Un día, hace 20 años, un amigo citó a un filósofo que afirmaba que si la humanidad no es capaz de crear un nuevo dios, no sobrevivirá al siglo XXI. No comprendí bien la frase. Finalmente decidí hacer un esfuerzo para entenderla. Después de darle muchas vueltas, concluí, como el filósofo, que se trata de tener un dios adecuado a las necesidades modernas, y que sirva para asegurar nuestra supervivencia. Si no lo hacemos y el filósofo tenía razón, se nos viene el siglo XXII y no habrá nadie para festejarlo. Una característica que define al siglo XXI es la importancia que adquiere el conocimiento en todos los órdenes de la vida. La materia gris prima sobre la materia prima. Sin embargo, uno de los dioses disponibles más populares del planeta dice que comer el fruto del Árbol del Conocimiento es el pecado original. Conocer las cosas buenas y las cosas malas condenó al primer hombre a perder el paraíso. Poco funcional para el siglo XXI. Empecé a convencerme de que no estaría mal crear uno más adecuado. Un dios que diga que comer la fruta del Árbol del Conocimiento es la virtud original ayudaría a los padres para que sus hijos estudiaran. “Hacé los deberes como dios manda, y comé una manzana de merienda, ¿entendés?” Práctico. Se me ocurrieron otras cosas que un dios nuevo podría pregonar, más en consonancia con el progreso de la humanidad, me puse a hacer teología ficción y preparé un “Manual para la construcción de dios”. Ya Linus Pauling buscó alternativas a los dioses disponibles. Fue el único individuo que tuvo dos premios Nobel, uno de química (1954) y otro de la paz (1962), formó parte de la generación de científicos que construyó la bomba atómica. Era ateo, como muchos de sus colegas, en esa época de represión macarthista que confundía ateísmo con comunismo. Él y sus amigos encontraron varias religiones que no creían en lo sobrenatural, llamaban a dios, para decirlo simple, “naturaleza”. No había en ellas nada de “el camino del Señor es misterioso” sino el convencimiento de que hay cosas que no comprendemos y tendremos que estudiar e investigar. Eran compatibles con el pensamiento científico. Estas religiones eran las de los humanistas, los universalistas y los unitarios. Para evitar problemas, empezaron a decir que eran unitarios. Los domingos se encontraban en la iglesia para discutir novedades científicas, cantar, comer, beber y sentirse parte de una comunidad.
Convengamos que, como la tecnología, el conocimiento avanza de manera exponencial. Más del 90 por ciento de los científicos que ha dado la humanidad están hoy vivos, y muchos son jóvenes. El conocimiento producido circula con gran velocidad, no vamos a la biblioteca, googleamos. Analicemos por un instante el tiempo. Estuvimos unos 25 mil siglos recolectando frutas, cazando animalitos y reproduciéndonos. Nómadas, dormíamos en las cavernas y tratábamos de entender cómo conservar prendido el fuego que nos protegía y nos permitía asar comida, cosa que aprendimos al fin de esos miles de siglos. Hace solamente unos 100 siglos empezamos a volvernos sedentarios: plantar y cosechar. Hace 50 inventamos la escritura y algunos inventaron la rueda, hace 25 la navegación a vela, hace dos siglos el vapor y la electricidad, el siglo pasado la energía atómica, la informática, la manipulación del Adn y los drones. Convivimos la generación del telégrafo con la de la televisión en blanco y negro, la del transistor, del microprocesador y de la pantalla táctil. Pensemos ahora el tiempo hacia adelante. Supongamos que ninguna catástrofe fatal frene esa manera acelerada en que desarrollamos y aplicamos nuestros conocimientos. En 50 siglos más, ¿cuántos planetas del sistema solar habremos visitado? Mil, 20 mil siglos para adelante, llegará el momento en que podremos comunicar y compartir la totalidad del conocimiento de cerebro a cerebro entre los humanos que lo consientan, con el placer de sentirnos uno y todos a la vez. La humanidad habrá explorado todo el universo posible y tendrá los medios para usar enormes cantidades de energía. A eso se le llama ser omnisciente, omnipresente y omnipotente… ¡Vaya, qué casualidad!, esto coincide con la descripción de dios. Uno será a imagen y semejanza del otro, gracias al desarrollo incesante del conocimiento y la tecnología. Pero el filósofo hablaba de crear un dios para sobrevivir el siglo XXI, que se presenta problemático y febril. Llegué a la conclusión de que lo estamos haciendo, y sería bueno que aprovecháramos para hacerlo moderno, cuidadoso del ambiente, tolerante con los gustos, creencias y diferencias de cada uno, respetuoso de la igualdad de géneros y que le gusten las manzanas. Hagamos de nuevo el zoom del tiempo hacia atrás, para ver cómo evoluciona nuestra capacidad de pensar. Miles de siglos recorriendo el planeta buscando comida y refugio.
Seguramente nuestros antepasados tenían buen sentido de la orientación, mejor que la generación del Gps. También sabrían distinguir los alimentos apropiados, y las cualidades de éstos para aliviar síntomas o curar enfermedades. Cualquier sonido estaría lleno de significado, como alarma, indicio de comida o de placer. Pero las explicaciones de los fenómenos naturales y preguntas como de dónde venimos y hacia dónde vamos en la vida tenían respuestas propias del pensamiento primitivo. Probablemente cada nube, árbol o piedra tenía buena o mala voluntad según lo que esperáramos de ella. El dolor o el temor a la muerte llevó a imaginar formas de negarla, de transformarla en un largo viaje, de fantasear con el retorno. Recién hace poco más de cien siglos las sociedades, con el invento de la agricultura y el sedentarismo, se hicieron más complejas. El excedente que produjo la agricultura permitió mantener a personajes que se encargaban de crear explicaciones y de llevar adelante rituales, liturgias y sacrificios. Surgió el pensamiento mágico, que atribuye una relación de causalidad entre pensamientos o actos y fenómenos del mundo real: me levanto con el pie derecho y tendré buena suerte, toco madera y me protegerá de alguna desgracia.
Hace un poco más de 55 siglos apareció un dios que no sólo dijo que era único, sino que afirmaba que los otros eran falsos. Nació el monoteísmo y el pensamiento religioso que sigue hasta nuestros días. El pensamiento científico, que busca en el mundo real las causas de los fenómenos, que provee explicaciones que admiten que se demuestren erróneas, es relativamente reciente, unos 25 o 26 siglos si se lo atribuimos a los griegos de la época clásica. Así como coexisten hoy generaciones tecnológicas diferentes también pasa con el pensamiento. Hay científicos que se levantan con el pie derecho, personas educadas que están convencidas de que prender una vela producirá un resultado en el mundo real, y en cada partido de fútbol podemos observar manifestaciones de pensamiento primitivo. Nuestro presente está atiborrado de información, de distracciones y de incitación a consumir. Perdemos el tiempo, en el sentido de que no lo manejamos, sino que se nos escapa. El desborde tecnológico es poderoso en comunicación y pobre en contenido, el frenesí nos perturba la capacidad de pensar.
En contraste tenemos algunas características de dios. Somos todopoderosos para destruirnos. Tenemos el arsenal nuclear, usamos inconsideradamente los recursos no renovables, modificamos el clima, permitimos diferencias inhumanas en la calidad de vida de nuestros semejantes, después de 25 mil siglos de nomadismo construimos muros para cerrar fronteras. Hoy somos dioses por el potencial destructor, y cavernícolas por la incapacidad para resolver problemas vitales de nuestra especie. Existe un déficit de espiritualidad que impide armonizar el uso de las posibilidades tecnológicas con la conservación del ambiente, de la paz, del respeto de las diferencias, con la búsqueda de la equidad y la felicidad. La religiosidad que se manifiesta en tantos pueblos y culturas no se agota con la explicación cosmológica sobrenatural, sino que obedece también, y sobre todo, a la necesidad bien humana de identificarse con un grupo, de buscar consuelo y esperanza, de marcar con ritos y fechas los momentos importantes de la vida, de mitigar el dolor de la muerte, es funcional a la supervivencia. Hoy nos religan y reconectan las redes sociales. El dios del siglo XXI está en construcción, no es sobrenatural, lo hacen quienes tienen conciencia del poder en nuestras manos y del peligro de usarlo sin pensar hacia dónde vamos. Nuestra comunidad está en Internet. Nuestro templo es el planeta. La humanidad debería ser el dios del siglo XXI.
(De una conferencia Tedx. Montevideo, 2015.)