Los Extranjeros es un trío de guitarras y bandoneón integrado por Bruno y Marco Tortarolo e Ignacio Irigaray. Bueno, es una forma de describirlo: en sus discos suenan muchas cosas, desde “efectos extraños” y audios extras hasta bajo, mandolina, percusiones, cavaquiño y ¡serrucho! (frotado de forma que suena como un theremin, aunque tal vez debería decir que ese instrumento suena como un serrucho así tocado; si no ubican el sonido, lo pueden escuchar en internet o en alguna película vieja de fantasmas). También participan invitados varios y a veces no aparecen todos los que mencioné, lo que da una idea de integración bastante abierta.
En Ternero de dos cabezas hay nueve canciones; cinco tienen letra de Marco Tortarolo, una de Lourdes Silva y una de María Elena Walsh (con música de ellos), e incluye una versión de “Al pie de la santa cruz”, de Delfino y Battistella. En otros discos suyos hay más canciones ajenas, en versiones que suelen cambiar todo, pero resaltar la esencia. En cuanto a las letras propias, son muy buenas: poéticas, emotivas, oscuras y luminosas a la vez. La canción que da nombre al disco es una maravilla; para encontrar un texto de este nivel entre los letristas más conocidos hay que escarbar bastante: “Mirando el cielo en un charco/ y en lo alto el rojo, rojo sol/ mirando al norte y al sur/ izquierderecha mirando/ se asoma a los alambrados/ a ver pasar los camiones/ porque de algún modo sabe/ porque de algún modo sabe/ que en uno de esos/ se llevaron a su madre/ y sus hermanos/ ternero de dos cabezas/ una de esperanza y otra de promesas/ ternero de dos cabezas/ una de espera esperanza/ y otra de prome promesas/ ternero de dos cabezas”. Las músicas son adecuadas y la interpretación, buscadamente desprolija. He notado, en varios artistas nuevos (o, más bien, subterráneos), una tendencia a descartar el “canto bonito”, esa plaga, que me parece sumamente saludable. Lo de plaga es injusto: a veces hay que cantar afinado y esas cosas, pero hay otras formas de hacerlo, muchas de las cuales han dado lugar a estilos y géneros, y alguna vez fueron consideradas incorrectas. Y porque a veces la cosa, simplemente, no va por ahí (en cine o teatro, por ejemplo, es clarísimo que los actores no tienen que hablar como locutores, pero en el canto hay, todavía, muchos prejuicios).
Todo
está lleno de gestos tomados de géneros folclóricos (a veces arcaicos:
cielitos, estilos o vidalitas) recontra desfigurados, pero que asoman con
claridad. Tal vez se peque de demasiado experimentalismo: lo “raro” puede ser
una alfombra bajo la que barrer temores o limitaciones. No vendría mal un par
de temas que sonaran con algo de polenta y sin interrupciones y quiebres
permanentes. No digo chimpum chimpum; sólo algo que, sin salirse del estilo,
permitiera una escucha menos intelectualizada (no teman: aunque quieran hacer
algo berreta y estándar, no les va a salir; eso requiere otros talentos bien
distintos).
En fin, una gran alegría. Escúchenlos online, y me cuentan. O no me
cuenten nada.