
El filósofo ruso Aleksandr Duguin –a quien presta oído Vladímir Putin– se posiciona acerca de Occidente desde su gran madre Rusia.1 No parece alinearla con nadie. Desconfía. Pero sigue afirmando que Rusia tiene un destino imperial euroasiático. Para Duguin, tres grandes bloques ideológico-geopolíticos mantienen tensiones y rivalidades, y configuran el escenario político mundial contemporáneo.
En Occidente, piensa, existe un primer polo ideológico que configura el Estado profundo formado por las izquierdas dirigidas por el Partido Demócrata de Estados Unidos, el «globalismo» liberal de George Soros, junto a los movimientos de género, étnicos y LGBTI+. Duguin une a todos ellos en lo que otros caricaturizan como la ideología woke. Las izquierdas occidentales antes afines a la Unión Soviética habrían degenerado en una especie hostil a Rusia. El Estado profundo controlaría la Unión Europea y una cantidad de instituciones en Estados Unidos.
Un segundo polo sería el lobby sionista, junto con neoconservadores y sectores pro-Israel que incluyen una parte del movimiento Make America Great Again (MAGA) y al presidente estadounidense, Donald Trump. Este grupo está fuertemente alineado con el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, y es crítico del islam y China.
Por último, el tercer polo sería el pueblo profundo, integrado por movimientos populares como MAGA que, pese a contener cierta minoría pro-Israel, en general son críticos tanto de los globalistas de izquierda como del lobby sionista, y representan una postura independiente y nacionalista popular. Para Duguin, ese pueblo profundo, conformado con «los partidarios de la revolución conservadora popular, cristiana y tradicionalista», es el mejor amigo de la Madre Rusia.
Duguin entiende de batallas culturales y es metodológicamente irreprochable, pero cuando habla de masas y opiniones públicas se limita a sus afinidades y simplifica al resto. Se resiste a ver que eso que llama Estado profundo se compone en realidad de diversidades que están a la vista, en la superficie. Las izquierdas occidentales que él pone en ese mismo saco tienen motor y potencial propio, más amplitudes que las que vislumbra Duguin y expresan múltiples sensibilidades. Parte de ellas se espantan cuando ganan los Milei, Bolsonaro, Bukele o Trump. Se enamoran de causas morales justas, pero también confunden a veces la política con la moral, no reaccionan de manera decidida ante millones de niños y adolescentes en la pobreza o resisten a cualquier mínimo aumento de impuestos que toque su bolsillo, reniegan de la escuela pública y buscan tranquilidad en barrios protegidos pagando policía privada. En otras agregaciones, la lucha se entiende como defensa identitaria, de género, etnia, clases, barrios, clubes de pares, corporaciones, cajas de jubilaciones privilegiadas, y suelen olvidar la defensa de unas condiciones de vida aceptables, seguridades, alegrías, obras y artes para todos, todas y todes.
En países donde se puede opinar y votar, su contribución en las urnas, dineros, saberes y contactos es necesaria para ganar elecciones. Su voto es imprescindible. Una izquierda pequeñoburguesa, como se decía antes, vergonzosa, excesiva, culposa del capitalismo y consumista a granel.
Para ganar elecciones las izquierdas necesitan, además, de otra fracción, la de aquellos que sienten aversión por el capitalismo, pero no se preparan para sustituirlo. E insisten en caminos ya fracasados, refugiándose en la memoria de regímenes autoritarios. Duguin podría sorprenderse: no les falta admiración ideológica por el régimen de su Madre Rusia. Gritan su pureza y testimonian sin eficiencia hacia fuera de las paredes del comité. Se pintan los labios para una sola fiesta, dentro de las paredes del comité y entre pares confiables. Defienden a regímenes en los que no se puede opinar.
Duguin, como buen nacionalista, habla de pueblo. Pero MAGA no es pueblo. Duguin no ofrece una visión sustentable del futuro, su supuesto «pueblo» es relativamente pequeño, inestable y defensivo.
Las «izquierdas» tienen más potencial que el nacionalismo cristiano conservador. Podrían seguir poniendo puntos de interrogación al populismo y dejar de considerarlo como un mal necesario; abandonar su admiración por líderes carismáticos con vocación de eternidad en el sillón y corrupciones, y registrar que esas lealtades no se sostienen desde el fin de la guerra fría.
A las derechas consuetudinarias no se les puede reclamar estos cambios, a las izquierdas sí. Y en esto Duguin no mira bien, porque en sus abstracciones le desaparece la diversidad en las izquierdas, su mestizaje con las tradiciones y lo nuevo. El conservadurismo necesita de purezas, de reservas «profundas», interiores rurales «profundos», sangres, pueblos elegidos, clases con destinos manifiestos, líderes libres de elecciones, odios, defensas violentas sistemáticas. Las izquierdas occidentales no se afilian necesariamente a esas purezas ni a los globalistas «de izquierda», a algún heterogéneo grupo de multinacionales, a servir a las plataformas de la información o someterse a algún tecno feudalismo parcial o un colonialismo mental. Las contingencias las pueden llevar, como ha ocurrido ya tantas veces, a sumar sus acciones, votos y movimientos a las luchas democráticas, a permitir triunfos electorales y sanciones de leyes equitativas.
Para las izquierdas democráticas, el campo está abierto y frente a los ojos. Mejor mirarlo bien. Algo de internacionalismo, toques de patria sentimentales, amor por la camiseta, libertades individuales, pluralidad política, cuidado de ambiente, mestizaje de lo viejo y lo nuevo, humanismo, creencias diversas, laicismos, producción con fines sociales y tecnologías adecuadas, rechazo a las pobrezas, afiliación a tolerancias de lo diverso, género, etnia, sexualidades, vivienda, salud, educaciones adecuadas, investigaciones en curso, amor por la experimentación, equidades, diversiones, aversiones a líderes eternos, grados de desconfianzas en el poder, rechazo de corrupciones, de guerras imperialistas. Sensibilidades. Inocencias necesarias. Ambigüedades indispensables. Cuidando esas guías y otras, en ese enorme espacio encuentran su lugar los énfasis y las tomas de partido, los subrayados, los intereses particulares, los gustos, las inclinaciones. Que cada quien elija sin violencia si se puede.
La mayor parte de estas cosas están en la superficie, prohibidas o impedidas por la Madre Patria de Duguin y también por el MAGA.







