La universalidad del collage como medio expresivo –ha sido empleado tanto en la plástica infantil como llevado a los grandes formatos por artistas mundialmente consagrados– encuentra en esta exposición1 de Rodolfo Torres (Santa Lucía, 1951) un cultor meticuloso e imaginativo. Si el montaje de materiales sobre una superficie –muy a menudo papel y fotos, pero también objetos– conoce en el siglo XX, a partir de los papiers collés de los dadaístas, un punto alto de la producción simbólica, las ramificaciones posteriores que se internan en este siglo XXI no dejan de abrir caminos aún transitables y fructíferos. Es el caso de esta experimentación formal que nos propone Torres con la reducción cromática –trabajos con recortes de cartulina blanca, negra, roja y gris– como alegoría de mundos que se abren y cierran, derivación cubista del objeto, rítmica potente y controlada.
Rodolfo El Gaucho Torres posee una larga trayectoria como gestor en su ciudad natal. Es cogestor del proyecto cultural Tendales, docente y tallerista en el campo de la salud mental y en la enseñanza inicial y primaria. Esta actividad demandante no ha impedido que desarrolle una trayectoria creativa personal, destacándose como collagista. En esta muestra seduce con su juego de pliegues y despliegues, ventanas que se pueden abrir (y cerrar) a universos mecánicos, en los que asoman brazos y escaleras, pero prima el interés formal, constructivo, antes que la deconstrucción de la imagen. Cuando comparece la figura humana, como en los homenajes a los artistas Octavio Podestá, Miguel Ángel Pareja o Dumas Oroño, logra un escueto intercambio de referencias visuales, como en un rápido parpadeo de sucesos que habilitan una identificación del artista citado y su obra. En cambio, en los collages con rostros anónimos, cuatro «retratos» en tondo, incurre en efectismos que desvían el interés hacia zonas menos meditadas o elaboradas del recurso expresivo. Es que, a mi juicio, al artista santalucense se la da mejor la variante constructiva del collage que las potencialidades críticas y sarcásticas exploradas por los surrealistas. Un terreno intermedio es el que explora con sagacidad en una serie de piezas con recortes de letras. El descalabro de letritas, un poco a la manera en que Miguel Ángel Battegazzore desarma los símbolos del universalismo constructivo, como si las letras se cayeran de una estantería, conecta a la plástica con la gráfica y la literatura: siempre surge un impulso de lectura. No importa lo difíciles o intrincadas que puedan parecer las palabras formadas por las letras recortadas: el ojo quiere leerlas, y, entre la dificultad de armar el sentido literal de las frases y el descubrimiento de los contornos, se cuela una sensación placentera, un sentido musical y de abandono de un intento de intelectualizar en demasía el hecho estético. Algunas de estas piezas presentan, además, una grafía de compás o semicírculo que se repite transformándose en un pronunciado gesto de libertad.
Por otra parte, los papeles artesanales como soporte abren nuevos campos de exploración, dignos de proseguir. Despliegues es una exposición de un alto nivel técnico, con muchas piezas valiosas y un montaje correcto. Tal vez resulta excesivo el número de obras que se exhiben, cuestión debatible, desde luego. Pero a veces una selección más ajustada –no más rigurosa, pues la calidad de las piezas es muy pareja– facilita al visitante la concentración y el detenerse más tiempo en cada una. Oficio y talento resultan complementarios en esta exposición que sorprenderá a los conocedores del collage en particular y a los amantes del buen arte de todos los tiempos.
1. Despliegues, Sala Carlos F. Sáez, Ministerio de Transporte y Obras Públicas.