En el borde de un predio rural, en una estaca clavada en el suelo, cuelga una chaqueta roja y negra. Aquí está enterrado un hombre, un hombre que nadie conocía en el pueblo de Termakhivka, con 400 habitantes y algunas granjas perdidas en medio de un enorme bosque de coníferas y abedules, 100 quilómetros al norte de Kiev y cerca del área de exclusión de Chernóbil. «Hacía una semana que estaba muerto cuando los rusos nos pidieron que lo enterráramos. Lo habían golpeado y le habían disparado en las piernas. Lo enrollamos en una tela y cavamos», dice Bogdan, un leñador de 28 años.
Él mismo es un milagro andante. Con su hermano Ruslan, de 24 años, y otros tres jóvenes de la zona, pasó 13 días y 13 noches en un hoyo, con las manos atadas y los ojos vendados. «Los rusos vinieron por nosotros el 17 de marzo, nos acusaron de revelar sus posiciones a los soldados ucranianos. Pensé que nos iban a matar de inmediato, pero nos acostaron sobre la paja, diciéndonos que nos quedáramos quietos porque habían adosado una granada que explotaría si nos movíamos. Por la noche había 10 grados bajo cero y permanecíamos acurrucados para mantener el calor.»
La guerra llegó como una tormenta repentina a Termakhivka, durante el impulso inicial de las fuerzas del Kremlin, que entraron desde la frontera con Bielorrusia con el objetivo de tomar rápidamente Kiev. El 25 de febrero, fue destruida en el pueblo una columna blindada ucraniana. «Un tanque fue alcanzado por un proyectil frente a nuestra casa. Eran soldados de la región de Rivne y dos hombres fueron carbonizados dentro de la carcasa, un padre y su hijo. Los soldados que sobrevivieron nos pidieron que enterráramos municiones en nuestro jardín y huyeron», dice Petro, de 70 años, que sobrevive criando unas gallinas y una vaca. «En el bombardeo, la casa de nuestros vecinos fue destruida, nuestro techo y ventanas volaron en pedazos. Los rusos llegaron unas horas más tarde», agrega.
En los refugios improvisados dejados atrás por los soldados rusos se ven algunas raciones militares, estufas, uniformes andrajosos y botellas de alcohol. «Chicos muy jóvenes que vestían el uniforme ruso, casi niños, entraron un día a nuestra casa, buscaban guerrilleros», continúa Nina, la esposa de Petro. «Eran de la región del lago Baikal y nos explicaron que habían tenido un mes y medio de entrenamiento en Bielorrusia. No paraban de repetir que soldados negros, extranjeros estaban entrando en jeeps por la frontera con Polonia. De pronto sonaron algunos disparos, se agacharon y salieron precipitadamente.»
Los habitantes de Termakhivka evitaron salir a la calle durante las largas semanas de marzo, escondidos en sus casas de madera y ladrillo, echando mano de sus reservas de verduras en salmuera. Pero un día se juntaron varias decenas de ellos para pedir la liberación de los jóvenes del pueblo. No tuvieron éxito. Bogdan, Ruslan y sus tres amigos finalmente lograron romper sus ataduras el 30 de marzo, cuando los rusos se fueron, y ahora abundan los rumores sobre «traidores» y «chicas borrachas» que habrían informado a los soldados que los habitantes del pueblo poseían rifles de caza.
ESCUDOS HUMANOS
Llevará tiempo identificar a los cadáveres que han sido enterrados a las apuradas en las aldeas del norte de Ucrania, a las que a veces solo se puede acceder a través de malos caminos arruinados por la lluvia. Mientras tanto, se han establecido checkpoints de las fuerzas ucranianas en los principales cruces de caminos, compuestos de algunos hombres enmascarados ubicados detrás de sacos de arena o troncos de madera, y los equipos de remoción de minas trabajan para asegurar las rutas secundarias. Los accidentes son numerosos: los trabajadores que reparan la red eléctrica suelen ir a los saltos esquivando minas y los campesinos se santiguan discretamente antes de subirse a su tractor.
Durante la ofensiva sobre Kiev, las fuerzas del Kremlin también se habían apoderado de la aldea de Obukhovychi, algunos quilómetros al este de Termakhivka, para disparar contra los defensores de la capital ucraniana desde un lugar seguro. «Los rusos enterraron dos vehículos blindados frente a mi casa, en amplias trincheras, incluido un vehículo de comunicación. Hicieron casamatas y robaron una lavadora a mis vecinos», suspira una anciana, que vive con su hija y cinco nietos. «Uno de los soldados fue un poco más considerado que los demás: me pidió que escribiera la palabra niños en mi puerta. Me trajo una gallina y me dijo que escondiera a las mujeres para que no tuvieran problema. Escuchábamos disparos casi continuamente. Estaba tan estresada que no pude comer durante días. Solo fumaba», relata la mujer.
En los hechos, los habitantes de Obukhovychi sirvieron durante esos días como escudos humanos, lo que, por supuesto, está prohibido por la Convención de Ginebra. Uno de sus protocolos, de 1977, establece que «no se debe utilizar a civiles […] para proteger objetivos militares». Los investigadores ucranianos trabajan arduamente en la región para recolectar evidencia de posibles crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad.
FUEGO Y METRALLA
En Ivankiv, una pequeña localidad de 15 mil habitantes, situada en la carretera a Kiev, los días 25 y 26 de febrero los proyectiles rusos cayeron al azar, dibujando una geografía macabra de lógica misteriosa. Un cohete atravesó el techo de Antonina, de 85 años, sin explotar, pero destruyó la mitad de su casa. «Mi hija vive en Moscú desde hace 35 años y cuando le conté lo que había pasado no me creyó, solamente me dijo que yo estaba viendo demasiada televisión», dice la anciana, señalando las láminas de plástico que han reemplazado sus ventanas (véase «Noticias de Moscú», Brecha, 24-III-22). «¿Cómo es posible? Mi propia hija. No creo que la vuelva a ver nunca más, como nunca volveré a ver a mis nietos», se lamenta.
Un poco más allá, Tamara se quedó con los restos de obús que atravesaron su ventana, estrellándose a centímetros de su cabeza, luego de que un cohete explotara en su jardín. «Es una señal, mi hora aún no llegó», sonríe la mujer.
En la mañana del 27 de febrero, finalmente entró en Ivankiv un convoy ruso de cinco quilómetros de largo, formado por «cientos de vehículos», según relatan los lugareños. La última defensa ucraniana había volado el puente sobre el río Teteriv dos días antes, con la esperanza de bloquear el paso de la columna, algunos de cuyos elementos ya habían llegado al aeropuerto de Hostomel, en los suburbios de Kiev. El Museo de Historia de Ivankiv fue incendiado durante los combates. Albergaba una veintena de obras de Maria Primachenko, célebre figura del arte naíf ucraniano. Algunos habitantes de la ciudad murieron durante esos días, segados por los fragmentos de metralla o bien baleados al azar por los soldados rusos, sin que por el momento se pueda ofrecer una valoración definitiva.
«Un hombre fue asesinado en la parada de autobús al lado de mi casa y fue enterrado en el lugar, sin que pudiera llegar al cementerio», explica Anatoli, el pastor evangélico del pueblo. «También sé que una vecina mía, de 75 años, fue asesinada a tiros por una ráfaga de armas automáticas disparadas contra su casa. Sus hijos encontraron su cuerpo dos días después, cuando fueron a llevarle comida», agrega. Según dijo al canal británico ITV Marina Beschastna, vicealcaldesa de la ciudad, dos adolescentes de 15 y 16 años fueron violadas por soldados rusos. Numerosos son los abusos aún sin documentar.
(Publicado originalmente en Mediapart. Traducción y titulación de Brecha.)
Baño de sangre
En Bucha, unos 25 quilómetros al noroeste de Kiev, las autoridades ucranianas locales han documentado unos 400 asesinados por tropas rusas, en su mayoría civiles. El alcalde, Anatoliy Fedoruk, ha afirmado públicamente que muchas de las víctimas estaban maniatadas y con disparos en la cabeza, y algunas de ellas presentaban signos de tortura y de que se había intentado quemar sus cadáveres. El gobierno de Volodímir Zelenski ha pedido a la Corte Penal Internacional una investigación de lo ocurrido en la ciudad entre el 27 de febrero y el 1 de abril, mientras permanecía bajo ocupación rusa durante la infructuosa ofensiva contra la capital ucraniana.
«Durante una misión a Bucha el 9 de abril, los miembros de la misión de la ONU [Organización de las Naciones Unidas] documentaron los asesinatos de unos 50 civiles, incluidas ejecuciones sumarias», informó, por su parte, el viernes 22 Ravina Shamdasani, portavoz de la Oficina de la Alta Comisionada para los Derechos Humanos. «Es necesario hacer mucho más para descubrir lo que realmente sucedió allí», agregó Shamdasani, quien también afirmó que «Bucha no es un incidente aislado».
«Estamos frente a un baño de sangre», dijo el pasado viernes Shamdasani durante su conferencia de prensa. En total, en toda Ucrania, desde que comenzó la invasión, la ONU ha documentado «al menos 2.343 civiles que han muerto» y «la ejecución sumaria de más de 300 civiles». Las fuerzas armadas rusas han «bombardeado indiscriminadamente áreas pobladas», añadió, «matando a civiles y destruyendo hospitales, escuelas y otras infraestructuras civiles, acciones que podrían constituir crímenes de guerra».
Rusia, por su parte, ha negado en varias ocasiones que alguna de sus acciones durante esta guerra haya tenido como blanco a civiles. El portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, sostuvo a comienzos de mes que las imágenes de civiles muertos en Bucha que han circulado profusamente son «una provocación ucraniana» y sugirió que eran parte de una campaña de fake news.
Francisco Claramunt