse» era como una fusión del jazzismo de la bossa nova con la bailabilidad de la gafieira, y Elza lo coronaba con un extenso solo en scat, haciendo gala, por primera vez, de su particular colocación vocal rugosa. En vivo su presencia escénica era vibrante, lo que contribuía a encender el ambiente. En ese acercamiento superrítmico a la bossa nova, Elza Soares vino años antes que Jorge Ben, Elis Regina, Jair Rodrigues, Wilson Simonal o Baden Powell. Abrió un camino nuevo. Hay músicos a los que, para poder apreciarlos, era –y es– necesario establecer un vínculo sostenido con su repertorio y su estilo. Pero lo de Elza Soares funcionaba perfectamente a la primera escucha: se ponía al público en el bolsillo, era una bomba de alegría, ritmo, expresión, fiesta y energía, lo que ayuda a explicar su éxito internacional.

La primera etapa de su carrera estuvo vinculada sobre todo al samba, pero Elza nunca dejó las ya desprestigiadas canciones dramáticas. Tuvo un estatuto único: no entraba plenamente en el canon de la música brasileña más prestigiosa –aunque el vínculo con el samba la mantenía cerca–, pero gozaba de la admiración y la simpatía de todos los integrantes del panteón. Tampoco se identificaba plenamente con el ámbito más específico del samba-samba, y tendió a asimilar nuevos influjos de la música negra estadounidense, como el jazz, el soul y el funky. Gozaba de enorme popularidad.

Su carrera tuvo un período de baja a inicios de la década del 80; la cantante llegó a decirle a Caetano Veloso que pensaba abandonar la música. Caetano se encargó de animarla y en 1984 la invitó a cantar con él la canción «Língua». Fue un gesto decisivo. De pronto, ese samba-rap que examina la naturaleza bastarda del idioma portugués y la cultura lusoparlante obró como apertura para un nuevo tipo de apreciación de Elza Soares. Sacándola del paradigma angosto de un eje bidimensional entre la «calidad» –cierto criterio de «buena música» y «buena poesía»– y la terrajez –el gusto de la masa iletrada, supuestamente pasiva ante la manipulación de la industria musical estupidizante–, Caetano contribuyó a una visión más compleja y rica de la artista. Elza pasaba a ser la encarnación de formas creativas de resistencia, supervivencia y renovación antropofágica del pueblo brasileño, lo que resultaba en una saludable impureza. En ese momento la cantante, ya cincuentona, comenzó a ostentar unos visuales extravagantes, empezando por uno netamente inspirado en la Tina Turner del primer Rock in Rio. Esto, que un hipotético sesudo crítico veterano podría contemplar como una ridiculez epigonal, en ese momento tendió a ser mirado, en cambio, como una gozosa manifestación del surrealismo brasuca, una manifestación de vitalidad y libertad. Esa mirada más compleja permitió apreciar la inmensa originalidad de Elza Soares, su maravilloso uso de «lo que puede y lo que quiere esta lengua» («Língua»).

De pronto, pasó a ser un objeto de culto, despertando simpatía y reverencia tanto en un joven roquero carioca (Lobão) como en un paulista de vanguardia (José Miguel Wisnik). Ese vínculo con las nuevas tendencias, a su vez, la estimuló a exagerar su actitud desafiante y creativa. Incorporó elementos del rock y luego del hip hop y la electrónica, adoptó máquinas de ritmo, más recientemente llegó a presentarse con un grupo integrado exclusivamente por tres DJ. A los 72 años, posó semidesnuda en una serie de fotos sexis para el fotógrafo Yuri Graneiro. Sobre todas las cosas, las letras del repertorio que elegía (o que pedía que compusieran para ella) empezó a ostentar, en forma cada vez más radical e insistente, asuntos como la condición de la mujer, la violencia doméstica, la asunción del deseo sexual femenino, el sexo aludido en forma poéticamente explícita, el racismo y la negritud. Elza asumió como propias –porque lo eran– las perspectivas del feminismo y las descolonizadoras. La más emblemática de esas canciones es «A carne», de 2002, de Seu Jorge, Marcelo Yucca y Wilson Capellette («La carne más barata del mercado es la carne negra/ Que va gratis hacia el presidio/ Y hacia adentro de la bolsa de nailon/ Y va gratis hacia el subempleo/ Y hacia los hospitales psiquiátricos»). Pero hay muchas más. Todos sus discos del siglo XXI suenan increíblemente contemporáneos, algo nada común en una artista septuagenaria u octogenaria. Y fueron reconocidos con premios, elogios críticos, admiración y simpatía generalizada.

En 2015 grabó, por primera vez en su vida, un disco exclusivamente «autoral», A mulher do fim do mundo. Ella nunca compuso, pero en este caso el repertorio fue todo de canciones inéditas escritas especialmente para ella por un grupo de jóvenes compositores paulistas. Luego grabó dos discos más; el último, de 2019 (tenía 89 años), se llamó Planeta Fome, en referencia a su diálogo con Barroso al inicio mismo de su carrera como cantante, unos 70 años antes.

UNA PIONERA

Antes de Elza Soares hubo cantantes brasileñas afrodescendientes muy famosas, respetadas y que ocuparon un rol central en la historia de la música nacional, como Aracy de Almeida, Elizeth Cardoso o Ângela Maria, pero ninguna de ellas tenía una fisionomía que la definiera definitivamente como negra. La sociocultura brasileña asimilaba con naturalidad a esas mulatas claras, casi blancas. Pero Elza Soares franqueó una barrera y lo hizo basada en su talento y su atrevimiento, antes incluso de que se picaran las luchas por los derechos civiles, a mediados de los años sesenta.

En uno de sus últimos espectáculos se presentó con una banda integrada exclusivamente por jóvenes mujeres negras, tanto cantantes como instrumentistas. En el especial televisivo correspondiente, cuentan lo inspirador y motivador que fue para cada una de ellas una figura como Elza Soares: una negra famosa, rica, empoderada, combativa, que remontó desde muy abajo hacia la elite artística. Hablan de que, para ellas, es mucho más importante enfatizar lo que la presencia de Elza tiene de incómodo y de transformador que volver a hacer el cuento de todo lo que tuvo que sufrir.

Elza Soares murió tranquilamente, en su casa, a los 91 años. Hubo amplia cobertura mediática e innumerables figuras públicas hicieron declaraciones al respecto, incluso los expresidentes Lula y Dilma Rousseff. Caetano Veloso sintetizó: «Elza Soares fue una concentración extraordinaria de energía y talento en el organismo de la cultura brasileña. […] Murió en la gloria que merecía, a una edad respetable, afirmando la grandeza posible de Brasil».

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